Alberto Bayo Giroud vivió, como poco, a una velocidad de vértigo. Dedicado desde su adolescencia al mundo militar, fue testigo de los combates que el ejército español (y La Legión, con la que luchó) mantuvo contra los rifeños en el norte de África; surcó los cielos como piloto cuando la aviación peninsular levantaba por primera vez los pies del suelo o, entre otras tantas cosas, estuvo a las órdenes del controvertido Lluís Companys antes de su intentona golpista. Sin embargo, es más recordado por haberse convertido en un maestro de guerrilleros durante la Guerra Civil y, poco después, por haber entrenado a Fidel Castro y a sus barbudos (entre ellos, el Che Guevara) para derrocar a Fulgencio Batista.
Resulta llamativo que este personaje, curioso más allá de identidades políticas, haya caído hoy en el olvido en España y sea en Cuba donde más se le recuerda. Aunque en parte tiene sentido, pues el mismo Castro se refirió a él como «el Maestro» y, por su parte, el Che Guevara le definió como «un gladiador que no se resigna a ser viejo». Para ellos, fue un profesor que instruyó a sus hombres en el arte de la guerrilla.
Aunque en la práctica solo les dio un curso de seis meses antes de que iniciaran la revolución, en uno de los múltiples libros que escribió («150 preguntas a un guerrillero»), este controvertido español se mostraba orgulloso de haber colaborado con el hombre que se aferró a la poltrona en La Habana durante toda su vida: «Sí, yo he entrenado personalmente a los líderes guerrilleros de Calixto Sánchez».
Pero vayamos por partes. El académico Emilio Montero Herrero afirma, en un artículo elaborado para la Real Academia de la Historia, que Bayo vio la luz en el Puerto Príncipe español el 27 de marzo de 1892. Unos siete años antes de que el Imperio se resquebrajara con la pérdida de las colonias. Hijo de coronel de artillería, marchó junto a su familia a Barcelona primero, y a Estados Unidos después, para formarse. Su camino en la vida castrense se inició a las quince primaveras, y fue fulgurante. La tenacidad le llevó, de forma sucesiva, al Regimiento Gran Canaria, a la Academia de Infantería de Toledo y al Regimiento 55 de Gerona.
El primer gran paso lo dio en 1916, cuando siguió los pasos de su hermano -fallecido en un trágico accidente aéreo al servicio del ejército- y viajó hasta Madrid para convertirse en piloto de la novísima Aviación Militar de nuestro país. Un riesgo por aquel entonces, pues todavía estábamos dando los primeros pasos en lo que a surcar los cielos se refiere. En los siguientes años pasó por otras tantas unidades hasta que, después de que el conflicto en el Rif se recrudeciera, fue enviado al norte de África para ayudar a sofocar a las cabilas locales. Desconocía que se adentraba en la boca del lobo y en una de las contiendas más duras de nuestro país.
Entre las gestas más desconocidas de Bayo se hallan las que llevó a cabo en África como parte de La Legión desde 1924. En esta unidad, formada para combatir en primera línea contra los rifeños, llegó a estar a las órdenes de Francisco Franco, su némesis años después. El futuro oficial republicano, como otros tantos de sus colegas que se mantuvieron leales al gobierno, luchó en África y dirigió una compañía durante dos años. Hasta 1925 para ser más concretos, cuando fue herido de gravedad y se vio obligado a guardar cama durante doce meses para recuperarse de forma total. Y todo ello, mientras ayudaba a avanzar la aeronáutica patria.
De África salió con la Cruz al Mérito Militar de 1ª Clase con distintivo rojo y con la Cruz de María Cristina después de pasar por una infinidad de unidades más. Y no solo eso, sino que se empapó de las técnicas de guerrilla rifeña. Poco después dirigió sus pasos a Barcelona, donde se convirtió en ayudante del general Domingo Batet. En esas andaba cuando, el 18 de julio de 1936, el bando Nacional se levantó contra la Segunda República y comenzó el conflicto fratricida en nuestro país.
