El director de orquesta ruso Valeri Guérguiev –que encabeza el legendario teatro Maríinski, el Kírov de la época soviética, de San Petersburgo– ha llevado este jueves la obra Oración por Palmira, la música devuelve la vida a sus viejos muros al anfiteatro romano de la ciudad siria del mismo nombre, declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco por su riqueza arqueológica. En el mismo escenario en el que el Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) degollaba a sus prisioneros hasta hace apenas un mes, Guérguiev, de 63 años, ofreció un concierto ante 400 espectadores que se había anunciado por sorpresa pocas horas antes de su celebración. El acto cultural, celebrado entre las ruinas arrebatadas al ISIS por el Ejército del régimen sirio con apoyo ruso, pretendía ser un homenaje a las víctimas de los yihadistas, a la par que una reivindicación del papel determinante en el conflicto de Rusia, cuyos artificieros retiraron hace poco las minas sembradas por el ISIS en el recinto arqueológico.
“Protestamos contra la barbarie y la violencia. Nuestro concierto es un llamamiento a la paz y a la unidad”, manifestó el director del Maríinski en sus palabras introductorias. Desde su residencia en Sochi, en la costa del mar Negro, Putin se dirigió a la audiencia por videoconferencia para destacar el valor de los músicos y del público en un país en guerra. “Este concierto es un signo de esperanza”, dijo el presidente ruso, “y de reconocimiento a todos los que luchan contra el terrorismo (…) de liberación de la civilización moderna de ese mal terrible”.
Mientras las armas callaban en Alepo, la principal ciudad del norte de Siria, por primera vez en dos semanas tras la tregua acordada por Washington y Moscú, el Kremlin parecía apuntarse este jueves en Palmira un tanto estratégico para mejorar de su imagen internacional. Al mismo tiempo, aspiraba a granjearse el apoyo de sus conciudadanos, sumidos en una crisis económica a causa de las sanciones por la intervención rusa en Ucrania, a la participación el conflicto en el país árabe. El Gobierno lo justifica desde septiembre como una campaña contra el terrorismo yihadista. Rusia cuenta en la costa siria con su única base naval en el Mediterráneo.
Este concierto en la considerada la Perla del Desierto de Siria ha desatado también la polémica en Rusia. Entre los miembros de la delegación rusa figuran —además del ministro de Cultura, Vladímir Medinski, y el director del Ermitage, Mijaíl Piotrovski, especialista en islam— el violonchelista Serguéi Rolduguin. Este músico, que dirige la Casa de la Música de San Petersburgo, es conocido por su amistad con el presidente, Vladímir Putin, así como por su aparición en de los llamados papeles de Panamá. Rolduguin interpretó en Palmira la obra La Cuadrilla, de Rodión Shchedrín. El programa incluyó también al violinista Pável Miliukov, que tocó la Chacona de Bach, un himno a la grandeza del espíritu humano, según Guérguiev. La orquesta terminó con una sinfonía de Serguéi Prokófiev.
El director de la filarmónica de San Pertersburgo no ha ocultado tampoco sus simpatías por el Gobierno de Putin. El 11 de marzo de 2014 figuraba entre los firmantes de la carta abierta de personalidades de la cultura rusa en apoyo de la política exterior del Kremlin y, en particular, de la anexión de la península de Crimea. Independientemente de cómo sean interpretados sus conciertos, es indiscutible que el responsable del teatro Maríinski es ante todo un gran músico. Sus simpatías políticas no le han impedido ser director visitante en la Ópera Metropolitana de Nueva York, o director principal asociado de la Orquesta Sinfónica de Londres, o en las filarmónicas de Roterdam y Múnich.
A quienes consideran que estos conciertos son ante todo acciones políticas, Guérguiev responde que para él lo importante es el aspecto humano: quiere que la gente que ha pasado por tragedias no se sienta solo compadecida, sino que vuelvan a reconocerse como seres humanos. No es la primera vez que Guérguiev ofrece su música para sanar las heridas de la violencia. En 1999 dirigió un concierto por la paz en la catedral de Omagh (Irlanda del Norte) después del atentado del IRA que un año antes causó 29 muertos, entre ellos dos españoles. Cinco años más tarde, viajó con su orquesta a la ciudad rusa de Beslán, en Osetia del Norte, donde murieron más de 300 personas, incluidos 186 menores, en la toma de una escuela por un comando terrorista checheno y su posterior desalojo por parte de las fuerzas de seguridad.
Guérguiev, de origen osetio, llevó su orquesta a Tsjinvali, la capital de Osetia del Sur (república secesionista bajo control ruso en Georgia), después del conflicto armado de agosto de 2008 entre Tiblisi y Moscú. Si sus anteriores conciertos humanitarios no habían suscitado discusión, aquel fue duramente criticado por el entonces presidente georgiano, Mijaíl Saakashvili. Además, en el interior de Rusia, los opositores al régimen vieron en el concierto de Guérguiev un apoyo a la política del Kremlin. En 2012 acudió a Tokio para rendir homenaje a las víctimas de la tragedia de Fukushima.
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