La canciller alemana, Angela Merkel, el primer ministro británico, David Cameron y el presidetente francés, François Hollande, el pasado marzo en Bruselas. REUTERS
Hablar de debate sería exagerado. A un mes del referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea (UE), previsto para el 23 de junio, la mayoría de los responsables políticos franceses ha decidido limitar sus declaraciones al respecto. En el Gobierno, la justificación es la siguiente: “Si hemos optado por no intervenir en la campaña, ha sido en primer lugar porque se trata de una decisión soberana del pueblo británico. Y en segundo porque creemos que, en el mejor de los casos, nuestra intervención tendría una influencia limitada y, en el peor, sería contraproducente”, explica Harlem Désir, secretario de Estado a cargo de los asuntos europeos. El propio François Hollande se ha mantenido muy discreto: desde la cumbre franco-británica del 3 de marzo en Amiens, durante la cual declaró que el Brexit tendría consecuencias negativas para los británicos en materia de flujos migratorios, el presidente francés ha evocado el asunto una sola vez —y además mediante una mera alusión al “riesgo de fragmentación” de Europa— durante un coloquio sobre “la izquierda y el poder” celebrado el 3 de mayo en París.
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En la oposición, se ha observado la misma discreción, pero por una razón diferente: a seis meses de las primarias en las que se decidirá el candidato de la derecha a las presidenciales de 2017, los principales dirigentes del partido Los Republicanos (LR) intentan resaltar dos cosas: por una parte, lo que les distingue a los unos de los otros y, por otra, lo que les opone al Gobierno. Sin embargo, desde esta perspectiva, el Brexit no es un tema muy propicio: no es ni un objeto de controversia en el seno de la derecha ni un motivo de discordia entre esta y el Gobierno. Cuando Nicolas Sarkozy asegura que el Brexit sería “una catástrofe para [los británicos] y para nosotros”, o cuando Alain Juppé afirma que “no sería bueno para nadie”, pues “la Unión Europea, ya fragilizada, se debilitaría aún más”, están diciendo lo mismo que el Sr. Hollande, aunque su situación actual les permita una mayor libertad de tono que al jefe del Estado.
Aunque no desata pasiones políticas, el puesto del Reino Unido en la UE tampoco es objeto de consenso en Francia. Uno de los pocos sondeos publicados recientemente lo demuestra. Según este estudio, realizado el 21 y 22 de abril por el instituto BVA para iTélé y Orange, el 58% de los franceses desean que el Reino Unido permanezca en la UE, mientras que un 40% son de la opinión contraria. Un aspecto destacable: en esta cuestión, la línea divisoria no se sitúa entre la izquierda y la derecha, pues tres cuartas partes de los simpatizantes del PS y de LR se oponen al Brexit. La verdadera frontera está entre la extrema derecha y el resto del espectro político. El Frente Nacional (FN) es el único de los grandes partidos franceses que milita activamente por la salida del Reino Unido de la UE. Una posición que, según el BVA, aprueba el 77% de sus simpatizantes.
¿Cómo explicar esta falta de consenso? Sin duda la historia tiene algo que ver, pues el debate sobre el Brexit despierta en Francia recuerdos precisos que se remontan a los comienzos de la Quinta República. En aquella época, el general De Gaulle vetó dos veces la entrada del Reino Unido en la Comunidad Económica Europea (CEE). En un primer momento, esta decisión chocó con la opinión dominante antes de ser aprobada por la mayoría de los franceses. “Antes de los dos vetos, en 1963 y 1967, la mayoría de los franceses eran más bien partidarios de la entrada del Reino Unido en la CEE. Solo los comunistas estaban totalmente en contra desde el principio. Pero, en ambas ocasiones, la opinión pública dio un vuelco y De Gaulle consiguió el apoyo de la mayoría de los franceses”, recuerda Agnès Tachin, profesora de Historia Contemporánea de la universidad Cergy-Pontoise y autora de Amiga y rival: Reino Unido en el imaginario francés de la época del general De Gaulle (Editorial Peter Lang, 2009).
Medio siglo más tarde, las líneas han cambiado. En clara ruptura con su predecesor desde los meses siguientes a su elección, Georges Pompidou convenció a la izquierda gaullista —salvo a una corriente resueltamente soberanista que todavía existe— de que había llegado el momento de abrir la CEE a los cuatro países entonces candidatos (Reino Unido, Dinamarca, Irlanda y Noruega). Aprobada por el 60% de los votos emitidos en el referéndum del 23 de abril de 1972, esta decisión sería un hito fundacional. De esta época data uno de los argumentos esgrimido en nuestros días por los opositores franceses al Brexit. “Una de las razones por las que Pompidou deseaba tender la mano a los británicos era el peso creciente que estaba adquiriendo la Alemania de la época. Para él, la adhesión del Reino Unido a la CEE era un medio de contrarrestar el poderío alemán”, explica Christian Lequesne, antiguo director del centro de estudios e investigaciones internacionales (CERI) de Sciences Po.
Entre los partidarios del Brexit, el pasado también sigue pesando. Desde este punto de vista, la postura de Marine Le Pen es interesante. Para justificar su posición, la presidenta del FN echa mano de dos imaginarios políticos que tienen poco en común con la extrema derecha francesa tradicional. El primero es el imaginario comunista. Cuando dice que el Brexit puede marcar “el comienzo del fin” de una UE que “maltrata a los pueblos”, su discurso parece inspirado directamente de las octavillas difundidas por el PCF con ocasión del referéndum de 1972, cuando llamaba a votar “no” en nombre de la “soberanía” y del “beneficio mutuo de los pueblos”.
El segundo es el imaginario gaullista. Tras la negativa de los portavoces del Brexit a recibirla del otro lado del canal de la Mancha para hacer campaña a su lado, la señora Le Pen les reprochó que no protestaran con el mismo vigor cuando Barack Obama visitó Londres a fines de abril para expresar su deseo de que el Reino Unido permaneciera en la UE. El sobrentendido es claro: entre un norteamericano que no piensa como ellos y un europeo con el que están de acuerdo, los británicos siempre preferirán al norteamericano. De Gaulle habría podido decir lo mismo: en los años 60, la visión de Londres como “caballo de Troya” de Washington fue la principal razón del doble veto francés a la entrada del Reino Unido en la UE.
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