¿Basta un entusiasta con buenas intenciones y escasa experiencia para enderezar los asuntos de Ucrania? La pregunta es pertinente en Kiev un año después de que el presidente del Estado, Volodímir Zelenski, venciera con un 73,22% de los votos a Petró Poroshenko, el anterior titular, el 21 de abril de 2019.
El balance del tiempo transcurrido desde que Zelenski juró su cargo el 20 de mayo es complejo. El exactor de comedias promueve la conciliación en un país que ha estado profundamente dividido. Además, ha restablecido los contactos con su colega ruso, Vladímir Putin, con quien se entrevistó en París, y ha logrado tres canjes de prisioneros con los separatistas del Este y Rusia.
No obstante, más allá de un conflicto congelado sine die, no se vislumbra hoy una salida para la guerra en el Donbás. Tampoco se atisba el retorno de la anexionada península de Crimea, pese al derecho internacional y las sanciones contra Rusia. Es más, desde 2018, Crimea está unida por un puente al territorio ruso y el control de Moscú sobre el estrecho de Kerch sofoca el comercio en los puertos ucranios del mar de Azov.
El índice de popularidad de Zelenski era del 51,5% en febrero según el centro Razumkov de Kiev. No está mal, dados los tiempos que corren, pero hay cansancio en el ambiente y el coronavirus ha convertido en un lujo el proceso de aprendizaje del nuevo equipo.
A principio de marzo, Zelenski tuvo que sustituir al Gobierno dirigido por Oleksiy Honcharuk, un abogado de 35 años. Su relevo ha sido Denys Shmyhal, de 44, un economista con experiencia en gestión regional y empresarial. Los actuales ministros de Finanzas y de Sanidad son los terceros en sus cargos en lo que va de año.
Las tareas de modernizar la economía, acabar con la corrupción y liberar a los políticos de la dependencia de los oligarcas, siguen vigentes. A ellas se ha unido la lucha contra el coronavirus, que este mes ha obligado a rehacer el presupuesto estatal y a recortar gastos en Educación, Ciencia e Infraestructura en beneficio del sistema de Salud (incluido el pago de atrasos a los médicos) y de las escuálidas pensiones de jubilados y parados. El presupuesto de crisis contempla un déficit equivalente al 7% del PIB e incluye entre los ingresos préstamos prometidos (pero condicionados) del Fondo Monetario Internacional (FMI).
Ucrania necesita de los recursos del FMI como “el organismo necesita de sangre”, según afirmó Zelenski el viernes en el programa televisivo Svoboda Slova (Libertad de Expresión) del veterano periodista Savik Shuster en Kiev. Con “el mínimo” de 8.000 millones de dólares acordados con el FMI, los recursos del Banco Mundial y de la Unión Europea la suma a obtener llegará a 10.000 millones de dólares, calculó Zelenski, que dijo conversar “casi cada día” con sus colegas en Estados como Emiratos Árabes, Azerbaiyán, Canadá y Alemania. ”Es decir, tendremos más dinero”, sentenció, tras dar las gracias a la canciller alemana Angela Merkel.
Ucrania debe pagar 17.000 millones de dólares en vencimientos de deuda exterior en 2020, y el dinero del FMI, clave para conjurar la bancarrota, depende de dos polémicas leyes. La primera, aprobada a fines de marzo, regula el mercado de las tierras agrícolas. Gracias a ella, a partir de julio de 2021, los ciudadanos de Ucrania podrán realizar compra-ventas de hasta 100 hectáreas y poseer un máximo de 10.000 hectáreas. Las entidades jurídicas, por su parte, se incorporarán a este mercado en julio de 2024. Sea cual sea el resultado de un futuro referéndum sobre la venta a extranjeros, los ciudadanos rusos no podrán comprar tierra en Ucrania.
La segunda ley requerida por el FMI para dar luz verde a los préstamos tiene por fin impedir que los bancos intervenidos por el Estado puedan ser recuperados por sus antiguos dueños tras un saneamiento a costa del contribuyente. El objetivo real es impedir que el oligarca Igor Kolomoisko, pueda recuperar el banco Privat Bank, nacionalizado por Poroshenko a causa de sus irregularidades. Para Zelenski, que colaboró con Kolomoisko en el pasado, esta ley es una prueba de fuego. El banquero tiene gran influencia en la Rada Suprema (el parlamento), donde, para impedir que la ley se apruebe, han aparecido 16.000 enmiendas destinadas a hacer interminable el procedimiento parlamentario. Una parte de los que se oponen a la aprobación de la ley son diputados de “El Servidor del Pueblo”, el grupo mayoritario aglutinado en torno a Zelenski. Para superar la obstrucción, el equipo presidencial ha procedido a cambiar el reglamento en la Rada.
Este fin de semana Kiev era una de las ciudades más contaminadas del mundo, envuelta en el humo procedente no solo de las proximidades de la central nuclear de Chernóbil, sino también de otras zonas boscosas y resecas por falta de precipitaciones. La toxicidad ambiental añadía zozobra al “estado de ánimo” de Ucrania, un concepto que es analizado de forma sistemática en el programa televisivo de Savik Shuster. De los tres índices estudiados por el veterano periodista —esperanza en el futuro, temor ante el porvenir y humillación (equivalente a indignación o frustración) por el presente—el primero, la esperanza, se ha precipitado y el segundo y el tercero, el temor y la humillación, se han disparado desde que comenzó la epidemia (49%, 29% y 22% respectivamente en abril en relación a 71%, 15% y 17% en el periodo de enero a marzo).
Es notable que en el grupo de jóvenes de 18 a 29 años, justamente el electorado de Zelenski, el porcentaje de quienes confiaban en el futuro a principio de año (78,6%) se ha reducido al 52,2% en abril; mientras tanto, el de los que se caracterizaban por el miedo (12,6%) se ha incrementado hasta el 29,5% y el porcentaje de los humillados ha pasado de 8,8% a 18,3%. Los índices de Shuster no miden la popularidad de Zelenski pero si indican que el presidente no ha logrado dar un sesgo positivo a la atmósfera de un país tan castigado como Ucrania.
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