Aquel febrero de 1971, Madrid volvió a recuperar ese perfume a tierra de espías que había adquirido, como franja neutral, durante la Segunda Guerra Mundial. Si por entonces los cafés habían vibrado con las discusiones entre los diplomáticos de embajadas adversarias, esa jornada el escenario de la improvisada obra de teatro que protagonizaron Francisco Franco y Vernon Walters fue el Palacio de El Pardo. Poco hay que decir del primero; pero su par puede que sí necesite presentación. De complexión robusta, más de una cana y mente privilegiada, este norteamericano había arribado a la capital en nombre del presidente de los Estados Unidos con un objetivo: averiguar si habría estabilidad en el país tras la muerte del «general», como le llamaba.
«Quiero que vayas y hables con Franco sobre lo que sucederá después de él». Esta fue la tarea que, según desveló Vernon a ABC en una entrevista publicada el 25 de agosto del 2000, le encargó Richard Nixon. Y no por un capricho puntual, todo lo contrario. La relación entre ambos venía ya de lejos, así como la preocupación del estadounidense por su estado de salud. Esa inquietud, de hecho, fue recurrente en el presidente, quien, como se demuestra en una de las muchas cintas grabadas de forma secreta entre 1971 y 1973 en el Despacho Oval ( cuya transcripción se hizo pública, de forma gradual, a partir de los años 90), solía preguntar por las enfermedades que aquejaban al español: el párkinson, los problemas estomacales o los desvanecimientos. Así quedó registrado en la Conversación 517-01 del 11 de junio de 1971.
Según narró Vernon a este periódico, el encuentro se desarrolló con total normalidad. Cuando ambos estuvieron cara a cara, el que sería el director adjunto de la CIA a partir de 1972 le entregó una misiva a Franco en la que Nixon legitimaba su presencia en España. Después, el diplomático hizo una pregunta de cortesía que el Jefe del Estado obvió con desdén.
«¿Lo que le interesa realmente a su presidente es lo que acontecerá en España después de mi muerte? […] Siéntese, se lo voy a decir. Yo he creado ciertas instituciones, nadie piensa que funcionarán. Están equivocados. El Príncipe será Rey, porque no hay alternativa. España irá lejos en el camino que deseen ustedes, los ingleses y los franceses: democracia, pornografía, droga y qué se yo. Habrá grandes locuras pero ninguna de ellas será fatal para España».
«Pero mi general… ¿cómo puede estar usted tan seguro?», cuestionó Vernon. «Porque yo voy a dejar algo que no encontré al asumir el gobierno de este país hace cuarenta años. La clase media española. Diga a su presidente que confíe en el buen sentido del pueblo español, que no habrá otra guerra civil». Tal y como narró el mismo Vernon a este diario, después de esa frase se despidió. El mismo diplomático describió de forma similar el encuentro en sus memorias. Pero, para José J. Sanmartín, doctor en Ciencias Políticas y Sociología y profesor titular de la Universidad de Alicante (además de presidente de RADIX INTELLIGENTIA SOLUTIONS y Lifetime member de la American Political Science Association de EE.UU. o la International Political Science Association) ese es el problema. Que solo se suele usar su testimonio público para describir lo que ocurrió.
Según afirma a ABC, la realidad tras esta conversación es que Franco consiguió, mediante un lenguaje correcto, pero incisivo, que los Estados Unidos no se inmiscuyeran en su sucesión. El experto corrobora que los norteamericanos apoyaban al Príncipe Juan Carlos, ya seleccionado, pero añade también que el Jefe del Estado evitó que extendieran su influencia en «el primer nivel» de la política peninsular. «Se quedaron en el segundo», sentencia.
A su vez, Sanmartín, estudioso de este período de la historia y experto en temas de inteligencia y geopolítica, tiene claro que Walters, un mago del espionaje, no debería haber sido el elegido por Nixon para representar a los Estados Unidos en España. «Para Francisco Franco era determinante la posición y status de su interlocutor; si en la reunión hubiera podido participar un expresidente retirado como Eisenhower, o un ex presidente de imagen impoluta, Nixon habría conseguido más de Franco. Pero Eisenhower había fallecido en 1969, sus relaciones con Johnson no eran las mejores, y Truman no estaba en condiciones de afrontar una misión de esa envergadura. Nixon encomendó a Walters la tarea, sin considerar seriamente la alternativa -grata para el perfil jerárquico de Franco- de un General retirado y prestigioso de la Segunda Guerra Mundial», sentencia.
