“Faluya es un ensayo. Si funciona bien, se acelerará la campaña para recuperar Mosul (el bastión del ISIS en Irak)”, explica Grande en una entrevista con EL PAÍS en el marco de la Cumbre Humanitaria Mundial que se celebra este lunes y martes en Estambul. La toma de Mosul, la principal ciudad del norte del país y desde donde el ISIS proclamó su califato en 2014, revierte especial importancia ya que su captura significaría prácticamente el fin de la organización de Abubaker al Bagdadi en Irak; pero la ofensiva para liberarla se ha retrasado en varias ocasiones porque los diversos grupos que pretenden participar en ella (Fuerzas Armadas, milicias chiíes, combatientes suníes, facciones kurdas) no se ponen de acuerdo.
Sin embargo, la representante de la ONU da fe de que la estrategia del Ejército iraquí ha cambiado desde la toma de Ramadi el pasado diciembre, que prácticamente hubo de dejar en ruinas para liberar del ISIS, y asegura que se han puesto en práctica medidas para superar las suspicacias entre las Fuerzas Armadas iraquíes, predominantemente chiíes y habitualmente apoyadas por milicias con un claro perfil radical, y la población local de las regiones aún ocupadas por el ISIS, eminentemente suní. Entre ellas, evacuar a la población civil antes de atacar y tratar de garantizar un rápido retorno a sus hogares tras la liberación, para evitar que se conviertan en desplazados. “El Ejército está cambiando la forma en cómo actúa. Hay menos destrucción y busca minimizar el impacto en los civiles”, subraya Grande.
Pero, por muchas medidas de protección que se tomen, habrá refugiados. Y no serán pocos. “Antes de la aparición del ISIS, había un millón de desplazados en Irak, producto de la violencia sectaria entre 2006 y 2008. Pero desde que el ISIS entró en escena, la situación ha empeorado de forma dramática. Actualmente hay 3,4 millones de iraquíes desplazados por la fuerza. Gente que lo ha perdido todo”, explica Grande: “Y nuestra estimación es que, a medida que la campaña para acabar con el ISIS se intensifique, en torno a tres millones de personas se verán obligadas a abandonar sus hogares en los próximos meses”.
Es decir, este mismo año, Irak podría ver prácticamente doblado el número de personas que necesitarán asistencia, cobijo, comida, agua, mantas y medicamentos para sobrevivir. Precisamente en un momento en que ni el Ejecutivo iraquí, ni el Gobierno regional kurdo pueden hacer frente a tamaños gastos. “Los ingresos de Bagdad han caído un 40 % en un año debido a que el precio del petróleo se ha desplomado. Es catastrófico”, lamenta Grande. Y por el momento la ONU solo ha logrado recaudar el 26 % de los 861 millones de dólares que estima serán necesarios para atender esta crisis humanitaria durante 2016. “Ni el Gobierno iraquí ni el kurdo pueden hacer esto por sí solos. Y en el fondo, están luchando contra el ISIS en nuestro nombre. Y están contra la pared. Se merecen nuestra solidaridad”, subraya la representante de UNAMI.
Además, advierte Grande, el 95 % de los desplazados iraquíes son suníes, un grupo religioso que ya de por sí se siente marginado por las autoridades chiíes de Bagdad, por lo que abandonarlos a su suerte solo podría tener consecuencias negativas. Una es que se vean obligados a emigrar fuera del país, principalmente hacia Europa, provocando una crisis de refugiados similar a la vivida en 2015 con los sirios. La otra es que se refugien en opciones radicales como el ISIS (no en vano la caída de Mosul en manos de los yihadistas tuvo mucho que ver con las injusticias sufridas por los suníes durante el gobierno de Nuri al Maliki). “Podría ocurrir que venciésemos al ISIS en la batalla por Mosul –sostiene Grande-, pero que terminemos por perder Irak por no ser capaces de dar la necesaria asistencia humanitaria a la población local”.
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