Hablan los muertos de Hezbolá

  29 Mayo 2016    Leído: 451
Hablan los muertos de Hezbolá
La milicia-partido libanesa ha perdido a un millar de combatientes en la guerra Siria
La viuda de un miliciano de Hezbolá visita la tumba de su marido en el nuevo cementerio en construcción de los mártires de Hezbolá en Dahie, periferia sur de Beirut.Ampliar foto

Poco se conoce del organigrama interno del partido-milicia libanés Hezbolá, una organización altamente jerarquizada y de cuyos líderes solo se descubren sus rostros el día que son enterrados como mártires. Son los muertos de Hezbolá, los que revelan la extensión de las guerras que libra su brazo armado. Fue precisamente la riada de ataúdes llegados de Siria, la que llevó a Hasan Nasralá, líder de la milicia, a admitir públicamente en 2013 su injerencia en el país vecino.

Dos semanas atrás, el Partido de Dios enterró a su último mártir, el comandante Mustafa Badreddine, máximo responsable militar en Siria. A su cargo estaban los entre 6.000 y 8.000 milicianos que se estima luchan junto a las tropas de Bachar el Asad. “El impacto de su muerte es más psicológico que estratégico”, valora Timur Goksel en Beirut, editor jefe de la revista online Al Monitor y con más de dos décadas de experiencia en la misión de paz de la ONU en Líbano. “Si le han matado los yihadistas, estos tenían información sobre sus movimientos y por lo tanto señala una brecha en su aparato de seguridad”, añade.

Su injerencia en Siria le ha costado a Hezbolá un millar de mártires y ha colapsado el cementerio de los mártires de Dahie, periferia sur de Beirut y feudo de Hezbolá. Allí, tumba de Badreddine preside la sala reservada a combatientes. A su izquierda se yergue la de su cuñado Imad Mughniyeh, uno de los fundadores del partido-milicia, asesinado por el Ejército israelí en 2008 en Damasco. Comparte tumba con su hijo Yihad Mughniyeh, también asesinado en Siria por la aviación israelí el pasado año. Otras 125 losas son testigos de la historia de Hezbolá. La mayoría de las lápidas datan de la década de los ochenta del siglo pasado, cuando surgió la organización como movimiento de resistencia ante la invasión israelí. Una hilera más abajo de la de Mahdi Nasralá, benjamín del líder de Hezbolá, está enterrado el hijo de Um Alí. “Hace 29 años que perdí a mi hijo en Líbano, ahora los jóvenes mueren en Siria”, se lamenta la mujer.

La milicia, mejor experimentada y armada que el propio Ejército libanés, justifica su presencia en Siria con la defensa de sus fronteras ante el avance yihadista de Al Qaeda y el Estado Islámico (ISIS por sus siglas en inglés). “Si no fuera por Hezbolá, no estaríamos aquí”, susurra Michel G., un policía local que manosea un rosario frente a la tumba de Badreddine. Cristiano del norte de Beirut, se reconforta de que la milicia se interponga entre el ISIS, que pugnaa por penetrar en el Líbano por su frontera este, y su aldea. Sin embargo, los hombres de Hezbolá han caído también lejos de la frontera, en Damasco, Alepo o Quneitra (al sur de Siria).

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