En pleno debate sobre si la semana de la moda de Nueva York —que acabó hace escasos días— está en horas bajas y Londres resurge como cuna del diseño más vanguardista, la pregunta real no tiene que ver con las marcas que presentan sus colecciones en las dos urbes . O, al menos, no directamente. Las semanas de la moda son, en el fondo, un sistema organizado y encaminado a mover el capital (cultural y económico) de las ciudades donde se celebran; para que las firmas y los diseñadores de tamaño mediano brillen hace falta apoyo y una maquinaria bien engrasada que les sirva de plataforma.
En ese sentido, el British Fashion Council le gana la partida al Consejo de Diseñadores Norteamericanos (CFDA). No es que en Nueva York haya falta de ideas —nombres como Eckhaus Latta, Vaquera o Síes Marjan demuestran lo contrario—, el problema es que dichas ideas no se comunican apropiadamente a compradores y medios de comunicación.
Obviamente, la Semana de la Moda de Londres, que termina este martes, tiene sus reclamos mediáticos. "Al final, me siento más cómoda presentando la colección en casa", cuenta Victoria Beckham tras su desfile, celebrado el pasado domingo en Banqueting House, un imponente palacete con techos pintados por Rubens. La empresaria, que en diez años ha posicionado su marca homónima como una de las más alabadas en el sector, redundó en la que es su seña de identidad, la funcionalidad. "Sólo concibo hacer ropa que haga sentir cómoda a la persona", cuenta Beckham.
Por eso, su idea de rebelión, el concepto en torno al que gira su propuesta para el próximo otoño, no se traduce en estrategias creativas grandilocuentes, sino en sutiles juegos de proporciones. "Lo llamo 'subversión amable". De hecho, es la primera vez que Beckham trabaja con longitudes cortas y a media pierna, con talles altos y patrones más pegados al cuerpo. Sale airosa: la que hasta entonces ha sido una diseñadora celebrada por practicar el oversize y los cortes fluidos, ha conseguido algo tan difícil como no perder su identidad (ese arquetipo de sofisticación deudor del Celine de Phoebe Philo) al experimentar con una nueva silueta.
J. W. Anderson también es un maestro en hacer parecer fácil (de llevar) lo difícil (de diseñar). El también director creativo de Loewe lleva varias temporadas presentando bajo su firma homónima la mejor colección de esta semana de la moda. Su ejecución de los volúmenes y del movimiento de las prendas es imbatible. "Me ha obsesionado la idea del espacio, cómo pueden interactuar las prendas con el entorno vacío", contaba el irlandés tras el show. Dicha obsesión le ha llevado a jugar con cuellos voluminosos, abrigos trapecio y gabardinas multicapa en una colección que no pierde de vista el negocio: la potencia visual de los bolsos y los zapatos los convierte en candidatos a viralizarse en Instagram.
Pero si hay algo por lo que Londres destaca por encima de Nueva York y se desmarca de la industria milanesa y la tradición parisina es por posicionar a nombres emergentes al mismo nivel que los consolidados. La expectación por ver lo nuevo de Anderson o Beckham era la misma que por asistir al desfile de Richard Quinn, y eso que solo lleva cuatro colecciones a sus espaldas. Pero para eso está el British Fashion Council. Hace casi dos años la mismísima reina de Inglaterra acudió a uno de sus desfiles, y medio mundo prestó atención a un creador cuya identidad resulta tan difícil de construir que es imposible de olvidar.
Entre el fetichismo y los trajes de noche clásicos, Quinn conjuga el látex con las perlas y convierte un recurso tan fácil como el estampado de flores en un símbolo vanguardista a base de cubrir con él a sus modelos (manos, pies y, a veces, hasta rostro incluidos). Lo hace, además, reciclando tejidos, un "pequeño detalle" que se diluye ante la potencia visual de su propuesta, lo que demuestra que en la cantera de creativos la sostenibilidad no es un atributo de nota de prensa sino una dinámica interiorizada e imprescindible.
Si Quinn, hoy convertido en estrella, fue el niño mimado de ediciones anteriores, esta temporada todos hablaban de Matty Bovan. Graduado en Saint Martin's en 2015, hoy Katie Grand (quizá la estilista más influyente del mundo) le ayuda con un desfile al que acude la primera división de compradores y editores, Anna Wintour incluida. Y eso que sus propuestas, también a base de tejidos reciclados, son un cruce entre el exceso de Vivienne Westwood y la deconstruccion de Martin Margiela. Bovan concibe el vestido más como un arte performativo que como un objeto comercial. Pero esto es Londres: aquí la vanguardia lleva años ligada a la moda local (sea o no esta unión un estereotipo) y si algo saben hacer en esta ciudad es profundizar en su esencia.
elpais
Etiquetas: