La parte más grande de nuestro encéfalo son los hemisferios cerebrales. Tenemos uno derecho y otro izquierdo, como los dos lados de una cara. A diferencia de lo que se piensa, no son exactamente iguales, son asimétricos.
Estos hemisferios tienen repartidas sus funciones, el hemisferio izquierdo está especializado en el lenguaje, mientras que el derecho es el encargado de procesar todo lo que tenga que ver con aspectos visuoespaciales y el reconocimiento facial.
La información que reciben está “cruzada”, de forma que el hemisferio izquierdo controla la mitad derecha del cuerpo y el hemisferio derecho la mitad izquierda. Esto explica por qué un infarto cerebral derecho puede dejarnos paralizados la mitad izquierda del cuerpo.
Nuestros hemisferios cerebrales comparten información y lo hacen a través de un puente llamado cuerpo calloso. Realmente sería más adecuado llamarlo autopista, ya que está formado por doscientos millones de carriles entre los dos hemisferios, conectando cada uno de sus cuatro lóbulos (frontal, parietal, temporal y occipital).
De esta forma, el cuerpo calloso se encarga de coordinar toda la información cerebral y de que nuestros hemisferios cerebrales funcionen correctamente. Gran parte de nuestra inteligencia, del desarrollo del lenguaje, de la conciencia diferenciada del yo, y del pensamiento se la debemos al cuerpo calloso.
El cuerpo calloso es el responsable de que no seamos “personas de matemáticas” o “de letras” en exclusividad. Las matemáticas, bien entendidas, son muy creativas, y cualquier expresión artística, como pueda ser la pintura, la poesía o la música, precisa de un soporte matemático. De todo esto se encarga el cuerpo calloso.
Personas «desconectadas»
En la década de los sesenta del siglo pasado algunos pacientes fueron sometidos a la extirpación quirúrgica del cuerpo calloso –una técnica conocida como callosotomía- como tratamiento de la epilepsia refractaria al tratamiento farmacológico.
Cuando la comunicación interhemisférica quedaba dañada se perjudicaba la capacidad que tenían esos pacientes para comprender e interpretar el mundo. Estar personas eran sencillamente “desconectadas”.
En esta situación podríamos fantasear con multitud de historias divertidas, pensando que una mitad del cerebro fuese atea y la otra ultraortodoxa, que a una le gustara las películas de terror y que la otra disfrutara con las románticas, que una fuera una apasionada por las ciencias y la otra por la filosofía…
¿Se imagina lo difícil que sería vivir con todas estas contradicciones? Vegetaríamos en una situación de punto muerto permanente incapaz de poder tomar una decisión.
La paradoja de Sperry
Lo que sí que se ha observado es que si a uno de estos pacientes se le venda los ojos y se le pide que identifique un objeto con su mano izquierda y que lo nombre, es incapaz. Esto se debe a que el reconocimiento táctil de esa mano lo procesa el hemisferio derecho y el habla se encuentra en el hemisferio izquierdo.
Durante décadas los científicos se han preguntado por qué esto no sucede en aquellas personas que nacen sin este puente de fibras entre los dos hemisferios cerebrales, una anomalía que se conoce como agenesia del cuerpo calloso.
El primero en constatarlo fue el Premio Nobel de Medicina Robert Sperry (1913-1994). Este científico observó que estas personas son capaces de reconocer y nombrar el objeto en independencia de la mano con la que lo tomen. A este fenómeno se denominó paradoja de Sperry.
Hace unos años, con la ayuda de la resonancia magnética estructural y técnicas de resonancia magnética funcional, se pudo comprobar que las personas que nacían sin cuerpo calloso o lo tenían atrofiado tenían, a diferencia de las sanas o de aquellas en las que se realizaba la comisurotomía, conexiones alternativas entre los dos hemisferios. En román paladino, si nacemos sin autopista interhemisférica, nuestro cerebro se inventa atajos capaces de comunicar los dos hemisferios cerebrales.
Abc
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