Los 1.214 kilómetros de frontera entre Portugal y España reabren por fin: quedan atrás los controles, las trabas y las expulsiones de ciudadanos que no reunían los requisitos. Después de tres meses de aislamiento, la península ibérica puede volver a presumir de fraternidad, de fluidez, de tránsito a partir de este 1 de mayo.
El primer ministro portugués, Antonio Costa, declaró hace menos de dos semanas en Andorra que la reapertura no se contemplaba todavía, que no era el momento… pero las protestas de los alcaldes gallegos no han dejado de resonar y han formado un auténtico ‘lobby’ al que le han hecho más caso en Lisboa que en Madrid.
Tanto es así que el propio Costa tuvo que escuchar y aguantar las airadas protestas en contra del cerrojazo el pasado 25 de abril, cuando protagonizaba en Valença do Minho una de esas inauguraciones a las que tan aficionado parece ser últimamente. Se trataba de la electrificación de una vía férrea, pero hasta él llegó el eco de los gritos de los hombres y mujeres que han visto cómo sus negocios se hundían debido al colapso provocado por la falta de movimiento humano.
De modo que se ajusta a las circunstancias decir que se guarda para la historia reciente este ‘apagón’ que ha durado más de lo inicialmente previsto, concretamente desde el pasado 31 de enero, y que los puestos fronterizos vuelven a mostrar su lado más permisivo a causa del clamor popular.
Nada extraño si tenemos en cuenta que el bloqueo económico derivado del cierre estaba ahogando a los ocho millones de habitantes de las franjas colindantes que se extienden desde Galicia hasta Andalucía, pasando por Zamora, Salamanca y las dos provincias extremeñas.
Durante estos tres meses de candado, solo podían pasar los ciudadanos que acreditaran tener la nacionalidad de destino y los miles de empleados transfronterizos (14.000 solo en Pontevedra, Orense y sus espejos en el área del río Miño y de Trás-os-Montes), así como el personal de emergencias y los que transportan mercancías. Ahí se reducía el trasvase, que suele ser mucho mayor.
Así, cientos de portugueses suelen cruzar para comprar gasolina y butano, sendas fuentes energéticas bastante más baratas al otro lado. Basta el ejemplo de las bombonas, que se venden a 38 euros en territorio luso, mientras que cuestan 13 en España.
Y ese tráfico ha estado interrumpido para todos aquellos que no tenían una justificación laboral. Lo mismo con el incesante turismo gastronómico de Badajoz a Elvas, Campo Maior o Évora. De hecho, un portavoz de los hosteleros locales reconocía que el 80% de sus clientes eran españoles. Eran y… se espera que sean de nuevo, en especial porque se observa un gran anhelo por recuperar la libre circulación.
Otra de las situaciones tiene que ver con las familias rotas por la separación porque hay personas que tienen a hermanos o primos ya cambiando de país (y de hora).
Salir del ostracismo
Pero es que los inconvenientes se han extendido hasta el simple momento del paso de un lado a otro: solo siete casetas transfronterizas funcionaban las 24 horas… siete de norte a sur.
Levantar las restricciones justo el día del Trabajador es una buena señal para muchos de todos estos protagonistas a nivel cotidiano. Tal vez el símbolo de que la economía desea recuperarse del ostracismo y de que la sociedad ansía fusionarse otra vez, como realmente acontece a unos niveles que sorprenderían a más de uno.
Han podido verse en las proximidades de la localidad pontevedresa de Tuy pancartas en inglés diciendo que, si la frontera hubiera permanecido cerrada, no quedaba descartado acudir a la justicia europea, en vista de que España ha seguido teniendo abiertos los accesos a Francia, igual que viene ocurriendo entre Austria y Alemania o entre Holanda y Bélgica.
«¿Para esto sirve la UE? Para eso, fuera y nos ahorramos ese dinero», declara Esther, que trabaja en una peluquería cerca de Castro Marim (Huelva) aunque su domicilio está en Ayamonte.
«Estamos contentos si se reabren las fronteras, pero el daño ya está hecho», nos cuenta un portugués nacionalizado español que vive frente a Galicia. Normalmente, no necesita más que cruzar un puente y en unos minutos llegaba a su lugar de trabajo al otro lado de la frontera. Pero, si no se accede a través de alguno de los puntos autorizados con horario ininterrumpido, el único recurso era recorrer más de 100 kilómetros para poder pasar. Ahora, finalmente, se acaba esa pesadilla.
Diferente objetivo tienen las quejas de Luis Fernando de la Macorra, un profesor de la Universidad de Badajoz que reside en Elvas y que atraviesa el paso de Caia cuatro veces al día: va a trabajar, vuelve a casa para comer, regresa para la jornada vespertina y retorna a su domicilio.
«¿Qué sentido tenía todo esto? A mí que me lo expliquen», decía una mujer de avanzada edad ante las cámaras de la TV portuguesa. Se refleja en su rostro la alegría por la reapertura, pero se alterna con la enorme incertidumbre de saber si será capaz de recuperar la clientela que tenía.
abc
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