La república micronésica de Nauru, una isla de 20 kilómetros cuadrados con 13.000 habitantes, reconoció Jerusalén como capital de Israel hace dos semanas. Se sumó a Estados Unidos y a Guatemala, los únicos países que hasta ahora han llevado su embajada a la Ciudad Santa. Ante un creciente aislamiento internacional, el primer ministro Benjamín Netanyahu, afronta la recta final de la campaña electoral con una visita al presidente ruso, Vladímir Putin, en medio del clamoroso silencio de su mayor aliado, el estadounidense Donald Trump.
El veterano estadista internacionalmente reconocido, que arrancó su carrera política como embajador de Israel ante la ONU hace tres décadas, viajó el jueves hasta Sochi, en la costa rusa del mar Negro, para entrevistarse con el verdadero hombre fuerte de Oriente Próximo. Antes de que aterrizara, un portavoz del Kremlin le recibió con una condena en toda regla a su propuesta de anexionar a Israel el valle del Jordán palestino. La misma promesa electoral fue unánimemente rechazada por los países árabes, incluidos aquellos que, como Arabia Saudí y Baréin, más se habían acercado a la normalización de relaciones con el Estado judío. También Jordania y Egipto, que suscribieron tratados de paz y cuentan con embajada en Tel Aviv, se sumaron a la resolución de la Liga Árabe.
Cuando solo quedan cinco días para unos comicios en los que el primer ministro israelí, a punto de cumplir los 70 años, se juega su cuarta reelección consecutiva, Trump aún no le ha ofrecido ninguno de los regalos electorales con que le obsequió antes de las legislativas de abril. Ni siquiera se ha aludido desde Washington a la extensión de la soberanía al valle del Jordán.
Ante la segunda vuelta electoral que se dilucida la semana que viene, después de que le resultará imposible formar Gobierno y ser investido por la Kneset (Parlamento), Netanyahu parece un estadista en horas bajas en medio del mutismo de la Casa Blanca hacia su campaña. “Se ha convertido en rehén de las grandes expectativas que él mismo creó [con su relación privilegiada con Trump]. A cambio del traslado de la Embajada de EE UU a Jerusalén y del reconocimiento de la soberanía israelí sobre los Altos del Golán, ha glorificado al presidente republicano hasta el punto de convertirlo casi en un dios”, destaca el analista Chemi Shalev en las páginas de Haaretz. “Cualquier mínima tensión con Trump puede ser percibida ahora como un fracaso de Netanyahu”.
El jefe del Gobierno israelí viajó de forma imprevista la semana pasada a Londres para reunirse durante apenas media hora con Boris Johnson en plena crisis del Brexit. Presumiblemente acudió hasta Downing Street para tratar de intensificar la presión occidental sobre Irán mientras Trump empezaba a sopesar una reunión con el presidente Hasan Rohaní en el marco de la Asamblea General de la ONU a finales de mes.
“Este no es el momento de dialogar con Irán”, había advertido el mandatario israelí antes de volar a la capital británica. Cuando se percató ya en Londres de que sus palabras podían interpretarse como una poco sutil reprimenda hacia la política de Trump, se apresuró a señalar al mandatario francés Emmanuel Macron como destinatario de sus comentarios.
Comparte su imagen con la de Trump en los carteles electorales, pero no hay expresiones de respaldo como las de antaño. El desencuentro de Netanyahu con la Casa Blanca comenzó a fraguarse antes del aparente viraje de Trump sobre Irán. A mediados de agosto vaciló y tardó en adoptar la decisión de vetar la entrada al país a las congresistas demócratas Ilhan Omar y Rashida Tlaib, las primeras legisladoras musulmanas en la historia de Estados Unidos, abiertamente enfrentadas con el presidente republicano.
El Pentágono expresó dos semanas después su malestar por los tres ataques con drones supuestamente atribuidos a Israel contra milicias chiíes proiraníes en territorio de Irak, poniendo en peligro a tropas estadounidenses desplegadas en un país aliado.
Sin dos firmes valedores en Washington
Mientras tanto, dos de los mayores valedores de Israel en la Casa Blanca —el mediador para Oriente Próximo Jason Greenblatt y el consejero de Seguridad Nacional John Bolton— han sido destituidos de modo fulminante.
Netanyahu ya no parece contar con el mismo pleno respaldo de Trump que apuntaló su victoria, no concluyente, en las urnas el pasado mes de abril. Para Dan Saphiro, que fue embajador de EE UU en Israel bajo la Administración del presidente Barack Obama, “todavía puede darse un gesto dramático de apoyo de la Casa Blanca en la recta final de la campaña”. Pero también es posible que Trump, a quien solo le gusta rodearse de ganadores, intuya que el resultado de las elecciones es muy incierto y prefiera no verse asociado a un candidato perdedor” ha prevenido en el portal digital The Times of Israel.
Tres horas de retraso en la cita de Sochi
“No estamos dispuestos a resignarnos ante la amenaza de Irán en Siria y por ello debemos actuar”, advirtió Benjamín Netanyahu al presidente Vladímir Putin en la ciudad rusa de Sochi, según Efe. El primer ministro israelí, que ha expresado esa misma idea en casi una decena de ocasiones desde 2015 ante el líder del Kremlin, fue recibido con tres horas de retraso en la residencia de verano del mandatario ruso. Netanyahu, que también ostenta la cartera de Defensa, tuvo que hacer tiempo con un encuentro, aparentemente no programado, con el ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoygu.
Moscú y Teherán son aliados del régimen de Damasco en la guerra que se libra desde hace ocho años en Siria. Israel mantiene un sistem a de coordinación con Rusia desde septiembre de 2015, cuando el despliegue militar ruso en territorio sirio evitó la derrota de las tropas leales al presidente Bachar el Asad. Este mecanismo está destinado a impedir enfrentamientos accidentales entre aviones de combate de ambos países sobre el espacio aéreo sirio. “Los dos sabemos qué importante es [la coordinación] dada la latente amenaza que supone el terrorismo internacional”, le replicó Putin.
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