Tal vez sea demasiado pronto, momento para la contención y la mesura en el juicio, la valoración o la perspectiva, pero visto lo visto hasta ahora, cerca ya de cruzar el ecuador de la primera semana en Nueva York, hay indicios más que suficientes para el optimismo. Rafael Nadal, de nuevo, volvió a dejar la sensación de que una vez que su muñeca le ha dado tregua y que su juego ha ganado revoluciones al acumular estancia en la pista, a base de encuentros y entrenamientos, está un poco más cerca de su mejor versión, o al menos de aquella que insinuó antes del parón forzado en pleno Roland Garros. Por tercera noche consecutiva, el de Manacor venció con suficiencia (6-1, 6-4 y 6-2 a Andrey Kuznetsov, después de 1h 59m) y accedió a los octavos del US Open, en los que se encontrará con Lucas Pouille (3-6, 7-5, 2-6, 7-5 y 6-1 a Roberto Bautista).
Nadal, por fin, estará presente en la recta decisiva de un gran torneo. No pudo hacerlo ni en Melbourne (eliminado por Fernando Verdasco a la primera), ni en Roland Garros (abandono en la tercera ronda, debido a la lesión) ni en Wimbledon (donde ni siquiera compareció). Hoy día, por lo tanto, tiene unos cuantos motivos para celebrar, y más visto su tenis a lo largo de este verano de resurrección, en el que repuntó en Río y en el que el presente habla completamente a su favor. Independientemente de lo que ocurra al final en Nueva York, Nadal ya está mucho más cerca de lo que pretendía ser, de lo que es, de nuevo un tenista competitivo y que amedrenta con su sola presencia.
Que se lo pregunten si no al pulcro Kuznetsov. Al ruso, dotado desde el punto de vista técnico, le ha tocado la china en el último año, puesto que el bombo ya le ha emparejado cuatro veces con Nadal, y este le ha infligido otras tantas derrotas. La última, sobre el asfalto de Flushing Meadows, terreno en el que la bola centelleante del español está cobrando otra dimensión, liftada y punzante, sin llegar a coger el vuelo tan alto de otros tiempos pero al menos sí el suficiente como para que el rival de turno las pase canutas para devolverla. Istomin, Seppi, Kuznetsov; los tres pueden dar fe de ello. El drive crece y el revés, cortado muchas veces, se está convirtiendo en un recurso más que interesante para desestresar la muñeca dañada y evitar que el contrario pueda pegarle plano.
Nadal está en un punto dulce. Lo demuestra el willy que dibujó en la recta final del partido, en una maniobra que lo dice todo: piernas, frescura, agilidad. Confianza. Y, también, expresa que esa articulación va por el bueno camino, porque de lo contrario sería imposible devolver una bola así, con precisión y fuerza. Tan hermosa fue la acción que todo el público de la Arthur Ashe se puso en pie, lo que demuestra además que el el balear no ha perdido ni un ápice de gancho, ni aquí ni allá, ni en Nueva York, ni en Londres ni París ni en Melbourne ni en Buenos Aires ni en Catar. Nadal es Nadal, y el reconocimiento a lo que hace y ha hecho es unánime.
Contra el ruso, solo un pero: el servicio. Cometió cinco de sus seis dobles faltas en el segundo set
Frente a Kuznetsov, consumido sobre todo por los 40 errores no forzados que cometió (por los 19 del mallorquín), tan solo se le puede poner un pero: el saque, sobre todo en el segundo parcial, en el que firmó cinco de sus seis dobles faltas y en el que tuvo una discreta efectividad con los primeros (50%) y una cosecha de puntos muy baja con los segundos (38%). Un aspecto que deberá vigilar contra Pouille, pura escuela francesa, 22 años de descaro. Pese a su juventud, el galo ya se mueve en la zona noble del ranking (es el 25, pero llegó a estar recientemente el 21). Solo hay un precedente contra él, el año pasado en Montecarlo. Entonces, 6-2 y 6-1 a favor de Nadal.ElPais
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