Cuando el pasado 8 de diciembre la nonagenaria británica Margaret Keenan recibió la inyección de la vacuna de Pfizer-BioNTech contra el covid-19, convirtiéndose en la primera persona del mundo en ser inmunizada con ella al margen de ensayos clínicos, su fotografía dio la vuelta al mundo. La visión de una plácida Keenan recostada en el sillón, ataviada con una camiseta con un feliz pingüino navideño, se convertía en la imagen de la esperanza para 2021. No obstante, antes que ella, más de un millón de chinos habían sido vacunados de “emergencia” con dosis elaboradas por farmacéuticas de este país desde el verano, sin que aquello apenas hubiera trascendido. Sin que las bolsas y la ciudadanía global se fueran contagiando del tan necesitado optimismo.
Hay una plétora de razones para ello, algunas científicamente justificadas y otras con raíces más bien geopolíticas, mercadotécnicas y psicológicas, pues no es descabellado contar con la desconfianza, irracional o no, que puede suscitar una vacuna china, elaborada en el país en el que comenzó la pesadilla. En el lugar donde hace un año arrancó una pandemia que se ha cobrado más de 1,5 millones de vidas en todo el mundo, arrastrando a la economía global hasta el peor hundimiento desde la Gran Depresión de 1929.
Entre las razones científicas, cabe destacar que Pfizer-BioNTech (la alianza formada por la farmacéutica estadounidense y la compañía biotecnológica alemana) fue pionera en anunciar a comienzos de noviembre que, según un primer análisis basado en los resultados de la fase tres —la última— de los ensayos clínicos, su eficacia era del 90%.
Como Pfizer-BioNTech, la biotecnológica estadounidense Moderna, que también elabora una vacuna de ARN mensajero (ARNm), por la que el paciente genera una parte de la proteína del virus para provocar una reacción del sistema inmunológico, reveló poco después la efectividad de su vacuna (del 95%). Por su parte, la Universidad de Oxford y la farmacéutica británica AstraZeneca, artífices de una constituida por virus que afectan a chimpancés, modificados para que se parezcan al SARS-CoV-2, anunciaron más adelante unos datos confusos, situando su eficacia entre el 62 y el 90%. El Instituto ruso Gamaleya también ha confirmado recientemente la vigencia del 91,4% de su prototipo Sputnik V.
¿Es segura la vacuna china?
Sin embargo, las vacunas chinas inoculadas con consideración de “emergencia” no disponen aún de eficacia oficial publicada, con cuatro actualmente fabricadas por compañías del país (dos por la farmacéutica estatal Sinopharm, una por Sinovac y otra por CanSino, utilizada sobre todo por el Ejército) en la fase tres de los ensayos. Inicialmente pensadas para trabajadores en “primera línea” de riesgo, como personal médico, antes de llegar a la tercera fase de los ensayos, se han ido extendiendo a empleados de empresas estatales en el extranjero. “Se trata de una iniciativa inusual que se emplea en situaciones como una pandemia”, apunta Jerome Kim, director del Instituto Internacional de Vacunas (IVI), una ONG con sede en Seúl (Corea del Sur). No solo China dio luz verde a su utilización de “emergencia”, Rusia y Emiratos Árabes Unidos también lo hicieron para la Sputnik V rusa y varias vacunas chinas.
La falta de información sobre las vacunas en fases tan preliminares y un escaso seguimiento de los efectos secundarios despierta las dudas sobre su seguridad. “Básicamente, estás dando la vacuna y dejas marchar a la gente esperando obtener algo de información, pero no es obligatorio como en los ensayos regulados”, añade Kim. Por su parte, las autoridades y las compañías chinas aseguran que las vacunas son seguras y los efectos secundarios escasos, como mucho, fiebres bajas, picores, fatiga y mareos.
El organismo competente chino está aún evaluando los resultados de la tercera fase, con un hándicap claro: al no haber contagios suficientes en este país desde hace meses, los ensayos han tenido que continuar en el extranjero. Realizados en más de una docena de países, incluyendo Brasil, Indonesia, Pakistán y los Emiratos Árabes Unidos, la recolección e interpretación de los datos recopilados en diferentes idiomas y a través de diversas metodologías puede resultar más ardua. “China está sintiendo una enorme presión, siente que cualquier fallo puede ser un golpe mortal para su reputación, como ocurrió con la distribución de mascarillas defectuosas”, considera Kim.
Lo que lleva a pensar que un retraso en su publicación no tiene por qué ser señal de mala praxis o falta de transparencia, sino que podría garantizar incluso un análisis más riguroso. Que hay prisa por hallar soluciones es innegable, con vacunas normalmente necesitando años para su desarrollo, y no meses. No todas las compañías han acompañado, además, la revelación de los resultados con una publicación más detallada en revistas científicas, como es costumbre. El propio Anthony Fauci, el científico más prominente en enfermedades infecciosas de EEUU, sugirió inicialmente que las autoridades regulatorias de medicamentos británicas se habían precipitado en aprobar el uso de la vacuna de Pfizer-BioNTech, de lo que luego se retractó. La Administración de Alimentos y Medicamentos de EEUU (FDA, por sus siglas en inglés) dio, de hecho, su espaldarazo a esta misma vacuna apenas cinco días después de Reino Unido, el 13 de diciembre, arrancando inmediatamente la campaña de vacunación. Canadá también la autorizó.
