Marchaos corriendo. Los alemanes pueden llegar en cualquier momento”. Esta advertencia, lanzada por un profesor de un instituto de Copenhague a sus alumnos judíos, se había propagado como la pólvora entre la comunidad judía de Dinamarca los últimos días deseptiembre de 1943, ante una inminente operación del ejército nazi para capturar a todos los judíos del país.
Así lo recuerda el periodista danés Herbert Pundik en sus memorias. Él era uno de los estudiantes en esa clase de francés; era uno de los cerca de 8.000 judíos que vivían en la pequeña nación escandinava, que hasta entonces habían podido mantener sus derechos y condiciones de vida pese a que el país había sido ocupado por Alemania tres años antes.
Pero aquel otoño de hace 75 años, a Hitler se le acabó la paciencia y ordenó aplicar la solución final también en Dinamarca. A mediados de 1943, la maquinaria del régimen alemán ya había aniquilado a tres millones de judíos del resto de los países bajo el yugo del nazismo, y la noche del 1 al 2 de octubre era la fecha fijada para llevar a cabo la captura y deportación de los judíos daneses.
Pero una filtración de información y una rápida y valerosa respuesta de sus compatriotas daneses permitieron salvar a unas 7.900 personas –principalmente judíos, pero también unos 700 no judíos, parejas de matrimonios mixtos–, enviandolas hacia la vecina Suecia, neutral durante la Segunda Guerra Mundial, a bordo de pequeñas embarcaciones de pescadores.
Dinamarca había sido ocupada por la Alemania nazi en abril de 1940, pero un acuerdo con el régimen de Hitler –a cambio de suministro de productos agrícolas e industriales y paso libre hacia Noruega para las tropas nazis, entre otros pactos– le permitió mantener autonomía política, lo que significaba poder garantizar protección a la comunidad judía. La actividad en las escuelas judías y los servicios religiosos siguieron su ritmo habitual. Los judíos nunca fueron obligados a llevar la estrella de David amarilla en las solapas y mantuvieron sus propiedades. Pero esta calma se vio repentinamente reprimida el otoño de 1943. Después de varias semanas de altercados y huelgas masivas alentadas por una creciente resistencia que reprobaba la colaboración con Hitler, Alemania impuso la ley marcial y declaró el estado de excepción, tras lo cual el gobierno danés dimitió y el rey abdicó. El régimen nazi había esperado el momento adecuado para llevar a cabo la solución final contra los judíos daneses, y con el pleno control de Dinamarca parecía haber llegado. El general de las SS Werner Best, jefe de la administración alemana en el país nórdico, envió un telegrama al Führer para solicitar luz verde, y finalmente el 28 de septiembre recibió la orden desde Berlín para desjudeizar Dinamarca. Best informó de la operación a Georg Ferdinand Duckwitz, un diplomático alemán miembro del partido nazi que trabajaba en la embajada alemana en Copenhague, y en ese momento se desató una cadena de transmisión que logró avisar a prácticamente todos los judíos daneses. Duckwitz viajó a Estocolmo para reunirse con el primer ministro sueco, Per Albin Hansson, y conseguir refugio para los judíos, y también informó de los planes de Alemania al líder del Partido Socialdemócrata Danés, Hans Hedtof. Este, a su vez, informó a los líderes de la comunidad judía.
Era la mañana del 29 de septiembre, la víspera del inicio del Rosh Hashanah, la festividad judía del Año Nuevo, y el rabino de la Gran Sinagoga de Copenhague, Marcus Melchior, interrumpió el servicio religioso para lanzar la advertencia: “Tenéis que marcharos inmediatamente, escondeos y avisad a todos vuestros amigos y familiares”. A las fuerzas de Hitler les parecía la noche ideal para encontrar a los judíos en sus casas, pero encontraron los hogares vacíos. Consiguieron arrestar a unos 500, la mayoría ancianos de un asilo de Copenhague, que acabaron en el campo de concentración checoslovaco de Theresienstadt. El resto de los judíos daneses, cerca de 8.000, consiguieron escapar y llegar a Suecia, aprovechando que apenas diez kilómetros separan los dos países en el estrecho de Øresund.
Durante la primera quincena de octubre de 1943, miembros de la resistencia, líderes religiosos, policías, médicos, miembros del gobierno y ciudadanos anónimos se conjuraron para salvar a sus compatriotas judíos de las redes del nazismo, a pesar de poner en riesgo su propia vida –aunque también es cierto que algunos recibieron grandes cantidades de dinero–. Vecinos ordinarios abrieron sus casas para esconderlos; pescadores hicieron numerosos viajes a través del estrecho con sus pequeñas embarcaciones; médicos y enfermeras los ingresaron en hospitales con nombres falsos, y los sacerdotes ofrecieron los desvanes de sus iglesias.
Este pasado jueves, los gobiernos de Dinamarca e Israel conmemoraron en Copenhague el 75.º aniversario de aquel hito histórico, aquellas dos primeras semanas de octubre en las que se intentó que las brutales cifras del Holocausto acabaran siendo algo menos (ínfimamente) estremecedoras. Como resultado del rescate, casi todos los judíos daneses sobrevivieron al Holocausto. Son 8.000 personas frente a los más de seis millones de judíos que fueron exterminados, indudablemente una cifra minúscula en comparación con los números globales, pero 8.000 vidas al fin y al cabo.
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