Al comienzo de la Guerra Civil, Bayo recibió el encargo de dirigir, nada más y nada menos, que la invasión anfibia de Mallorca e Ibiza, donde había triunfado el golpe. Que no era un don nadie para el Gobierno lo demuestra el que liderara en esta operación a 6.000 hombres, un crucero, un acorazado, varios hidroaviones y otras tantas unidades menores. «En agosto encabezó la expedición. Conquistó Ibiza y Formentera, pero falló en Mallorca por culpa de los bombardeos italianos», explica a ABC el doctor en periodismo Alfonso López García, autor de «Saboteadores y guerrilleros. La pesadilla de Franco en la Guerra Civil» (uno de los pocos trabajos que existen sobre estas unidades en España).
En palabras de López García, durante la contienda nuestro protagonista se destacó como un ferviente seguidor de las tácticas que había aprendido en África. «Editó un manual, “150 preguntas a un guerrillero”, que usó durante su etapa como profesor de la escuela de guerrilleros de Benimàmet, en Valencia, a partir de 1937. El centro ayudó a profesionalizar a estos combatientes mediante formación en orientación, explosivos, medicina…», completa el experto.
Bayo, a pesar de no combatir tras las líneas enemigas, se especializó en el arte de dar golpes de mano contra los puntos más débiles del enemigo; algo que ya habían hecho nuestros antepasados cuando el ejército francés de Napoleón Bonaparte invadió el corazón de la Península.
Con su ayuda, los guerrilleros cobraron importancia en la Guerra Civil. «Durante el enfrentamiento, y por primera vez en la historia, la guerrilla formó parte de un cuerpo de ejército (el XIV) gracias a su gran efectividad a la hora de desmoralizar al enemigo. Tanto él como la República entendieron que, aunque no podían cambiar el signo de la lucha, si tenían la capacidad de causar mucho daño mediante acciones exprés en el campo enemigo. Que Franco tomara la decisión de formar sus propias guerrillas dio cuenta de la importancia que tuvieron y lo que le metieron el dedo en el ojo», incide López García.
Lo que sí hizo Bayo durante la Guerra Civil fueron labores de contraespionaje en el sur de Francia, además de participar en la batalla de Brunete. Sus acciones le valieron, al final de la contienda, el grado de teniente coronel. En parte, por su labor con los guerrilleros. «La realidad es que, aunque su participación en el conflicto fue limitada, los guerrilleros tuvieron una importancia posterior brutal. Su inspiración sirvió a Gran Bretaña y a Estados Unidos para crear sus cuerpos especiales de acción, los comandos. Además, cuando regresaron a Norteamérica, los miembros de la brigada Linconl fueron reclutados para fundar la OSS, el germen de la CIA. Se podría decir que la influencia de estas unidades se vio a largo plazo», finaliza el autor.
Pero todo aquel conocimiento no impidió que la Segunda República fuera vencida por el bando Nacional y que este cubano tuviera que exiliarse, allá por 1939, hasta México. «Allí empezó su labor de asesor en guerra de guerrillas en 1947. Su primer trabajo fue hacerse consejero de asuntos estratégicos de la Legión del Caribe, fundada en Guatemala, y cuyo objetivo era derrocar los regímenes de Trujillo en la República Dominicana y de Somoza en Nicaragua», sentencia López García. Así fue como comenzó a convertirse en un auténtico «maestro guerrillero».
Cuando superaba la sesentena, Alberto Bayo ya había escrito varios libros sobre la guerra de guerrillas. Su fama no pasó inadvertida para Fidel Castro. Según explica Reginaldo de Ustariz, el gran biógrafo del Che, en «Che Guevara, Vida, muerte y resurrección de un mito», fue en 1955 cuando aquel joven revolucionario que planeaba dar un golpe de mano contra el gobierno de Batista leyó la obra del español y le propuso entrenar a sus inexpertos hombres. El objetivo: convertir a una fuerza amateur en una irregular, pero capaz de luchar cara a cara contra el ejército profesional de Cuba.