1-¿Por qué era tan importante para EE.UU. la sucesión de Franco?
El Gobierno de Estados Unidos prefería una España políticamente estable para evitar el peligro de infiltración soviética, vulnerabilidades en la frontera sur europea, etc. España era un país relevante en la geopolítica mediterránea de Estados Unidos. Una crisis armada en la nación podría generar la pérdida de un Estado fundamental para la tranquilidad del Mediterráneo. Franco lo sabía desde el primer momento y puso por delante el valor estratégico de España.
2-¿Cuál fue la labor de Walters en España?
Walters era un maestro en Inteligencia. Sus hombres crearon redes de captación de información en numerosos países; España fue uno de ellos. Desde su atalaya en París, Walters también obtenía información de la oposición antifranquista, por ejemplo. Sus agentes también recibían datos precisos desde los grupos y las organizaciones de exiliados españoles en Iberoamérica, por ejemplo. La originalidad de Walters es que reunía toda esa información confomando un formidable puzzle de datos, nombres, expectativas, orientaciones, etc. De esta forma, Walters podía reportar (su forma preferida era de manera hablada, dejando por escrito lo mínimo posible) a sus superiores y a las máximas autoridades en Washington. De ahí viene su ascenso al pináculo del asesoramiento aulico: Walters llegaba donde otros ni siquiera accedían. Su nivel de información era alto.
Era un todoterreno que podía responder preguntas imposibles y resolver problemas irresolubles. Sus contactos a nivel internacional se basaban en el intercambio de favores incluso entre aparentes adversarios. La información era básica en esos procesos de retroalimentación. Walters ponía precio a su información: más y mejor información. El sólo negociaba con quien podía “pagar” a Estados Unidos con información valiosa. La información sensible no es gratis.
«El Gobierno de Estados Unidos prefería una España políticamente estable para evitar el peligro de infiltración soviética»
3-¿Cómo fue la visita secreta que mantuvo con Franco?
En realidad, la visita no fue tan secreta. Walters era astuto; basaba su habilidad como espía en serlo… y aparentarlo. Tenía dotes para la vida social, calculado sentido de humor, era locuaz (aunque diestro para hablar sin decir), intoxicaba con datos aparentemente deslizados por error (que, de facto, estaban sabiamente administrados), iniciaba conversaciones sensibles entre aliados y/o antagonistas para inmediatamente marcharse Walters de la charla (dejando a los contertulios hablando del tema que interesaba al norteamericano…y a sus agentes allí cerca), etc.
Los testimonios que tenemos sobre ese encuentro con Franco en 1971 son el relato del propio Walters, comentarios de españoles, y poco más. Pero fuentes norteamericanas a las cuales Walters explicó lo ocurrido inmediatamente después indican que no hubo ninguna química entre Walters y Franco, que éste escuchó a Walters pero no concedió lo que los norteamericanos de facto querían: disponer de la máxima influencia en el proceso de relevo en la jefatura del Estado tras el óbito de Franco. Ese era el objetivo de Nixon; que la España post-Franco tuviese una impronta más norteamericana.
Franco dejó claro –con su lenguaje político- que se trataba de un asunto interno español. A las manifestaciones de Walters sobre la disposición de ayuda por parte norteamericana en ese proceso, Franco respondía que España tendría estabilidad y que el Príncipe cumpliría su deber. Retórica de protocolo.
4-¿Mantuvo otras visitas con Franco o con otros miembros del gobierno en España?
