La revolución de las modelos que no son de carne y hueso

  22 Diciembre 2019    Leído: 751
La revolución de las modelos que no son de carne y hueso

¿Qué es real y qué es fantasía en un mundo dominado por la imagen? La moda se enfrenta a su eterna pregunta a través de la tecnología.

Dagny, la protagonista de la portada del número impreso de S Moda, es una belleza nórdica a quien unos ojos un poco más separados de lo convencional dan un toque alienígena que las pecas apenas contrarrestan. Lleva un año trabajando para la agencia británica The Diigitals, que solo representa a siete modelos. La más famosa de ellas es la supermodelo negra Shudu. Dagny no es real. O, como dice la compañía Brud sobre su creación, la influencer virtual Lil Miquela, es tan real como Rihanna.

Tendemos a creer a nuestros propios ojos. La imagen aún goza de una legitimidad que el texto ha perdido en los últimos años, arrastrado por la crisis de un sistema informativo que ha cambiado para siempre con Internet. Quizá vivamos los últimos tiempos de acercamiento inocente a la foto y el vídeo, cuando una modelo virtual en una portada pueda confundir a alguien.

Hoy, cuando la tecnología permite manipular un discurso político o una escena pornográfica en minutos y difundirlo por medio mundo en horas, la confianza es un atavismo, un pesado recuerdo del mundo analógico. Igual que esta década aprendimos que toda imagen podía estar retocada, en el decenio que entra dejaremos de dar por hecho que detrás de una imagen hay un humano de carne y hueso. Viviremos con la duda, nos adaptaremos y le veremos sus ventajas.

¿Qué diferencia a esta mujer imaginaria de Lara Croft o de las presentadoras robóticas de noticias que existen en China? La cuestión no es técnica. Dice el científico de redes Albert-László Barabási que en los mercados donde el valor auténtico es difícil de juzgar desde fuera (como el arte moderno o la moda) es la red existente quien lo decide.

Si las maquilla Fenty, protagonizan campañas de Balmain y editoriales en prestigiosas publicaciones de moda como Vogue, WWD o Dazed and Confused, es que son modelos, no renders. Dagny no es modelo porque su creador lo diga (¡ay!, cuántas mujeres perfectas habrán sido dibujadas en las habitaciones de adolescentes de todo el mundo). Dagny es modelo porque Gucci la ha vestido de forma exquisita y S Moda la ha fotografiado para su portada.

La industria ha abrazado a mujeres como Shudu, Dagny o Lil Miquela en los últimos dos o tres años, en el auge de Instagram. En el campo de batalla del mundo de la moda, para salir a pelear no es necesario un cuerpo físico, solo su simulación. Creímos que llegado el momento los robots se fabricarían un cuerpo. Lo que no sospechábamos es que no haría falta, porque al vivir en Internet nosotros nos desprenderíamos del nuestro. Instagram nos ha preparado para este momento, acostumbrándonos a jugar con nuestra identidad a través de los filtros, de la presencia constante del otro y su aprobación, de la imaginación rellenando los huecos en la vida ajena. Mientras las modelos de carne y hueso dan un toque premeditado de irrealidad a sus vidas en Instagram, las cuentas de las virtuales añaden un toque humano. Demasiada perfección y la modelo no sirve, demasiada humanidad y tampoco. Pudiendo empezar desde cero, decidimos crear algo muy parecido al ser humano.

Una top es un ser genéticamente excepcional, un accidente de la estadística y la naturaleza. Las maniquís virtuales eliminan la incertidumbre y por eso invierte en ellas Silicon Valley. No parece algo personal: si pudieran hacer con los consejeros delegados o con los deportistas lo mismo que con los conductores –sustituirlos por algoritmos embebidos en los coches autónomos– irían a por ello. ¿Qué precio tendría en el mercado un Messi incapaz de envejecer, un Steve Jobs inmortal? Parecido al de una Kate Moss siempre bella. El premio es demasiado grande como para no intentarlo.

Además de la genética, lo que distingue a las supermodelos desde los años ochenta es su carácter, su vida, su carrera, sus orígenes. En otras palabras, la narrativa que las diferencia de meros avatares. La inglesa indómita, la aristócrata elegante, la superviviente. De momento, la historia de las primeras modelos virtuales se limita a su novedad. Poco más que su existencia le exigimos a Dagny, pero eso no será eterno. «En los próximos meses vamos a someter a votaciones regulares los detalles de las modelos y juntos vamos a formar su identidad», anunció su agencia en Instagram. Esa es otra ventaja: pueden adaptarse a su audiencia casi al instante en función de unos datos. ¿Demasiado normativa, demasiado conforme con el mundo? Solucionable sin dramas y sin cirugía. Lo que la evolución y la cultura han tardado miles de años en construir como ideal puede ser logrado con eficacia científica analizando visitas, likes y seguidores. La formación de la voz es más tradicional. Shudu, la primera supermodelo virtual, emplea a una escritora que elabora sus textos en redes y responde por ella a las entrevistas.

No sería raro que abrazáramos pronto a estas modelos. Desde Frankenstein a los Sims, la historia de la literatura, el cine o los videojuegos no es más que nuestra devoción por los personajes de ficción. Demostramos apego por los robots, y por ello se invierte en transformarlos en cuidadores de una población envejecida. Tenemos, además, una larga historia adaptando nuestro yo a la red. Hace 20 años nadie publicaba su foto en Internet ni daba su nombre real. Hoy estamos muy cerca de tener dobles virtuales.

Imágenes del proceso de creación del editorial de moda en el que se han replicado por ordenador vestidos de firmas reales para adaptarlos a Dagny, la modelo virtual.
Actores y modelos son los primeros que experimentan con ellos. En El irlandés, Martin Scorsese ha rejuvenecido digitalmente a Robert De Niro y a Al Pacino varias décadas. ¿Por qué levantarse de la cama y contaminar volando hasta Singapur junto a un enorme equipo de trabajo cuando casi lo mismo puede ser conseguido de forma más eficiente?

La que empieza será la década de los Z, una generación a la que se le ha acabado la paciencia con los boomers, los X y los milénicos por su incapacidad para entender las identidades en toda su complejidad y por permitir un mundo al borde del colapso. Descartados los imaginarios de generaciones anteriores, la tecnología les proporciona infinitas posibilidades de crear ellos mismos los seres con quienes identificarse, tan fluidos y sostenibles como deseen.


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