Griezmann hace al Atlético campeón de la Europa League

  17 Mayo 2018    Leído: 2164
Griezmann hace al Atlético campeón de la Europa League

En las todas las grandes noches del Atlético, sus genios se han negado a quedarse dentro de su lámpara. Ocurrió en Hamburgo con Forlán, hace ocho años.

Se repitió en Bucarest con Falcao, en 2012. Y se les echó de menos (mucho) en Lisboa y Milán. Este miércoles, cuando la intensa bruma de las bengalas marsellesas se disipó, sucedió lo mismo en Lyon. Desde la nada, porque el Atlético pasó inadvertido durante un buen rato, se asomó Griezmann a su final. Quién sabe si la última como rojiblanco. Apareció de repente para poner las dos manos encima a esa copa que pasaba tan cerca de su puerta. Porque aunque las finales se ganan con el corazón, siempre es mejor tener un genio de tu lado. Y así, de la mano del francés, fue como los rojiblancos volvieron a levantar un título cuatro años después. Aunque no entraba en sus planes, nunca está bien despreciar una copa. Y menos si es de este tamaño. [Narración y estadísticas: 0-3]

Porque al Atlético le pueden fallar muchas cosas, pero el instinto no tiene por costumbre hacerlo y por eso se lanzó Diego Costa a morder a Mandanda. Y por eso estaba ahí Gabi para convertir en asistencia la indecisión de Anguissa. Y, por eso también, irrumpió Griezmann para enmudecer a sus ruidosos compatriotas. Para engañar a todos menos a su cabeza y a su corazón. Con ellos también empujó el que fue su primer gol en una final.


Porque hasta ese fogonazo, transcurrieron 20 minutos incómodos y algo angustiosos para el Atlético. El novato en estas noches parecía él. Le costó saber qué era lo que había ido a hacer a Lyon. Como si no se lo hubiera recordado veces el ausente Simeone. Pero fue el Marsella el que empezó metiendo miedo. Primero con un zarpazo de su delantero Germain. Después, con otro de Rami. Las constantes imprecisiones rojiblancas eran gasolina para el motor marsellés, que fue carburando a tope con ese desconcertante arranque de su rival. Fue un pequeño baile de bienvenida que poco a poco se fue diluyendo. Tal vez porque Payet, su faro, comenzó a darse cuenta de que algo no iba bien. Minutos después del gol de Griezmann, la estrella del Olympique acabó marchándose entre lágrimas. Los problemas musculares que le habían convertido en la gran duda, le dejaban fuera del partido del año para su equipo.


Un problema menos para el Atlético que, sin embargo, tampoco se volvió loco por sacar pecho. Simplemente se dedicó a contener al valiente Marsella y poner la calma con la que le gusta vivir a este equipo. Los errores de muchos de sus adversarios son los que le habían llevado hasta la final de la Europa League y tenía pensado seguir alimentándose de ellos. Una simple fórmula pero que sólo el Atlético logra interpretar como ningún otro.

Aunque como la noche tampoco estaba para bromas, el Mono Burgos (o Simeone) decidió mover ficha en el descanso y quitar a Vrsaljko, que había vuelto a ver una amarilla demasiado temprano. Con el soponcio del Emirates aún reciente, Juanfran saltó al césped lyonés a toda prisa para defender el carril derecho durante el segundo acto.

Y cuando aún se estaba ajustando las botas, cuando la lluvia empezó a bañar con ganas el tapete francés, volvió a deslumbrar a todos un relámpago. Una luz cegadora llamada Griezmann. El Atlético se subió a la espalda del Marsella cuando Mandanda trataba de alejar un balón de su área. Y allí volvió a ocurrir lo mismo. Entre el fallo del rival y tres toques maestros entre Saúl, Koke y el francés, todo el estadio tuvo que postrarse. Griezmann ni se inmutó. Se quedó mirando a los ojos del meta rival y como si estuviera jugando en una calle de su Macon natal, dibujó un dulce y delicioso toque empapado de veneno. Era la certeza de que la Europa League volvería a viajar a Madrid por tercera vez en ocho años. Y la certeza, también, de que el Atlético pertenece desde hace tiempo a otro estrato social.


Diego Costa apenas se hizo notar. Pero tampoco era necesario. Su papel, como desde su regreso en enero, era despejar el camino a Griezmann. El hispano-brasileño se dedicó a esas batallas personales que tanto le motivan y que, también, le llevaron a ser advertido por Kuipers. Pero nadie echó en falta sus goles. Para eso ya estaba otro. El Atlético fue creciendo y acabó convertido en un gigante. Empezó en una cueva y acabó besando el cielo de Lyon. El bravo Marsella había quedado convertido en una estatua de sal, que sólo despertó al final, con un cabezazo al palo de Mitroglou.

Seguro que Luis sonrió desde arriba cuando vio marcar a Gabi. Y cuando vio salir a su niño, a Fernando Torres, que al fin tiene su trofeo, en el epílogo. Lyon ya no es una ciudad maldita. Es un nuevo Edén.

ElMundo

 


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