Como bien sostiene Andrés Oppenheimer en su libro Sálvese quién pueda, El Futuro del Trabajo en la era de la Automatización, el 47% de los empleos corren el riesgo de ser reemplazados por robots y computadoras con inteligencia superior en los próximos 15 o 20 años.
General Motors llegó a tener 618.000 empleados en su época más exitosa, en tanto Tesla y Google que fabrican autos sin chofer, tienen en sus nóminas entre 30 y 50.000 trabajadores. Ya no existen claro está, ni las ascensoristas, ni las operadoras telefónicas y los meseros en Japón empiezan a ser sustituidos, dado que estos son reemplazados por cintas de movedizas, por donde circulan los platos con los alimentos, al igual que en innumerables periódicos los resultados deportivos y las noticias bursátiles ya son redactadas con máquinas inteligentes. ¿Cómo imaginar que los abogados, contadores, médicos, vendedores de seguros, taxistas, bibliotecarios y agentes aduaneros y de viajes, entre otras profesiones corren un peligro real de desaparecer en un muy corto plazo?
Hoy en día, un robot puede ejecutar un operación oftalmológica con precisión superior a la de un ser humano y desde lugares remotos, ya que el paciente puede estar en la cama de un hospital en la Ciudad de México, en tanto el aparato quirúrgico puede ser manipulado a control remoto desde Japón. Los ingenieros y al mismo tiempo cardiólogos, ya pueden diseñar y fabricar un marcapasos y al rato hasta un corazón con las famosas impresoras 3D. Se calcula que para el año 2025, que ya está a la vuelta de la esquina, entre 110 a 140 millones trabajadores manufactureros, oficinistas y profesionales perderán su empleo. La automatización podría hacer desaparecer 73 millones de empleos estadounidenses en 2030...
Resulta imposible suponer siquiera las consecuencias sociales de semejante cambio que ya empieza a ocurrir, sobre todo si no se pierde de vista que la capacidad de las computadoras aumenta 100% cada 18 meses, o sea, el poder de estas máquinas aumentará 10.000% en 10 años. El futuro ya nos alcanzó.
Como bien dice el propio Oppenheimer “el porcentaje de gente que trabajaba en la agricultura en EE UU cayó del 60% en 1850, al 5% en 1970 y al 2% en el siglo XXI”. Estamos viviendo una nueva revolución industrial, en la inteligencia que los avances tecnológicos son mucho mas acelerados y dramáticos que cuando aparecieron las primeras máquinas textiles que desplazaron a decenas de miles de trabajadores manuales en el siglo XIX. ¿Cómo explicarles a nuestros abuelos que ahora es posible saber en donde se encuentra Nigeria con preguntarle a un teléfono, en donde aparecerá un mapa con todo género detalles, o comprar entradas para la ópera o boletos de avión o escuchar 10.000 canciones en el celular o ver películas en el celular?
Las anteriores reflexiones, entre otras tantas más imposibles de incluir en este reducido espacio, vienen al cuento a raíz de la carta enviada por López Obrador, presidente de México, al rey de España para que éste se disculpara de los crímenes cometidos por los conquistadores españoles hace 500 años... Horror de horrores... Resulta ciertamente temerario tratar de dirigir un país viendo el espejo retrovisor, en lugar de clavar la mirada en el futuro que nos estará atropellando con la fuerza de un poderoso tsunami en los muy próximos años por venir.
Donald Trump ganó en buena parte las elecciones en Estados Unidos, al haber acusado a los migrantes de haberle robado puestos de trabajo a los estadounidenses: ¡Falso! Los empleos se estaban perdiendo, están perdiendo y se seguirán perdiendo, en razón de automatización, de la mecanización de la actividad económica y profesional, como un fenómeno de nuestro tiempo, en el entendido que la mayor cantidad de líderes políticos nuestros días no están diseñando estrategias para absorber a los millones de desempleados que en el corto plazo se quedarán sin recursos para su manutención ni para la de los suyos. La efervescencia social resulta indescriptible.
Reclamarle al rey España lo ocurrido hace 500 años, en lugar de poner atención en las terribles amenazas propias de la robotización podría parecer un cuento de mal gusto si no fuera por la tragedia social que se avecina en términos precipitados e incontrolables.
Elpais
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