La batalla entre republicanos y demócratas por bautizar lugares con el nombre de ex presidentes tiene un claro ganador

  10 Junio 2020    Leído: 714
La batalla entre republicanos y demócratas por bautizar lugares con el nombre de ex presidentes tiene un claro ganador

Aunque dejó la Casa Blanca con el 59% de aprobación popular, Barack Obama no logró hacer de su pos-presidencia un relato tan exitoso ni tener agrupaciones fuertes que lo reivindiquen como a Ronald Reagan, que ya cuenta con 150 sitios en su honor.

Escuelas, calles y caminos, edificios de instituciones públicas: es habitual ver los nombres de los ex presidentes de los Estados Unidos en esos lugares. El aeropuerto internacional de Nueva York se llama John F. Kennedy; el de la capital nacional, Washington DC, se llama Ronald Reagan. En Texas, los dos presidentes Bush, George H.W. y George W., dan nombre a autopistas y parques; en Virginia, la sede de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), en Langley, lleva el nombre de Bush padre, quien fue su director.

Sin embargo, cuando en 2014 Stanley Chang, que por entonces era edil en la legislatura municipal de Honolulu, Hawai, propuso llamar Barack Obama a un segmento de la playa de Oahu, Sandy Beach Park, porque allí solía ir el ex presidente en su infancia, topó con una reacción pública condenatoria. Algunos lo criticaron por su falta de “sensibilidad histórica y cultural”; otros por su ignorancia surfística: el lugar era peligroso para los inexpertos, y si se llenaba de turistas que iban por el nombre aumentarían los accidentes.

Dos años más tarde, cuando Obama entregó el mando al republicano Donald Trump, quien desde entonces ha hecho una política opuesta e inclusive desmantelado algunos de los legados históricos del demócrata, según recordó Newsweek, el demócrata sigue perdiendo la competencia por la gloria a manos de los republicanos, en particular Ronald Reagan, quien dejó la Casa Blanca con un 63% de aprobación. Sólo dos demócratas se retiraron con tanta popularidad: Bill Clinton, con 66%, y Obama, con 59 por ciento. “Por eso es desconcertante que los esfuerzos por honrar a Obama hayan tardado en prender y a menudo se encuentren con una resistencia asombrosa”, valoró la revista.

Si bien tanto Reagan como Obama marcaron sus épocas y tuvieron un carisma notable que los convertía en material icónico, una distinción capital determina que uno haya logrado la canonización política y el otro no: “A diferencia de lo que sucedió con Reagan, no existe un esfuerzo organizado de los progresistas para hacerlo con el legado de Obama", según el artículo. Así hay unas 20 escuelas y unos 20 caminos en el país que llevan su nombre, y el estado de Illinois —su lugar adoptivo— conmemora su cumpleaños como feriado, el 4 de agosto. Pero en Hawai, donde nació el presidente 44, nada lleva su nombre.

“En cambio, los esfuerzos por transformar a Ronald Reagan de político en ícono, estampando su nombre en todas partes, comenzaron con mucha seriedad aun antes de que el presidente 40 dejara el cargo”, recordó el texto. Un grupo defensor de la reducción del estado, Ciudadanos por la Reforma Impositiva (ATR), lo tiene como causa formal y el Proyecto sobre el Legado de Ronald Reagan tiene como objetivo lograr que al menos una cosa lleve el nombre de Reagan en los 3.141 condados de los Estados Unidos.

Grover Norquist, fundador de ATR, espera como mínimo conseguir la paridad de Reagan con John F. Kennedy y Martin Luther King Jr., los líderes modernos con más sitios bautizados en su honor. Por el momento, mientras el demócrata asesinado durante su mandato y el activista por los derechos civiles, también asesinado, cuentan, respectivamente, con unos 800 sitios que llevan sus nombres, Reagan va por los 150.

¿Qué importancia tiene esa competencia simbólica? El uso de su nombre en lugares públicos cementa la herencia histórica de un presidente, como una suerte de aprobación oficial. “En el caso de Reagan, hay personas que construyen activamente su legado, y eso provoca un impacto real en la manera en que la gente pensará en él en el futuro”, dijo a Newsweek Ciara Torres-Spelliscy, profesora de derecho de la Universidad de Stetson, experta en política y marcas. Norquist coincidió: “Cada año se inician 100.000 conversaciones cuando los niños les preguntan a los padres ‘¿Por qué hay un aeropuerto Reagan?’. Así se crea una serie de momentos didácticos, que enseñan a los jóvenes que esa persona debe de ser importante”.

Más allá de la suerte que Reagan tuvo al contar con un activista tan tenaz como Norquist, la revista analizó algunos obstáculos específicos que enfrenta el nombre de Obama para ir más allá del Snowbama en Hawai, un helado de limón, lima, cereza y almíbar de guayaba que solía disfrutar durante sus vacaciones presidenciales en su lugar natal.

