Una chica buena siempre aspira al éxito, nunca se conforma y da las gracias por tolerarle llegar a la cumbre. Una chica buena pide perdón si hace demasiado ruido con sus canciones. Una chica buena nunca está sola, ni muestra su dolor en público, porque no puede dejar de sonreír ni de ser feliz. Una chica buena tiene que ser nueva y joven para siempre. Una chica buena compone letras de canciones para vivir en un mundo de lentejuelas y unicornios, pero nunca incomoda. Una chica buena siempre se mantiene en su peso ideal, que es el que dictan los demás, quienes miran si está lo suficientemente delgada, porque una chica buena es el objeto de deseo al que rendirse sin rechistar. Porque si rechista siempre habrá otra chica buena que reemplazarla, porque el sistema tiene preparados los relevos. Una chica buena nunca debería haber rodado Miss Americana, el documental producido y estrenado en Netflix, en el que Taylor Swift rompe la magia de la fama y muestra la cara que menos favorece al éxito de una estrella popular y lo difícil que lo tienen las mujeres para sobrevivir a él.
A Swift los vestidos en los que se mete para promocionar sus discos no le dejan respirar, por eso compone en pijama de felpa con corazones. Al final de la película rodada por la directora Lana Wilson, la artista reconoce que -la estrella musical mejor pagada del mundo, según Forbes- necesita que su corazón sea tan suave como sus pijamas: “Conservar la piel fina y el corazón abierto”. Es una declaración que suena a testamento, más que a legado después de asistir -maravillados- a la transformación política de Swift, que pasa de ser una buena chica a una mujer soberana. De inocente sometida cantante pop a “monstrua y centaura”, utilizando la expresión de la escritora Marta Sanz. ¿Puede un icono popular vivir con la piel fina ante los ataques que la empujan a la destrucción?
El talante pop-político de la cinta -con más intimidad que conciertos- se basa en el giro dramático que atraviesa la cantante y compositora cuando llega a un tribunal para demostrar que un locutor de radio le acosó. Swift reconoce en ese juicio el momento clave de su metamorfosis, cuando rompe su crisálida y una pregunta desata su posicionamiento político como estrella pop: “¿Qué pasa si te viola y es su palabra contra la tuya?”. Y como lo personal siempre es político, Swift se termina rebelándose contra su propio silencio equidistante ante el ascenso de “una Trump con peluca”. Se refiere a la senadora republicana Marsha Blackburn, favorable a restar derechos humanos a los homosexuales y atacar a la ley contra la violencia de género en nombre del cristianismo.
Lana Wilson está presente con su equipo de grabación cuando comunica a sus padres y equipo que va a salir del armario político. Y, más tarde, cuando lo declara. En un tuit, por supuesto. Para escribirlo y publicarlo le acompaña su madre y Tree Paine, publicista, que le dice que el presidente Trump se volverá en su contra. “Que le den”, responde la cantante. “Sería muy frívola si salgo y digo: “¡Feliz mes del Orgullo!”, y luego no hablo de esto, cuando realmente van a por ellos”, dice Swift antes de brindar con vino blanco fresquito “por la resistencia”. El instante del tuiteo es un drama ridículo, con su móvil en las manos y flanqueada por su madre que le acaricia la rodilla -“Todo irá bien”- y la publicista, que se lleva las manos a la cara. Antes de hacer público su voto demócrata hacen una cuenta atrás que ya quisieran en la NASA.
Lo más interesante de la vida filmada de la cantante, con la que se inauguró el último Festival de Sundance, es la politización de una mujer a la que escuchan millones de personas. Y el testimonio más crudo sucede en su coche, de nuevo en la absoluta soledad, cuando reconoce sus trastornos alimenticios por intentar alcanzar un modelo de belleza inalcanzable. “Si eres delgada, no tienes el culo que quieren. Pero si tienes un buen culo, no tienes la tripa plana. Es todo imposible, joder”, declara contra los moldes que asfixian su necesidad vital: componer.
Así llega a la paradoja que plantea Virginie Despentes en su Teoría King Kong: ahora que es una mujer contra la mordaza, ¿tendrá que sacrificar su feminidad para demostrar el poder de su creatividad? No. Taylor Swift grita que no va a callar la violencia machista contra el cuerpo de las mujeres y lo reclama envuelta en un gran abrigo rosa, mientras se toma un selfi. Porque la crítica a la doble moral, dice, no es incompatible con la purpurina.
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