Hace ya dos años, Movistar+ y HBO España estrenaron el cierre de la séptima y penúltima temporada de «Juego de tronos». Conscientes de que el final estaba a la vuelta de la esquina, sus creadores pisaron el acelerador en la séptima entrega. El ritmo, antes irregular (y a veces tedioso) pero homogéneo, chirrió más que nunca con la cercanía del desenlace, y las tramas terminan precipitándose. Si durante las temporadas anteriores predominaba el desarrollo de los personajes, más profundos, y la importancia de sus viajes; la séptima dio más importancia a la llegada a la meta, casi con flato, traicionando así en parte su esencia.
Los planes parecían menos elaborados, e incluso disparatados, y los giros de guion más predecibles. Abundaron las elipsis temporales, y la coherencia lógica de la línea argumental se pervirtió. Se perdió la capacidad de impacto, pues todo predispuso hacia lo que terminó sucediendo. Los personajes, antes dispersos en cada punta del mapa de los Siete Reinos, se limitaron a un par de recurrentes escenarios en la séptima temporada, y se desplazaron a lo largo y ancho de Poniente a la velocidad de la luz. La celeridad de su progreso terminó aligerando hasta el innovador tono de la ficción de HBO. De ahí que aunque este drama medieval sea también una serie fantástica, donde los muertos vivientes, los dragones y las resurrecciones están a la orden del día, algunos no estuvieran dispuestos a tolerar ciertas, y a veces cuestionables, licencias. Sin embargo, no solo en el fandom ha habido debate. El resultado ha dividido también a la crítica profesional, con predominio de las opiniones favorables, según el portal Metacritic.
Pese al choque de juicios, para cerrar la penúltima temporada de «Juego de tronos» prefirieron volver a sus orígenes. El último capítulo recuperó esa tradición de diálogos afilados e inteligentes que inaguró la ficción, de personajes fieles a sus instintos y motivaciones, sin olvidar la épica de efectos especiales en la que derrocha más energía que ninguna.
El episodio acometió la difícil tarea de reunir en un solo plano a los personajes más importantes y cerrar casi todas sus tramas, de culminar la (anunciada) tensión sexual de dos protagonistas y tirar de vísceras para traicionar la relación, existencial, que unía a otros. No hubo capítulo nueve, el clásico episodio bomba en la serie, con sangrientas muertes y grandes batallas, pero tampoco hizo falta. Sin perder los detalles de calidad que la elevaron como una de las mejores series de la historia, ofreció lo que se espera: un trampolín hacia su final, una pausa entre el pasado y el futuro que, como el invierno, está a la vuelta de la esquina.
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