Sí. Walters se reunió con dirigentes del régimen, pero no sólo con ministros sino también con altos mandos militares, de Inteligencia, empresarios, etc. Su trato con la Inteligencia del Estado no fue como Walters esperaba. Sus agentes y colaboradores -no todos estadounidenses- interactuaban con miembros cualificados de la oposición. En privado, el norteamericano hizo valer la capacidad de información de que disponía, pero descubrió que los españoles tenían infiltrados en numerosos ámbitos (incluso en el entorno más próximo de don Juan de Borbón), que les informaban puntualmente. Comprendió que dentro del régimen había simpatía hacia Estados Unidos pero que ese factor era secundario.
La cultura de la estabilidad política constituía un activo vinculante también para moderados como Gregorio López-Bravo o Laureano López Rodó. La comunicación con Carrero Blanco no fue productiva para Walters. El Almirante era leal a Franco, y no filtraba información (salvo la que interesaba al régimen).
«EE.UU. quería disponer de la máxima influencia en el proceso de relevo en la jefatura del Estado tras el óbito de Franco»
5-¿Llegó a algún acuerdo con Franco o su trabajo fue solo de «cartero» de Nixon?
No hubo acuerdo efectivo. A lo sumo una entente más o menos difusa, más o menos concreta. Franco dio una larga pasada (escuetamente expresada). Buenos deseos. El Jefe del Estado español no admitía que nadie le marcase los tiempos. Nixon cometió un error al enviar como emisario en 1971 a un militar de menor grado que Franco. El respeto que Franco profesó sólo dos años antes a Charles de Gaulle fue genuino y sincero. La reunión con el estadista francés resultó positiva. Pero Walters escuchó el dictado de Franco basado en respuestas lacónicas y generalistas. La única certeza es que don Juan Carlos sería Rey (algo evidente ya entonces), porque no había alternativa (mensaje subliminal de Franco a Walters por su información procedente de la oposición antifranquista).
La democracia a qué aludió Franco estaba más cerca de la idea orgánica de la misma, que del sistema constitucional y liberal de Europa Occidental, pero el Jefe del Estado dejó ese matiz en el aire deliberadamente. Franco tenía un guion de estabilidad y futuro para España, del que no se apartaba. Importante: no concedió a Walters ningún tipo de garantía de preeminencia para los norteamericanos en la situación política española. Nixon envió a Walters a la vista de los magros resultados logrados por el embajador estadounidense ante Franco. Walters captó las cargas de profundidad que Franco le lanzó. Y se retiró asumiendo que no había logrado la misión encargada por Nixon.
6-¿Era un político, un espía, un diplomático o todo a la vez?
Era una persona inteligente y extremadamente manipuladora. Capaz de construir una narrativa atrayente –y coherente- para posiciones opuestas entre sí. Una rara habilidad. Sabía ponerse en el lugar del otro, intentaba pensar y actuar como el enemigo, adversario o dirigente al que tuviese que derrotar, ganar o captar. No lo consiguió con Franco y, probablemente, tampoco con Nixon, que fue el único Presidente que realmente logró dirigirle. De hecho, Walters le consideró uno de los Presidentes más inteligentes a los que sirvió.
Walters sobre todo era un espía de origen militar pero con estructura mental de outsider. Sin embargo, su prioridad absoluta era servir a su país y a su Gobierno. No se detenía ante nada para conseguirlo. Su sentido de humor, su simpatía natural, su gusto por las anécdotas, su encantadora conversación, todo quedaba en un segundo plano ante la imperiosa necesidad de cumplir un objetivo. Walters era un operativo.
«Era una persona inteligente y extremadamente manipuladora. Capaz de construir una narrativa atrayente –y coherente- para posiciones opuestas entre sí. Una rara habilidad»
Para él los analistas trabajan para los operativos, pero éstos quedan obligados a conocer y dominar cada fibra de su misión. Walters se documentaba de forma exhaustiva sobre sus objetivos (una reunión gubernamental, una operación encubierta, un encuentro diplomático, etc.), y valoraba que los mandatarios del país también lo hiciesen. Sorprendía a sus aliados y oponentes con un dominio absoluto de materias propias de sus organizaciones, Gobiernos y países.
Sin formación elevada, Walters leía de forma abundante y meticulosa. Sin grado militar superior, ascendió por méritos en la escala de poder en Inteligencia. Hechos. Logros. Cuanta más información, mejor la operación. La operatividad, lo primero.
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