El biógrafo de Obama, David Garrow, señaló en primer lugar las diferencias prácticas en los periodos que siguieron a las presidencias de Reagan y de Obama respectivamente. “A Reagan lo sucedió su vicepresidente, lo cual aseguró su legado y dio luz verde para que los partidarios como Norquist se centraran en este tipo de misión”, dijo Garrow a Newsweek.

En cambio, el presidente Trump se ha manifestado en contra de algunos hitos claves de la gestión de Obama, desde la Ley de Salud Accesible, más conocida como Obamacare, y el acuerdo nuclear con Irán hasta la calidad de lo que se considera vegetal en el menú de los comedores de las escuelas públicas. “Si Hillary hubiera ganado, habría existido una oportunidad mayor para que los discípulos de Obama desarrollaran esa clase de amplificación del legado”, siguió Garrow. Pero en los hechos quedaron “inesperadamente a la defensiva”.

Otra diferencia, destacó Norquist, es que la vida pública de Reagan terminó cuando dejó la Casa Blanca y poco después se anunció que sufría del mal de Alzheimer, mientras que Obama tiene por delante potencialmente décadas de importancia política. Y el modo en que las ha iniciado también impacta en la pelea por la historia.

“Obama ha mantenido un perfil notablemente bajo desde que dejó el poder, y ha hecho pocas declaraciones públicas o lamentado que Trump desmantelara su obra”, ilustró el artículo. “A diferencia de su esposa best-seller, todavía no ha publicado sus memorias. Sí, él y Michelle crearon una productora, Higher Ground, que produce contenidos para Netflix. Pero algunos demócratas han expresado frustración por verlo relajándose con sus amigos ricos en lugar de de defender su herencia”.

También a la politóloga Torres-Spelliscy la sorprendió “la falta de sabiduría de Obama en su pos-presidencia”, en particular dado lo inteligente y efectivo que fue el obamismo en la creación de una iconografía como el logo del sol naciente y el ‘Hope’ (esperanza) para lograr su elección. “No sé si a él le gustaba o no que lo convirtieran en una marca, pero mucho de eso desapareció cuando empezó a gobernar”, dijo. “Definitivamente, se fue perdiendo una vez que asumió. Es posible que no le importe”.

Newsweek señaló que otro eje tradicional de los legados presidenciales, la biblioteca, ha quedado sumida en la polémica en el caso de Obama. A estas alturas de las pos-presidencias de Reagan, Clinton y los dos Bush las bibliotecas presidenciales ya habían sido inauguradas, y con gran fanfarria dado que habitualmente se trata del último gran evento —su paso de la política a la historia— que honra a un ex mandatario en vida. Pero Obama eligió un modelo diferente.

En lugar de vincularse formalmente con los Archivos Nacionales, y allí con otras bibliotecas presidenciales, la suya funcionará de manera independiente como Centro Presidencial Obama en un predio de casi siete hectáreas en Chicago. Pero los medios locales han criticado el impacto del proyecto sobre los valores de las viviendas en Jackson Park, y en medio de esa polémica todavía no se sabe cuándo se pondrá la piedra fundacional del edificio. Sólo es seguro que, en lugar de registros presidenciales físicos, el centro digitalizará 30 millones de páginas de los documentos públicos de Obama, que estarán disponibles en línea.

Pero aún sin ayuda del hombre mismo, la marca Obama ha circulado. Incluso en lo que Newsweek llamó “algunos lugares intrigantes”. Por ejemplo en Jackson, Mississippi, una escuela cambió el nombre del presidente confederado Jefferson Davis por el de Obama en 2017; y en Richmond, Virginia, la escuela primaria J.E.B. Stuart, que honraba a un general de las tropas sureñas en la Guerra de Secesión, pasó a llamarse Obama.

La marca del primer presidente afroamericano de los Estados Unidos parece tener un capital propio capaz de cambiar el aura de una institución de bajo rendimiento, como la Academia de Tombuctú, en Detroit, que hace un año se llama Academia de Liderazgo Barack Obama. “Pensamos que si cambiábamos el nombre podríamos ofrecer un nuevo enfoque y una oportunidad de mejorar el nivel académico”, explicó a Newsweek el fundador de la escuela, Bernard Parker.

Por ese mismo valor intrínseco el nombre quedó atrapado en las trifulcas políticas populistas recientes: por ejemplo, 450.000 personas firmaron un petitorio en MoveOn para bautizar un tramo de la Quinta Avenida de Nueva York, aquel donde se encuentra la Torre Trump, como “Avenida Presidente Barack H. Obama”. Pero los demócratas de la ciudad se opusieron a la operación de trolls: “Los Obama son el epítome de la clase, la dedicación al servicio público y el respeto por el Salón Oval”, argumentó el vocero del consejo municipal, Corey Johnson.

En Hawai, por ahora, nada evoca al hijo más ilustre del estado. Luego del fracaso de la playa se habló de un aeropuerto o la vista panorámica desde donde Obama esparció las cenizas de su madre. Y Chang, que ahora es senador estatal, presentó la moción de crear una serie de señalizaciones de varios sitios de importancia en la vida de Obama en Hawai, como el edificio de apartamentos donde vivió con su abuela hasta la heladería donde trabajó un par de veranos.

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