La Ciudad Perdida en alta mar quiere ser Patrimonio Mundial
Ambas instituciones acaban de presentar un informe con un nombre esclarecedor: Patrimonio Mundial en alta mar, una idea cuyo tiempo ha llegado. “Al igual que ocurre en tierra firme, las profundidades y las zonas más apartadas del océano albergan lugares únicos que merecen un reconocimiento, igual que hemos hecho con el Parque Nacional del Gran Cañón en Estados Unidos, las islas Galápagos en Ecuador o el Parque Nacional de Serengueti en Tanzania”, expone la geógrafa alemana Mechtild Rössler, directora del Centro del Patrimonio Mundial de la Unesco, en el prólogo del informe.
La Convención sobre la protección del patrimonio mundial, cultural y natural de la Unesco, aprobada en 1972, menciona “la importancia que tiene para todos los pueblos del mundo la conservación de esos bienes únicos e irremplazables de cualquiera que sea el país a que pertenezcan”. A juicio de Rössler, en esa frase caben las maravillas situadas en alta mar, aunque habría que modificar ligeramente la Convención. Ahora, los países solo pueden proponer la inscripción de lugares situados en su territorio.
El nuevo informe presenta cuatro posibles candidatos a formar parte de un futurible Patrimonio Mundial de Alta Mar, además de la Ciudad Perdida. Son el Café de los tiburones blancos, un lugar de reunión de estos escualos cerca de Hawái; el Domo Térmico de Costa Rica, una zona crítica para la biodiversidad marina situada al oeste de Centroamérica; el mar de los Sargazos, localizado en el Atlántico en torno a una concentración de algas flotantes; y la plataforma Atlántida (Atlantis Bank), una montaña submarina que en algún momento fue una isla en el océano Índico.
El 70% del planeta está cubierto por océanos y casi dos tercios de estos se encuentran más allá de cualquier jurisdicción nacional. La protección de ese tercio de los océanos que sí pertenece a algún país se está multiplicando en los últimos años, pero con errores que se pueden repetir en alta mar. El objetivo internacional es blindar al menos el 10% de las aguas territoriales para el año 2020, pero las prisas y la falta de presupuesto están llevando a la creación de “parques de papel”, áreas protegidas pero sin planes de gestión reales. Están protegidas solo con líneas en un mapa.