Daniel Craig es la antítesis de Bond, James Bond, el frío, serio y distante espía británico al que lleva dando vida en el cine desde hace 15 años. Craig, en cambio, es puro movimiento, dicen quienes le han conocido, entrevistado y dirigido. Un hombre que no para quieto, que llena la habitación con su presencia, caótico, anárquico en su incesante movimiento. Un tipo que no para de hablar, de contradecirse, incluso de criticarse a sí mismo. Alguien que muestra sus inseguridades, que no son pocas. Alguien a años luz de ese rudo Bond que le ha dado la fama global y al que ahora ha decidido decir adiós.
Él mismo lo confirmaba hace pocos días, en una entrevista con la edición británica de la revista GQ. “Hasta ahora he mantenido la boca cerrada. Pero esta es mi última película”, contaba sobre Sin tiempo para morir, la entrega número 25 de la saga, donde comparte protagonismo con Rami Malek (ganador de un Oscar en 2019 por su papel de Freddie Mercury en el biopic de Queen, Bohemian Rhapsody, que encarnará al villano esta vez), la francesa Lea Seydoux o la hispanocubana Ana de Armas. Su estreno iba a ser el 2 de abril, pero se ha retrasado hasta noviembre por la crisis del coronavirus.
Craig, de 52 años, no quería ser James Bond, pero el cargo le ha durado 15 años. No tenía claro si sería bueno para el papel, si sería una decisión correcta para su objetivo de sentir un chute de adrenalina cada vez que se metiera en la piel de otro. El encargo le llegó casi de casualidad, como caído del cielo. Literalmente: la productora de las cintas, Barbara Broccoli, se fijó en él durante el entierro en Londres de una directora de casting, Mary Selway. Él estaba en el aeropuerto, a punto de volar a la India, cuando una hija de Selway le llamó para que fuera uno de los portadores del ataúd. Aceptó y, en esa pequeña y luminosa iglesia del corazón de Piccadilly, Broccoli tuvo claro que ese hombre rubio de duras facciones era el sustituto de Pierce Brosnan.
Craig no se veía en el papel. Acudió a las oficinas de la productora para lo que creía que era una toma de contacto. “Esto se va a cargar mi puta vida entera”, pensaba, y hasta llamó a su madre para consultárselo. Un día que tenía una reunión importante fue sin gemelos, con una chaqueta tirada por encima, mal vestido. Pero Broccoli lo tuvo tan claro que él vio que era imposible rechazar una oportunidad así.
Desde aquel 2005 la sombra de Bond le ha perseguido y probablemente lo seguirá haciendo el resto de su vida. Sus cintas de la franquicia han recaudado más de 2.500 millones de euros; solo con la última, él ha ingresado 21. Ha sido el intérprete más longevo del espía, ya que se ha metido en su piel durante casi 15 años. Una piel que él mismo ha contribuido a cambiar. Craig ha sido el artífice de convertir a su alter ego en un hombre distinto, con más sentimientos, que puede sentir amor o dolor y muy alejado del machismo rancio que desprendían algunos de sus antecesores.
Él mismo tuvo que soportar ciertas críticas de algunos internautas cuando salió, hace un par de años, con su hija colgada de un portabebés. No le importó... o no lo hizo ver. El británico no tiene redes sociales, al menos conocidas. Su privacidad es fundamental, como también lo es para su esposa y madre de esa niña —de ahora dos años—, la también actriz británica Rachel Weisz. La pareja se conocía desde mediados de los noventa, pero reconectaron en 2010, cuando rodaron juntos Detrás de las paredes. El romance fue fulminante: se casaron en secreto seis meses después, en 2011. Acudieron dos amigos y sus hijos. Nadie más. Y ni una foto. “Habría sido como contar un secreto”, explicó él después.
Ambos han pasado por serias relaciones anteriores. Weisz, de 51 años, tiene un hijo de 13 años con su pareja durante casi una década, el director Darren Aronofsky. Ella no se había casado antes, nunca lo había contemplado. “No era mi ambición, yo era todo lo contrario a eso. Así que ocurrió de repente, de forma natural y feliz”, contó en una entrevista al Evening Standard.
Por su parte, Craig tiene una hija de 28 años con la actriz Fiona Loudon. Nació cuando él tenía 25 años de una breve unión de apenas 24 meses con Loudon. Él era muy joven, pero ya llevaba mucho vivido. Con 16 años se había marchado de casa para hacer un curso de teatro en verano en Londres con un amigo. La interpretación se le metió dentro y la cuestión se alargó hasta los 22 años. Uno después, protagonizó un anunció que le hizo ganar 20.000 euros. “Una fortuna”, como se deleitaba en la entrevista con GQ, que se fundió en un instante y cuyos impuestos tardó cinco años en pagar.
Su entorno era humilde. Sus padres tenían un pub, el Ring O’Bells, en Frodsham, una pequeña ciudad de Cheshire, al noroeste de Inglaterra. Allí aprendió a imitar a Groucho Marx y compañía y a sacarse unos cuartos. Con el divorcio de sus padres cuando él tenía cuatro años, él y su hermana se fueron a vivir con su madre, Olivia, al peligroso distrito L7 de Liverpool. Volver andando del colegio era “peligroso”. El joven Daniel sacaba malas notas y solo le interesaba el rugby. Hasta que con 14 años se subió a un escenario para actuar en una función de Oliver. “No diré que es como cuando pruebas droga realmente buena, pero fue un chute de emociones y adrenalina que nunca antes había sentido”, ha contado.
Mientras su madre daba clases como profesora de arte para mantenerles, él iba a un cine barato en la costa con su tía. “Las películas llegaban tarde, se veían fatal. Pero me sentaba y veía una tras otra”, le contaba a GQ. Entonces, en su primera adolescencia, llegó Blade Runner. Fue una revelación: le cambió la vida.
Han pasado más de 35 años y ahora Craig tendrá que hacer frente a otro giro vital: superar a Bond. En octubre rodaba sus últimas escenas en un estudio de Londres, esas que tendría que haber grabado en La Habana y que no pudo a causa de una lesión. En el adiós, no pudo evitar emocionarse. “Tenía un montón de cosas en la cabeza que quería decir. No pude sacarlas”, confesaba. Llegó hasta las lágrimas. Cary Fukunaga también. Hasta el doble de acción de Craig acabó llorando por el hombre que puso patas arriba al frío espía británico sin que nadie se lo esperara.
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