La Cámara Baja en Nueva Delhi consumó ayer la supresión del estado de Jammu y Cachemira, ahora dividido y degradado a la condición de dos meros “territorios de la Unión”. Pero los cachemires siguen ahí y los incidentes de violencia empiezan a aflorar, pese al bloqueo a que ha sido sometido el valle, privado de internet y de comunicación telefónica desde hace más de dos días. Nueva Delhi, previsora, distribuyó antes cientos de teléfonos por satélite entre sus hombres.
La jugada política más radical de Narendra Modi ya ha empezado a elevar la temperatura, no sólo en Cachemira sino también en su nuclearizado vecindario. El ejército pakistaní emitió ayer un comunicado en el que se declara “dispuesto a todo”. Mientras que China –especialmente molesta por el desgajamiento del Ladakh de cultura tibetana– calificaba la decisión india de “inaceptable” y “sin consecuencias legales”.
Constitucionalistas indios califican como “fraudulenta” e “ilegal” la revocación del estatus cachemir
El antiguo principado de Cachemira es un territorio en disputa para la ONU. Tanto Pakistán como India lo reclaman entero, como recordó ayer el irredentista ministro del Interior, Amit Shah, en Nueva Delhi: “Que quede constancia en este Parlamento de que cuando me refiero a Cachemira me refiero también a la ocupada por Pakistán y por China”.
A pesar del despliegue de setenta mil soldados extras en el que ya era el valle más militarizado del mundo, The Hindu revelaba ayer una quincena de enfrentamientos a pedradas con antidisturbios, de hasta seis horas. Un hospital de Srinagar habría atendido a seis heridos de bala.
Quien fuera hasta hace semanas líder de la oposición, Rahul Gandhi, considera “anticonstitucional y antidemocrático” que se haya “encarcelado a líderes políticos en localizaciones secretas”. “Modi ha violado la Constitución”, exclama.
Lo cierto es que Cachemira ha sido descabezada hasta de sus políticos más cercanos a India. Dos de sus antiguos jefes de gobierno están detenidos en un lugar no revelado y un tercero está en arresto domiciliario.
Culminando el sueño de la derecha nacionalista hindú, el país tiene desde ahora una sola bandera. El Parlamento de Nueva Delhi tal vez pueda arrebatarle a Cachemira su condición de estado y hasta su bandera (la única que estaba autorizada a ondear en India además de la de la Unión). Lo que no puede hacer –menos aún con nocturnidad y alevosía– es arrebatarle los setenta mil muertos de los últimos treinta años de conflicto. Entre los hindúes, los cadáveres se vuelven humo, pero entre los musulmanes se convierten en decenas de miles de tumbas, en un valle de ensueño pero inundado por las lágrimas de sus viudas. Enterrando la política, Modi ha dado el disparo de salida a un nuevo ciclo sangriento. No lo dice el ISI pakistaní, sino el exjefe de la inteligencia india, Amarjit Singh Dulat: “Podríamos ver un repunte de la violencia, no sólo en Cachemira sino en todas partes”. El politólogo Pratap Bhanu Mehta lo ha dicho de otro modo: “El BJP cree que va a indianizar Cachemira, pero podríamos ver la cachemirización de India”. Palaniappan Chidambaram, que fue ministro del Interior tras el asalto terrorista a Bombay –perpetrado en el 2008 por pakistaníes en nombre de Cachemira– ha dicho que “quedará para la historia como un gran error” y podría desembocar “en el desmembramiento del país”. Un constitucionalista, AG Noorani, califica de “ilegalidad” y de “fraude” el procedimiento.
Pero la propaganda atronadora en que se ha convertido la política india recuerda a un partido de críquet. Ese tipo de partido en el que siempre se impone Pakistán, aunque sea un Pakistán hindú.
Mientras tanto, muchos cachemires que viven en el resto de India, fácilmente identificables por su fisonomía, se declaran preocupados por su seguridad. Y sobre todo, se sienten traicionados.
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