En lo peor de la crisis griega, Christine Lagarde, entonces directora gerente del FMI, regaló al ministro Yanis Varoufakis una frase con la que él titularía después el libro donde contó su (breve) paso por el poder: “Hay que recuperar el diálogo entre los adultos de la habitación”. Cinco años más tarde, Lagarde, ahora al frente del Banco Central Europeo (BCE), vuelve a estar en el centro de una crisis, pero ahora con un potencial destructivo mucho mayor. Y, como entonces, la francesa también exige al resto de implicados que espabilen y estén a la altura de las circunstancias.
Lo volvió a hacer el jueves. “Espero que las instituciones europeas hagan todo lo que puedan para dar una respuesta común y muestren solidaridad a los más afectados por esta crisis”, dijo Lagarde en la primera rueda de prensa en la historia del BCE sin periodistas presentes. El organismo con sede en Fráncfort se ha movido mucho en el último mes y medio. Tras un error no forzado a mediados de marzo, su jefa ha impulsado unas cuantas medidas que hace poco parecerían inimaginables. Y seguro que va a tener que moverse más. Pero con eso no bastará. Los países deben poner de su parte.
“El BCE solo puede desarrollar su potencial con un acuerdo político para abordar esta crisis como un shock que requiere una respuesta europea. Pero eso corresponde a los líderes de la UE”, asegura al otro lado del teléfono Jean Pisani-Ferry, de la casa de análisis Bruegel.
La respuesta inicial del BCE fue tímida. Si Lagarde no hubiera cometido un fallo garrafal —dijo que su función no era reducir las primas de riesgo, lo que provocó un castigo inmediato en los mercados y obligó al organismo a rectificar a las pocas horas—, la reunión del Consejo de Gobierno del 12 de marzo habría sido recordada por unas medidas un tanto decepcionantes.
Las críticas llovieron. Y solo seis días más tarde daría un gran puñetazo sobre la mesa: de madrugada, tras una tormentosa reunión extraordinaria, el BCE anunciaba un nuevo programa de compras de deuda denominado de “emergencia pandémica” por valor de 750.000 millones de euros. Con este movimiento, los Gobiernos recibieron la confirmación oficial de que podrían contar con financiación barata para impulsar los planes de inversión millonarios que estaban desplegando. Si las capitales sacaban el bazuca, Fráncfort les pondría la pólvora. Pero aún quedaba una respuesta común que asegurara una salida de la crisis airosa para todos, los del Sur y los del Norte.
Lagarde anunció este programa el 18 de marzo. Y desde entonces, el goteo de medidas ha sido continuo: máxima flexibilidad a las compras de deuda (un respiro para Italia o España, que ahora saben que pueden contar con toda la potencia del BCE para aliviar sus primas de riesgo), relajación de las condiciones en las que el eurobanco acepta las garantías y nuevos chorros de liquidez para los bancos, que podrán cobrar un 1% por tomar dinero del BCE si luego lo prestan empresas y familias para que llegue a los que lo necesiten.
“El BCE ha tenido y va a tener un papel central. A diferencia de la crisis financiera de 2008, su respuesta ha sido rápida y agresiva y, lo que es más importante, ha abierto las puertas a flexibilizar sus reglas (autoimpuestas)”, asegura Jordi Galí, de la Pompeu Fabra. Jorge Sicilia, economista jefe del BBVA, también aplaude la rapidez del BCE. Y asegura que Lagarde se ha beneficiado de la modernización de los instrumentos que hizo su antecesor, Mario Draghi. Sicilia valora sobre todo la rotunda cifra de 750.000 millones y la flexibilidad del plan de compras. “De un plumazo, el BCE le ha quitado al mercado la percepción de esos dos tabús. No es el “haré lo que sea necesario” de Draghi, pero se le parece mucho”, concluye el economista.
A la espera de que los líderes de la UE concreten el fondo de recuperación que pergeñaron en su última cumbre, el eurobanco queda como último recurso de los países más golpeados. Los analistas dan por hecho que en su próxima reunión de junio, el BCE aumentará el programa de compras de emergencia. En solo cuatro meses, ya ha adquirido más de 100.000 millones. Philip Lane, economista jefe del organismo, apunta en esa dirección. “Ajustaremos todos nuestros instrumentos, y eso incluye aumentar el tamaño del programa de compras de emergencia, así como su composición, todo lo que sea necesario”, escribió el viernes en su blog.
Ante la magnitud de la crisis que se viene encima, Galí, también investigador en el CREI, aboga en un reciente artículo porque el BCE se atreva a dar un paso inédito: la práctica conocida como “dinero desde el helicóptero”, que el propio Galí define como “financiación directa y no reembolsable por parte de los bancos centrales para las transferencias que hagan falta”. “Si el aumento de gasto que será necesario se financia con más deuda, nos veremos abocados a recortes más dolorosos que los de la última crisis financiera. O a reestructurar la deuda”, asegura. Es un temor que comparte Francisco Vidal, economista jefe de Intermoney, que alerta de una salida de la crisis desigual entre los países, según la situación de sus cuentas públicas y su propia estructura productiva. Y aquí, una vez más, vuelve a ser fundamental la pelea entre el Sur —que pide ayudas en forma de transferencias—y el Norte —tan solo dispuesto a conceder préstamos—. “Como en una guerra, hay que luchar por sobrevivir. Una vez la hayamos ganado, ya analizaremos los costes. Pero ahora los Gobiernos tienen que gastar todo lo que necesiten. Y que el BCE les ayude a hacer su trabajo”, concluye Pisani-Ferry.
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