Bautizada como Presa del Salto de Torrejón, las obras de construcción empezaron en 1959 y estaba llamada a ser una de las más ambiciosas obras de ingeniería hidrológica que se estaban llevando a cabo, debido a que se iba a aprovechar que en aquel punto tan solo había una separación de apenas cincuenta metros entre las cuencas de ambos ríos, se levantaría una presa en cada uno, se construiría un acceso a través de un túnel que podría evacuar agua de un lado al otro (según la necesidad) y ambas estarían controladas por una única central hidroeléctrica.
Pero la obra que debía ser uno de los orgullos del régimen (todo estaba previsto para finalizar las obras a mediados de 1966 y que fuese inaugurada por el propio Jefe del Estado) acabó convirtiéndose en algo de lo que apenas se habló y pasó muy desapercibido en su época (sobre todo en la prensa) debido al accidente que tuvo lugar el mencionado 22 de octubre de 1965.
Una serie de malas decisiones por parte de los responsables de la megalítica obra llevó a que la presa llegase a los límites de su capacidad. Querían probar la eficacia de los aliviaderos (los canales por donde debía salir el agua sobrante para evitar desbordamientos), pero no se contó con un importante factor: el meteorológico.
Aquel mes de octubre estaba siendo especialmente lluvioso, por lo que la capacidad de agua embalsada superaba los cálculos de los ingenieros. El túnel que unía los ríos Tajo y Tiétar se inundó y a primera hora de la mañana (alrededor de las 9:30) una potentísima tromba de agua hizo ceder una de las compuertas del aliviadero saliendo hacia el exterior llevándose todo lo que se encontraba por su camino.
Centenares eran los obreros que en aquellos momentos se encontraban trabajando por los alrededores y a un gran número de ellos los arrastró la corriente de agua. Otra mala decisión se tomó sin medir las consecuencias: se ordenó abrir alguna de las compuertas para dejar salir el exceso de agua y así comprobar cuál había sido el alcance de los daños en las presa. Esto hizo que se liberaran en pocos minutos una gran cantidad de agua que terminó de hacer más grande la tragedia.
Numerosísimos fueron los obreros desaparecidos y no se fue recuperando el cuerpo de muchos de los fallecidos hasta bastantes días después.
Pero desde el gobierno de Franco se trató de darle la menor difusión a dicha tragedia. Evidentemente se debía informar de ello, pero se hacía de una manera muy sesgada y sin dar demasiados detalles. Los periódicos del día siguiente llevaban algún apunte sobre el accidente, pero a pesar de la importancia que había tenido no aparecía en portada sino en páginas interiores y sin estar demasiado destacadas.
Por ejemplo, La Vanguardia Española tituló la noticia (en la página 7 del diario del día 23) “Gran avenida de agua en el pantano de Torrejón el Rubio. Un obrero muerto, dos heridos graves y quince desaparecidos”. Sin embargo, el día 24 el titular de este mismo periódico era: “Se normaliza la situación en el embalse de Torrejón del Rubio. Aún no se puede determinar el número exacto de víctimas”, apareciendo en la página 6 y ocupando tan solo menos de una cuarta parte de la página.
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