Fue su abuelo quien hace años le contó la historia. Ahora, gracias a la máquina de viajar en el tiempo más eficaz que existe, el cineasta Sam Mendes la reconstruye con la precisión del que busca honrar la memoria de los que combatieron en las trincheras de la Gran Guerra. « 1917» es, en palabras del director británico, «algo así como mirar a través del agujero de la puerta para ser testigo de lo que hay dentro y tratar de entender el caos y el desastre que fue la guerra».
Si la noche es más oscura justo antes del amanecer, el miedo es más intenso antes de que el silbato ordene salir de la protección de la trinchera al espacio de muerte y caos que era la tierra de nadie durante la Primera Guerra Mundial. Y Mendes quiere que el espectador viva como nunca antes ese temblor que atenaza el cuerpo y solo permite la huida hacia delante. Lo hace con un ejercicio cinematográfico que va más allá de los planos secuencia de Stanley Kubrick en «Senderos de gloria». Aquí no hay cortes -no aparentes- durante la misión imposible que reciben dos soldados británicos: llevar un mensaje a otro batallón aliado que está a punto de caer en una trampa mortal del Ejército alemán.
En las dos horas que dura «1917», la cámara no deja de bailar en torno a los dos protagonistas, que emprenden un viaje entre el barro, los cadáveres, los pueblos donde solo quedan en pie los esqueletos de los edificios... «Pensé, ¿por qué no contar esta historia en dos horas de tiempo real? Hacerla en un plano secuencia era un reto que puede parecer una locura, pero me parecía que aportaba mucho a la hora de vivir la misión con los personajes reales», presumía Mendes.
Raíces familiares
No es la primera vez que un británico se inspira en las historias familiares de la guerra para llevarlas a la gran pantalla. Christopher Nolan recordó en la promoción de «Dunkerque» que tiró de la memoria de su abuelo para contar un episodio bélico, en esta ocasión de la Segunda Guerra Mundial -y también con el tiempo como juguete con el que experimentar. En el caso de Mendes, lo que ha intentado ha sido homenajear la figura de esos soldados anónimos. «Curiosamente, las historias que me contaba nunca eran sobre héroes, sino sobre golpes de suerte, coincidencias... Me gustaba mucho la imagen que me contó de un plan para pasar un mensaje de un sitio a otro a través de la zona de tierra de nadie. Esa imagen siempre me acompañó», reflexionaba Mendes en su visita a Madrid hace unas semanas. «También quería reflejar su amistad de forma creíble. Ambos son un buen ejemplo de soldados rasos, de tantos y tantos soldados desconocidos que murieron y cuyos cuerpos no pudieron ser reconocidos».
En la diana del éxito
«1917» llega a los cines de España consagrada tras ganar el Globo de Oro a la mejor película dramática y mejor dirección. Casi nada en un año en el que Sam Mendes batalla contra coroneles de Hollywood como Martin Scorsese o Quentin Tarantino. Pero conquistar la cima no es nuevo para el ganador del Oscar por «American Beauty» (1999) y el artífice de reflotar a James Bond en «Spectre» y «Skyfall». Y, aún así, Mendes resta importancia a lo conseguido. «Nunca he querido lanzar un mensaje ni enseñar nada a los demás. Aprender es un tema inconsciente. No me gusta la idea de “enseñar” con el cine: cada persona se lleva algo distinto al ver una película, ya sea una imagen o un chute de adrenalina, cada uno lo suyo», comentaba, sin evitar la carcajada al imaginar qué pensaría su amigo ya fallecido Conrad Hallen, con el que ganó el Oscar a mejor fotografía por «Camino a la perdición», al ver el plano secuencia infinito que se ha sacado de la manga: «Diría que lo he hecho solo por lucirme».
Más serio se pone al comparar el tiempo político que recoge su filme con el que le ha tocado vivir en su país. Con el Brexit en la sombra, al que Mendes ataca con vehemencia, cree que en la unión está la fuerza. «Me parece que en aquella época luchábamos por una Europa libre y unida, y es algo que mi país haría bien en recordar ahora. Todo lo que conseguimos se puede destruir fácilmente», aseguraba, lejos de dibujar una imagen edulcorada del pasado. «Tener una especie de visión nostálgica de la grandeza de tu nación conquistando a otros países no es lo adecuado, prefiero enfocar ese pasado en la destrucción y el caos que generan las guerras, pero mi película no es un aviso de lo que pueda pasar. En esta película no he tratado de hacer lo que se hace siempre: hablar de las bondades de mi país y decir lo malísimos que eran los alemanes. Realmente, se podía haber rodado la misma historia cambiando las nacionalidades. Podían haber sido franceses, belgas... cualquiera. Hablamos de la experiencia humana de la guerra, una verdad más grande que todo aquello».
Y más grande que la propia épica de la batalla son los personajes. «Me gusta subrayar cómo vive el ser humano en una situación extrema. Lo que trato de contar es lo que supone tener un hermano, un amigo, lo que supone volver a casa... Se trata de la supervivencia, y al final de la Gran Guerra todo el mundo se dio cuenta de que en una guerra se trata más de sobrevivir que de triunfar. Creo en el heroísmo pero de una forma más instintiva. El protagonista, Schofield, es un héroe, pero porque los eventos le llevan a serlo. Es una especie de héroe accidental, no la clásica versión del héroe cliché». Y junto a ese soldado, el espectador, que lo vive todo en primera persona como nunca antes en una sala de cine.
abc
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