En cuanto a las vacunas chinas, Emiratos Árabes Unidos (EAU) fue el primer país en anunciar el registro de una de las de Sinopharm el pasado día 9, tras la revisión de un análisis provisional de los ensayos clínicos de la fase 3 en su territorio, asegurando una eficacia del 86%. Bahréin se sumó poco después, dando un respaldo más a la vacuna de la farmacéutica estatal china. Por el contrario, Perú anunciaba recientemente la suspensión de los ensayos de dicha vacuna en el país mientras investiga si un “suceso adverso” ocurrido a uno de los voluntarios tenía que ver con el suministro. En Brasil, que prueba CoronaVac, desarrollada por Sinovac, la situación ha adquirido un cariz más político: mientras las autoridades regulatorias estatales (Anvisa) han criticado la falta de transparencia de China, el gobernador de Sao Paulo, un enemigo del presidente Jair Bolsonaro, a su vez adversario de Pekín, ha asegurado la intención de dicho estado de empezar a vacunar con ella a sus residentes en enero. “Esperas que los organismos regulatorios estén por encima de la política y solo se basen en pruebas científicas, pero no siempre es así”, añade Kim.
La “diplomacia de la vacuna”, por lo tanto, ha comenzado, con las dosis producidas por las grandes farmacéuticas occidentales ganando de momento la “carrera” de la distribución en el mundo desarrollado, sobre todo Europa y Norteamérica. A medida que la pugna se acelera, los expertos ven una clara divergencia. Los países de renta más alta están comprando suficientes vacunas, sobre todo no chinas, para inocular a su población varias veces, mientras las compañías de la segunda economía mundial están teniendo éxito entre naciones más pobres, impulsando la imagen de Pekín como líder del mundo en desarrollo.
El presidente chino, Xi Jinping, ha prometido, de hecho, convertir las vacunas en un “bien global de uso público”. “Ayudaremos a países en desarrollo a que tengan acceso a la vacuna y puedan sufragarla”, se comprometió recientemente Wang Wenbin, un portavoz del Ministerio de Exteriores chino. Aparte de precios en principio más bajos, las vacunas chinas, que utilizan un método más tradicional, basado en la inoculación de restos desactivados de virus para que el cuerpo reconozca la amenaza y fabrique anticuerpos, cuentan con una ventaja esencial. Las de Sinopharm y Sinovac pueden almacenarse a una temperatura de entre dos y ocho grados, mucho más asequible para países sin infraestructura adecuada que la de Pfizer-BioNTech, que requiere conservarse a menos 70 grados centígrados.
Hay, no obstante, una preocupación de fondo clave. Muchos de los países en vías de desarrollo no disponen de organismos competentes que evalúen de forma independiente los resultados de los ensayos, como sí han podido hacer Emiratos Árabes Unidos o Indonesia, que ya ha recibido 1,2 millones de dosis de la vacuna de Sinovac. En caso de no tenerlos, su única opción es confiar, de momento, en la palabra de China. Algo que Camboya, aliado clave de Pekín en el sureste asiático, se ha negado a hacer por ahora. “No somos un basurero. No seremos su conejillo de Indias”, ha enfatizado su primer ministro, Hun Sen.
China, no obstante, confía en sus capacidades. Se espera que Sinopharm fabrique hasta 600 millones de dosis a finales de año y que aumente su capacidad de producción hasta lograr los mil millones para el próximo. Mientras, la comunidad científica confía en que vaya publicando más información sobre los ensayos que calmen los ánimos sobre su fiabilidad. “Su aprobación dependerá de la calidad y seguridad que muestren los datos. En este momento es difícil saber si las vacunas chinas son eficaces para prevenir el covid-19”, señala Ooi Eng Eong, codirector del Centro de Investigación Vírica y Medicina Experimental de la Universidad Nacional de Singapur, que elabora su propia vacuna.
El mismo Singapur, país que ha pretendido siempre mantener la equidistancia entre China, clave para su desarrollo económico, y Estados Unidos, valedor de su seguridad, no descarta recurrir a la vacuna china en el futuro, tras aprobar recientemente la de Pfizer-BioNTech. “Creo que Singapur dará luz verde al uso de más de una vacuna, incluyendo las chinas”, agrega Eng Eong.
¿Podría ocurrir que, como planea Singapur, Estados Unidos o Europa occidental acaben recurriendo también a las vacunas chinas? “Siempre que hablamos con países sobre utilizar vacunas de China, hay muchas dudas”, admite Kim. Las compañías chinas cuentan con opciones para mejorar su reputación internacional, como solicitar la aprobación de sus vacunas a la Organización Mundial de la Salud (OMS) o, incluso, a la FDA estadounidense, lo que algunos expertos ven viable. Sin ese reconocimiento, y pese a haber demanda mundial de sobra, se presume que las vacunas chinas quedarán relegadas a un segundo plano. “Muchos de los componentes que forman parte de productos que tienen la aprobación de la FDA proceden de China, así que, ¿por qué no las vacunas? Esperemos que la política no se inmiscuya en las cuestiones regulatorias”, remacha Kim.
elconfidencial
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