“El líder #talibán #AakhtarMansur resultó muerto en un ataque de drones en Queta, #Pakistán a las 4.30 pm de ayer. Su coche fue alcanzado en Dahl Bandin”, ha tuiteado el jefe ejecutivo del Gobierno afgano, Abdulah Abdullah.
Poco antes, la Dirección de Seguridad Nacional, el servicio secreto afgano, había anunciado la muerte, en la primera confirmación oficial de que la operación estadounidense había tenido éxito. Fuentes talibanes citadas por AFP también confirmaron, aunque no de manera oficial, mientras el Gobierno paquistaní investigaba el ataque y lo denunció como una violación de su soberanía. No es la primera vez que se da por muerto a Mansur, cuyo liderazgo del grupo insurgente en 2013 solo se conoció el pasado verano cuando se reveló la muerte de su fundador y líder espiritual, el clérigo Mohamed Omar.
En un comunicado difundido por correo electrónico, la oficina del presidente afgano, Ashraf Ghani, quien se encontraba en Doha, valoraba la muerte de Mansur como “una nueva oportunidad para que aquellos talibanes que quieren acabar la guerra y el derramamiento de sangre regresen al país y se unan al proceso de paz”.
Tanto Ghani como Abdullah fueron elegidos en 2014 con el compromiso de acabar con la violencia y consideraban a Mansur el principal obstáculo para lograrlo. De hecho, nada más difundirse que estaba al frente del grupo suspendió el diálogo con el Gobierno. Además, intensificó la campaña de atentados para reforzar su autoridad, contestada por algunos de los seguidores de Omar. Bajo su dirección, los talibanes lograron capturar Kunduz el pasado septiembre, la primera vez que lograban hacerse con una capital provincial en 15 años. Aunque fueron expulsados de allí poco después, nunca antes habían controlado tanto territorio desde que la intervención estadounidense les desalojó del Gobierno en 2001.
La muerte de Mansur apenas diez meses después de aquel relevo constituye sin duda un duro golpe para los talibanes, en un momento en el que también sufren deserciones hacia el Estado Islámico (ISIS). Pero nada indica que vaya a suponer un cambio en su rechazo a las negociaciones de paz. Al contrario, el vacío de poder, justo cuando había logrado superar las fisuras abiertas cuando sucedió a Omar, puede desatar una nueva lucha de poder.
Además, los candidatos a remplazarle no son mucho más partidarios del diálogo. Entre los potenciales sucesores de Mansur se encuentra su número dos, Sirajuddin Haqqani, a quien los analistas consideran aún más reacio a cualquier relación con el Gobierno de Kabul y sus aliados estadounidenses. Hijo de Jalaluddin Haqqani, uno de los dirigentes muyahidin que luchó contra la ocupación soviética, Sirajuddin unió su temido grupo insurgente a los talibanes el año pasado y ha trabajado para reconciliar a las facciones que se negaban a aceptar la autoridad de Mansur.
Estados Unidos considera a la red Haqqani el grupo insurgente más letal para las fuerzas afganas (y sus propios asesores) y ha ofrecido una recompensa de 10 millones de dólares por cualquier información que permita detener a Sirajuddin. A su facción se le responsabiliza de haber introducido los ataques suicidas en Afganistán, el último de los cuales causó 64 muertos en Kabul el mes pasado.
Sin embargo, tal como recordaba el analista Thomas Ruttig en un reciente artículo, “en tanto que alguien de fuera de Kandahar [el feudo talibán en el sur del país], [Sirajuddin] tendría dificultades para granjearse el apoyo de los poderosos jefes militares talibanes del sur que aún dominan el grupo”. En su opinión, el sucesor más probable sería Haibatullah Akhundzada, un clérigo que fue miembro del poder judicial bajo el régimen talibán y que también era adjunto de Mansur. En cualquier caso, la creciente competencia del ISIS pondrá una gran presión sobre el designado para probar su liderazgo.
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