Especialista en los dos grandes totalitarismos del pasado siglo, tanto el nazismo como el estalinismo, que no pocas veces maquillaron vergonzosamente sus sádicos y criminales rastros a través de la propaganda y la manipulación masiva, el historiador y novelista americano Stephen Koch es el autor de un magnífico retrato dedicado a uno de los sucesos más infames sucedidos en nuestra guerra civil. Un suceso que fue la causa de la posterior enemistad de dos gigantes de la literatura enfrentados ideológicamente (La ruptura. Hemingway, Dos Passos y el asesinato de José Robles, Galaxia Gutenberg). Pero es igualmente autor de un libro de culto que lo lanzó a la fama internacional, El fin de la inocencia. Willi Müzenberg y la seducción de los intelectuales (Tusquets).
«Parte del fenómeno comunista del siglo XX -dirá el historiador francés François Furet- radica en la historia de una conspiración». Y de una inteligente propaganda, se podría añadir. El libro de Koch sobre todo se convertía en la biografía de un «maestro de la desinformación», el comunista alemán y hombre de negocios Willi Münzenberg, compañero de Lenin en su exilio de Zúrich en 1914, además de figura central de la emigración alemana en París en los años 30, desde donde organizó las grandes campañas del comunismo internacional. Experto en la manipulación de «compañeros de viaje» occidentales que iba reclutando para trabajar en favor de la Unión Soviética de Stalin, por el libro de Koch desfilarían intelectuales eminentes como André Gide, Malraux, Hemingway, Dorothy Parker, Bertolt Brecht y muchos otros. En privado, Müzenberg (que acabaría liquidado probablemente por los mismos agentes estalinistas con los que trabajaba) los llamaba «los inocentes».
Pequeña pistola
Con su magnífica obra dedicada a los comienzos del Holocausto (El chivo expiatorio de Hitler. La historia de Herschel Grynzspan) Koch vuelve a ofrecernos en un libro de género mixto, a caballo entre el ensayo, la intriga y la biografía, lo mejor de su talento como narrador a la vez que historiador y experto en bucear en las zonas oscuras, pero cargadas de notable simbolismo, de la Historia. Notas apenas a pie de página, devoradas rápidamente por el vertiginoso curso de los acontecimientos que se suceden sin un respiro. Notas que necesitarán de una perspectiva posterior y de un análisis en extenso para ser calibradas en su justa medida.
Su pista se pierde en 1942. ¿Logró mantenerse con vida? ¿o acaso fue asesinado?
Como si se tratara de un caso policiaco, la historia arranca el 7 de noviembre de 1938. Ese día, el joven Herschel Grynszpan, un judío polaco de diecisiete años que se había trasladado a París, a casa de un tío sastre, desde Alemania, donde vivía con su familia, se compró una pequeña pistola. Obsesionado con la idea de que había que protestar (como hizo en su día el joven serbio Gravilo Princip en un puente de Sarajevo, desencadenando la Primera Guerra Mundial) contra el trato inhumano y la persecución de los suyos en Alemania por parte de los nazis, Grynszpan tomó el metro hasta la Embajada alemana y disparó contra el primer diplomático con el que se cruzó. Cuando el funcionario falleció dos días después, aquel atentado fue la excusa que Hitler y Goebbels aprovecharon para comenzar el primer gran progromo que anunciaría el Holocausto judío. La noche del 9 al 10 de noviembre de 1938 una gigantesca ola de violencia y furor antisemita apoyada por el Estado (conocida más tarde como Kristallnacht, La Noche de los Cristales Rotos) se extendió por toda Alemania.
Icono mundial
Encarcelado en Francia hasta 1940, el esperado y mediático juicio de Herschel no llegaría a celebrarse, convirtiéndolo mientras tanto en un icono en la batalla mundial contra los nazis y fascistas, tanto en Europa como en Estados Unidos. Maestro de la desinformación nazi, como lo era Müzenberg en aquellos años, en el campo comunista, Goebbelssería insólitamente puesto entre las cuerdas por un chico judío, sumamente audaz e inteligente. Inventándose, en un giro inesperado, una estrategia para su defensa (que el funcionario asesinado, Von Rath, era un homosexual con el que había mantenido relaciones), Herschel logró sacar de sus casillas al mismísimo lugarteniente de Hitler, genio de la propaganda, retrasando el juicio.
Tomó el metro hasta la embajada alemana y disparó contra el primer diplomático que vio
Una vez trasladado Herschel a Alemania, Goebbels seguía aterrado por «esta sucia maniobra judía» y por la idea de que se les juntaran, ante la opinión pública internacional, dos temas más que espinosos, un escándalo homosexual junto a las deportaciones masivas, que Herschel aprovecharía para denunciar a los cuatro vientos. La táctica nazi desde aquel momento sería la de «no abandonar el caso Grynszpan, sino posponerlo». Sin embargo, el curso de la guerra -la entrada de EE.UU. en ella, el asalto de Hitler a Gran Bretaña y los ejércitos alemanes enfrentados a un desastre en Rusia- precipitaría todo. Desde 1942 se pierde su pista, dando comienzo al final misterioso que rodearía siempre a este joven. Una frase enigmática de Eichmann aseguraba haber conocido a Grynszpan «al final de la guerra». ¿Logró mantenerse con vida? ¿Había cambiado de nombre y de identidad? ¿O acaso fue asesinado, como se dijo durante mucho tiempo, en el campo de concentración de Magdeburgo? Como dice Koch lacónicamente, la única verdad es que «Herschel Grynszpan se esfumó en la neblina de la Historia».
abc
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