Un avión de combate del régimen sirio ha sido derribado en la tarde de este miércoles por grupos insurrectos asentados en la provincia de Idlib, según ha informado el Observatorio Sirio de Derechos Humanos (OSDH), sito en Londres. “Las informaciones sobre el paradero del piloto son ambiguas”, ha precisado el Observatorio en su página web. Por su parte, el grupo yihadista Hayat Tahrir al-Sham (HTS), afín a Al Qaeda y la fuerza dominante de la última provincia siria insurrecta, se ha responsabilizado del ataque y ha asegurado que ha capturado al aviador con vida. “El avión de combate fue abatido sobre la ciudad de Al Tamanah, en el sur de Idlib, donde una agresiva ofensiva del Ejército sirio ha desplazado a miles de personas”, ha dicho el grupo yihadista en un comunicado difundido a través de Telegram. Varios medios afines a las filas insurrectas han identificado al piloto como el coronel Hasan Ali al Raya, originario de la costera región de Tartús. Fuentes cercanas a Damasco han confirmado a EL PAIS el derribo del avión y la captura del coronel sin precisar si el militar fue apresado con vida.
“Se trata de un caza de fabricación rusa Su-22 que había despegado de la base aérea Al Tayfour en la provincia de Homs y estaba bombardeando Idlib”, asegura desde el anonimato y en mensajes de WhatsApp un activista sirio afín a HTS desplazado en la capital homónima de esta provincia. El derribo se produce en plena ofensiva de las tropas regulares sirias en el sur de Idlib, que en los últimos días han logrado recuperar varias docenas de poblados y situarse a escasos cuatro kilómetros de la estratégica ciudad de Jan Sheijún. Esta localidad, que en 2017 sufrió un mortífero ataque químico del que la ONU responsabilizó al Gobierno de Bachar el Asad, representa un importante corredor para las fuerzas yihadistas tanto para su avituallamiento, como plataforma para lanzar ataques hacia las posiciones de las tropas regulares sirias.
El repunte de los combates tiene lugar una semana después de que Damasco diera por finalizada la tregua que proclamó el pasado 2 de agosto y que nunca llegó a implementarse por ambos bandos. Idlib es la única de las 14 provincias sirias que escapa enteramente al control del Ejército sirio. Allí, unos 20.000 milicianos de corte islamista —un tercio de ellos extranjeros— se enfrentan a los soldados regulares sirios en lo que los expertos consideran la última batalla de la guerra civil siria.
Moscú ha mediado en repetidos acuerdos sellados entre Ankara y Damasco para establecer una zona de desescalada con la que prevenir una catástrofe humanitaria entre los cerca de tres millones de civiles —la mitad de ellos desplazados— así como evitar una estampida hacia suelo turco, que ya alberga a 3.6 millones de refugiados sirios. El pasado mes de abril, el último pacto volvió a fracasar tras la reactivación del fuego insurrecto y de los bombardeos por parte de las aviaciones rusa y siria. Al menos 3.300 personas han muerto desde entonces – 900 de ellas civiles- según el recuento que hace el Observatorio.
Más de media docena de potencias regionales e internacionales participan en la contienda siria saturando un cielo desde el que se han abatido ya varios cazas sirios, uno turco, otro israelí y dos rusos –el último en septiembre de 2018—. En cuanto a la factura humana, esta supera los 380.000 muertos avanzado el noveno año de guerra.
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