Hasta un político tan convencido de su propio destino como Boris Johnson puede tener una epifanía. Hace casi tres semanas que el primer ministro británico ingresó en la UCI, víctima de la covid-19, y se prepara ya para reincorporarse a su puesto la próxima semana. La experiencia al borde del abismo le ha vuelto cauteloso, dicen los más cercanos, justo cuando sus ministros debaten hasta la saciedad el momento exacto en el que levantar un confinamiento que amenaza con devastar la economía del Reino Unido. Y esperan que sea Johnson el que decida el rumbo.
La noche en que fue trasladado a la unidad de cuidados intensivos había más de 6.000 muertos en hospitales del país por causa del virus, según las cifras oficiales. Los números actuales superan los 20.000. Fue el propio Johnson quien decidió el 23 de marzo, en un giro drástico, endurecer las medidas de respuesta. La primera estrategia, que flirteó con la idea de permitir que la pandemia siguiera su curso natural para alcanzar la “inmunidad de grupo”, desató las alarmas de los científicos y Downing Street rectificó. La rápida evolución de la crisis ha demostrado que era mucho más fácil parar el país que decidir cómo y cuándo echa a andar de nuevo. “Cuando todo esto acabe, los ciudadanos juzgarán la tarea del Gobierno sobre la base de dos preguntas muy concretas: ¿cómo lo hizo el Reino Unido en comparación con otros países? y ¿cuánto tardó el país en recuperarse?”, ha explicado James Forsyth, el corresponsal político del semanario conservador The Spectator. Pero ese juicio definitivo dependerá de las decisiones que Johnson debe tomar en las próximas semanas.
Nadie interpretó que el ministro de Exteriores, Dominic Raab, designado por el propio primer ministro como su sustituto durante este tiempo, tuviera la capacidad de decidir cuándo se levantaría el confinamiento. Se ha limitado a guardar el inmueble y ejercer de árbitro entre las dos facciones del Gabinete. El ministro de Sanidad, Matt Hancock, consciente de que será el primer peón en caer si la gestión resulta desacertada, ha sido la voz más combativa durante la ausencia de Johnson. “Llegará el momento en que necesitemos hacer cambios y será lo correcto. Pero le aseguro que no voy a permitir que esos cambios se hagan si no son seguros. Nuestra obligación es garantizar la seguridad de la ciudadanía”, aseguraba en una entrevista a la BBC en la que volvió a demostrar que cada vez controla menos sus nervios. Parece olvidada la promesa del primer ministro de que el Reino Unido sería capaz de realizar 250.000 test diarios. Y sin embargo, la posterior corrección de Hancock –quien presentó un plan para alcanzar la cifra de 100.000 pruebas cada día antes de que concluyera abril– se ha convertido en la prueba del nueve para verificar la eficacia de un Gobierno que no puede evitar la imagen de estar desbordado. A día de hoy, Hancock asegura que el Reino Unido tiene capacidad para realizar 50.000 test diarios. En la práctica, no se llega a los 20.000, por culpa de una logística superada por la realidad.
Johnson cuenta aún con un privilegio que otros gobernantes europeos han perdido ya hace tiempo. Un 66% de los ciudadanos sigue respaldando la gestión de la crisis del Gobierno, según la última encuesta de YouGov. Y una mayoría muy superior, el 88%, según esa empresa demoscópica, cree que Johnson se equivocaría si comenzara ya a relajar el confinamiento. La presión le llega por cuatro frentes. El equipo liderado por el ministro de Economía, Rishi Sunak, que ve cómo se reducen cada día las posibilidades de enderezar una crisis que dará al traste con la visión de crecimiento y prosperidad que prometió el primer ministro en la era postBrexit. Los conservadores del ala dura del partido, encabezados por el diputado Iain Duncan-Smith, desesperados ante el derrumbe de empresas y negocios de sus circunscripciones respectivas. La oposición laborista y su nuevo líder, Keir Starmer, que ha encontrado en la indefinición actual el hueco por donde atacar con responsabilidad al Gobierno. Y la ministra principal de Escocia, Nicola Sturgeon, quien se ha adelantado en presentar ya un primer plan de desescalada y ha decido tratar a la ciudadanía “como personas adultas”, para advertirles de que la nueva normalidad será más dura y diferente.
El dilema de la desescalada
“El primer ministro ya está mucho mejor. Hablé con él ayer y está en una gran forma. Vuelve a ser la misma persona animada de siempre”, decía este viernes Hancock a la cadena de radio LBC. Johnson ha hablado estos días por teléfono con su amigo y aliado Donald Trump y con la reina Isabel II. Comienza a mantener despachos casi diarios con sus ministros de confianza, que alterna con paseos junto a su prometida, Carrie Symonds, en la residencia campestre oficial de Chequers.
Si se mantiene su evolución positiva, es muy probable que el próximo miércoles se enfrente por primera vez en una Cámara de los Comunes prácticamente vacía a la oposición, y ofrezca allí las primeras señales de su actitud ante la que será la decisión más importante de su carrera política. “Creo que su experiencia le hará más propenso a evitar el riesgo cuando deba abordar el relajamiento de las medidas impuestas”, explicaba a The Times Gus O´Donnell, economista y alto funcionario con experiencia de Gobierno. Johnson ha conocido en primera persona los estragos a la salud del coronavirus. Y deberá equilibrar de inmediato esa certeza personal con la inquietante incertidumbre de los estragos que pueden acabar causando millones de desempleados en el Reino Unido y una economía que se encamina hacia la recesión.
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