‘Bachaqueo’: el negocio más rentable de Venezuela

  24 Mayo 2016    Leído: 478
‘Bachaqueo’: el negocio más rentable de Venezuela
Los revendedores de productos básicos han tejido una red ilegal que se ha vuelto indispensable
Las oscuras y solitarias calles de Caracas no son a las cuatro de la mañana el mejor escenario para pasear, si es que lo son para algo. A esa hora, Daniela, de 27 años, una hija de 7 y otra de 11, inicia su particular jornada laboral junto a seis “compañeras”; amigas las llama a veces. Durante tres horas recorren seis o siete locales de venta de comida y distintos mercados. Hay gente ya apostada en las filas, pero Daniela sabe que se la va a saltar, que se va a “colear”. Desde hace año y medio han tejido una red que les permite saltarse la ley, algo que en Venezuela hace tiempo que se convirtió solo en algo que se sugiere cumplir. Daniela es una bachaquera, una revendedora de productos por los que puede obtener 100 veces más de lo gastado. El negocio más rentable de una Venezuela camino del Guinness de la inflación. El clímax de la ilegalidad. La supervivencia convertida en rutina.

“Yo no soy mala”. La obsesión de esta chica, que como el resto de los consultados pide ocultar su nombre real por seguridad, es argumentar que no le ha quedado otra solución. “Yo no soy mala”, insiste una y otra vez, sin ocultar tampoco una sonrisa pícara cuando explica: “Es plata fácil, ahora ya ni buscas trabajo ni te lo pueden dar. Y la gente necesita los productos”.

Cerca del 70% de las personas que hacen las colas a diario son bachaqueros, según un informe de la encuestadora Datanálisis. La firma señala que en el último año un cuarto de la población se ha incorporado a esta práctica. El Gobierno chavista considera que es una de las razones de la escasez de productos básicos y el pilar de la supuesta “guerra económica” que arguye a diario el presidente, Nicolás Maduro, para resumir la crisis social que consume a Venezuela. El tejido construido, con la connivencia de la policía incluida, parece dar la espalda a esos argumentos.


Daniela y sus amigas trabajan de martes a viernes. Cuando abren los supermercados, en torno a las 7.30 de la mañana, ya tienen todo su circuito preparado. Los responsables de los locales y de los mercados les han avisado por WhatsApp de qué productos regulados —los básicos, el arroz, la leche, la harina, los de aseo personal, los que escasean— han llegado. La policía ya las conoce y les cuela ante el enfado, cada vez más descontrolado, del resto. “Dicen que somos sus familiares y que tenemos prioridad, pero no es verdad”, cuenta Daniela. Ya dentro de los locales, la anarquía continúa. La ley solo permite comprar productos regulados un día a la semana y sábado o domingo, mostrando la huella dactilar. Los bachaqueros se hacen a diario con el cupo que les corresponde —cada producto tiene un límite de unidades— y uno suplementario: parte lo comparten con aquellos que les han facilitado la compra. El resto, lo revenden.

Después de hacer acopio, sobre las 10, Daniela se retira a descansar y a sus tareas domésticas. En torno a las 12 manda un mensaje a su red de clientes y hasta las 2 se dedica a revender los productos. Es la hora del almuerzo para mucha gente que no ha podido, ni querido, hacer cola y que está dispuesta a pagar un sobreprecio. A veces, hasta 100 veces superior al valor de mercado. Algunos lo vuelven a revender, ya con menos beneficio.

Con una memoria de contable infalible, Daniela desgrana los beneficios: “Un paquete de arroz, de 450 bolívares, lo vendo a 1.500; la leche, de 800, a 3.000; los pañales, de 100, a 1.500”. “El otro día”, empieza a reír ante un edificio del este de Caracas, la zona acomodada de la capital, “conseguí jabón para lavar la ropa y dos mujeres de aquí se volvían locas: “Yo te doy 3.000, pues yo 3.500, no, yo, 4.000. Al final, lo vendí por 5.000”. A diario, se saca “30 o 40 bolos”, 30.000 o 40.000 bolívares. Después de la última subida, el 1 de mayo, el salario mínimo de un venezolano es de 15.051 bolívares más un bono de alimentación de 18.585. Hace la correspondencia con el dólar se ha vuelto quimérico en un país que funciona con dos tasas de cambio oficiales y una del mercado negro. La tasa de mercado Dicom cerró el viernes en 450 bolívares por dólares; en el mercado negro estos días un dólar se cambia por 1.050 bolívares. Mañana estas cifras seguramente habrán quedado obsoletas.

La inflación, según el Banco Central de Venezuela, se disparó el año pasado hasta el 180,9%, aunque el FMI cree que este año superará el 700%. La violencia registra niveles que nadie recuerda, pero queda camuflada ante la necesidad diaria de alimentos y medicinas. “No se trata solo de una economía descalabrada o un Estado de derecho desmontado lo que debemos evaluar: es la reacción en cadena de una comunidad que ante el mínimo parpadeo se monta en un proyecto de expoliación. Que la mitad de la población se dedique a adquirir masivamente los productos de primera necesidad para revendérselos a la otra mitad a cien veces su precio ya no corresponde al catálogo de mal de la viveza, es un acto genocida”, explica Miguel Ángel Campos, sociólogo de la Universidad de Zulia.

A principios de la pasada semana, a una amiga de Daniela la detuvieron mientras compraba productos para luego revenderlos. Puso su huella más veces de lo permitido. La Guardia Nacional Bolivariana, ante la inacción de la Policía, está cada vez más presente en las colas de los mercados. La tensión va a más. “Esto se está poniendo feo”, dice la mujer.

La Ley de Precios Justos establece precios regulados para los productos de primera necesidad, los que suelen mover los bachaqueros. Quienes revenden esos productos se arriesgan a una pena de entre tres y cinco años de cárcel. Daniela es consciente en algunos momentos. “Yo los únicos días que no salgo es cuando mi hija, la mayor, que se entera ya de todo a los 11 años me dice: ‘Mami, te van a llevar presa’. Ese presentimiento me da miedo".

Hay otro temor, cada vez más tangible, entre los venezolanos: el miedo a compartir el bachaquero. Cada vez son más los casos de personas que no quieren dar el teléfono de su conseguidor para no quedarse, por ejemplo, sin papel higiénico. Por si algún día, quizás no tan lejano, el escenario es todavía más crudo.

El bachaqueo, sobre todo el contrabando de gasolina, era una práctica tradicional en la frontera entre Colombia y Venezuela. El bachaco, el origen del nombre, es una hormiga culona típica de la zona que se caracteriza por cargar sus alimentos encima. Cuando se prende un fósforo y la tierra comienza a arder, los bachacos salen disparados para cualquier lado. Como Daniela a las cuatro de la mañana.

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