Si la apertura de este centro en el 2018 despertó las ilusiones por ver cristalizar una paz duradera en el futuro, su destrucción unilateral presagia tiempos turbulentos en la siempre complicada península coreana.
El comunicado de Pyongyang dejó poco lugar a dudas. “La oficina conjunta entre el Norte y el Sur quedó completamente destruida. Ya hemos interrumpido todas las líneas de comunicación entre ambas partes”, señaló el texto. La noticia había sido dada a conocer unas horas antes por Seúl, cuyos militares escucharon una potente detonación en la localidad norcoreana de Kaesong, muy próxima a la frontera entre ambos países, a la que siguió una densa columna de humo.
Hace unos días, Corea del Norte ya amenazó con destruir este edificio simbólico como represalia al envío de globos con propaganda contraria al régimen comunista por parte de activistas –en su mayor parte, desertores norcoreanos– desde el Sur. Las autoridades sureñas hicieron caso a sus demandas y pidieron a los grupos de activistas que detuvieran sus lanzamientos, planteando además la posibilidad de legislar al respecto para acabar con esta actividad. Sin embargo, parece que el Norte no se tomó en serio esas medidas.
El fin de semana, Kim Yo Jong, la al parecer cada vez más poderosa hermana del dictador Kim Jong Un, ya advirtió sobre la posibilidad de demoler el edificio.
Tras conocer la noticia, el Gobierno surcoreano convocó una reunión de su Consejo de Seguridad Nacional, que a su término lamentó “profundamente” la acción norcoreana. La destrucción golpea “las expectativas de aquellos que desean impulsar las relaciones intercoreanas y establecer la paz en la península”, dijeron en un comunicado. Además, dejaron claro que “la responsabilidad de todos los incidentes que acarree (este movimiento) recae enteramente sobre Corea del Norte”, a la que advirtieron que responderán “con firmeza” si sigue dando pasos en esta dirección.
La oficina ahora en ruinas tuvo una vida corta pero intensa. Su apertura se acordó durante la cumbre que en septiembre del 2018 mantuvieron en la capital norcoreana Kim y el presidente sureño, Mun Jae In, quienes ese año se reunieron tres veces. Con sus cuatro pisos y un coste de ocho millones de euros (abonados por Seúl), su inauguración a finales de ese año supuso uno de los hitos del acercamiento diplomático protagonizado por dos vecinos que, técnicamente, todavía están en guerra. Se esperaba que su puesta en marcha fuese el paso previo que conduciría a la apertura de misiones diplomáticas en ambos territorios.
Sin embargo, tras el fracaso de la cumbre de desnuclearización entre EE.UU. y Corea del Norte en Hanoi, en febrero del 2019, Pyongyang fue endureciendo su postura con Washington y, de rebote, con su aliado surcoreano. De hecho, el régimen norcoreano decidió retirar de la oficina de enlace a la mayor parte de su personal como muestra de su disgusto. La llegada del coronavirus en enero fue la excusa perfecta para sacar a los pocos funcionarios que todavía quedaban allí operativos.
Después de unos meses en los que la pandemia ha sido protagonista indiscutible, la relación entre los vecinos comenzó a deteriorarse con las quejas norcoreanas sobre el envío de los panfletos. Hace unos días, Pyongyang cortó las líneas de comunicación abiertas con el Sur, al que calificó de “enemigo”.
Además, horas antes de derribar la oficina, el ejército norcoreano aseguró que le han encargado el desarrollo de un “plan de acción” para “convertir la línea del frente en una fortaleza y aumentar aún más la vigilancia militar sobre el Sur”. Ese plan llevaría aparejado el regreso de soldados norcoreanos a zonas que habían sido desmilitarizadas previamente en virtud de los acuerdos alcanzados con Seúl.
Aunque es verdad que los globos con propaganda son una molestia, los analistas consideran que la respuesta del Norte no es más que una estrategia con la que presionar para tratar de obtener beneficios para su maltrecha economía –ahogada por las sanciones y, ahora, el virus– y hacer notorio su enfado por la falta de avances en sus conversaciones con Estados Unidos. “Los folletos son una excusa o justificación para subir su apuesta, fabricar una crisis e intimidar a Seúl para obtener lo que quieren”, señaló Duyeon Kim, analista del International Crisis Group.
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