Castro se trasladó a toda velocidad hasta México, donde Bayo regentaba una tienda de muebles y, según narra De Ustariz, usó toda su maña con la oratoria para convencerle de que le ayudara. El autor recoge la conversación que ambos mantuvieron aquel día:
-Mi general, vengo a pedir su colaboración para derribar el ejército de Fulgencio Batista.
-¿Con cuántos hombres cuenta?
-En este momento tengo pocos hombres, pero en breve desembarcará en Cuba aproximadamente un centenar de expedicionarios.
-Siento mucho no poder aceptar, soy instructor de la Escuela Militar de Aviación de esta ciudad; fuera de eso, tengo una fábrica de muebles que requiere de mi concurso.
-¡Usted es cubano! Tiene el deber absoluto de ayudar a su pueblo a derribar al tirano sanguinario, corrupto y ladrón.
Castro estuvo acertado. Durante aquella conversación introdujo veladas referencias al odio que sentía hacia Francisco Franco para hacerse con la confianza de Bayo. Así, hasta que le ganó para la causa. En uno de sus libros posteriores, el español confesó que, a pesar de que acometía una labor que parecía casi imposible, sintió cierto magnetismo por la causa de Castro, del que quedó «intoxicado»:
«Aquel joven estaba contándome que esperaba derrotar a Batista en un futuro desembarque que estaba planeando efectuar con hombres. "Cuando yo los tenga", y con barcos "cuando tenga dinero para comprarlos", porque, en el momento en que hablaba conmigo, él no tenía hombres ni dinero... ¿No era una cosa graciosa? ¿No era una jugarreta de niños? Lo que él estaba pidiéndome era mi compromiso para enseñar tácticas de guerrilla a sus futuros soldados cuando él los hubiese reclutado y cuando hubiese conseguido el dinero necesario para alimentarlos, vestirlos y equiparlos, y para comprar barcos para transportarlos hasta Cuba. ¿Qué asunto es ese?, pensé. Este joven desea mover montañas con una mano. Pero, ¿qué me costaba agradarlo? Sí, le dije».
Durante los siguientes seis meses, Bayo entrenó a los guerrilleros de Castro. Entre ellos, al Che Guevara. Les enseñó, como bien explicó, a abandonar hábitos como darse una buena ducha, comer varias veces al día o lavarse los dientes. Para él, tanto el cepillo como el dentífrico eran dos objetos de lujo. A su vez, les mostró las normas básicas para internarse tras las líneas enemigas y acechar a un ejército profesional mucho más numeroso.
«Recuerden que la guerrilla nunca invita al enemigo a combatir, todo buen guerrillero debe atacar por sorpresa en escaramuzas o emboscadas. Cuando los soldados carguen para repeler el ataque, los guerrilleros deben desaparecer».
Cuando triunfó la revolución cubana, se deshizo en elogios hacia sus pupilos.
«El corazón me saltaba en el pecho, mis alumnos aprendieron tan bien las lecciones que ahora Fidel puede enseñarme a mí. Quiero ver al Che Guevara, a Camilo, a Raulito a fin de que me digan como se las arreglaron para aprender a pelear en las ciudades porque, lo confieso, yo no les enseñé eso».
El cariño fue mutuo. Castro, además de darle varios puestos en la administración, siempre le llamó «el Maestro». Por su parte, el Che escribió sobre él lo siguiente:
«Para mi constituye un honor el poner estas líneas a los recuerdos de un gladiador que no se resigna a ser viejo. Del general Bayo, Quijote moderno, que solo teme de la muerte el que no le deje ver si patria liberada, puedo decir que es mi maestro».
abc
Etiquetas: