El Partido Republicano se resigna a que Donald Trump sea su candidato a las elecciones presidenciales de noviembre en Estados Unidos. El magnate y showman neoyorquino es un histrión alejado de la ortodoxia conservadora. Se enfrentará, salvo accidente inesperado, a la probable candidata demócrata, Hillary Clinton. Las opciones para frenarle, con un candidato alternativo de consenso o con la creación de un tercer partido, son nulas. Las élites republicanas se hacen a la idea de que finalmente deberán convivir con Trump.
Las élites republicanas son intervencionistas en política exterior, favorables al libre comercio y conscientes de que, si su partido no se abre a los ciudadanos de origen latinoamericano y a sus familias, difícilmente ganará elecciones presidenciales en el futuro.
Trump es aislacionista en política exterior, proteccionista y con una retórica ofensiva contra los inmigrantes latinos y los musulmanes.
Con Trump, las élites han pasado por las famosas cinco etapas del duelo que categorizó la psiquiatra suiza Elisabeth Kübler-Ross: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Primero despreciaron el fenómeno Trump. Después le atacaron, a veces con sus propias armas retóricas. Buscaron sin éxito alternativas. Y cayeron en la melancolía por los malos resultados que podía traerles. Finalmente, llega la hora de asumir que él es el candidato inevitable.
“Es hora de que termine el movimiento Stop Trump”, escribió en su página de Facebook, la semana pasada, tras la rotunda victoria de Trump en varios estados del nordeste, el gobernador de Florida, el republicano Rick Scott. “Ahora los republicanos deben unirse. Donald Trump será nuestro nominado”.
Tras la victoria de Trump en las elecciones primarias de Indiana y la retirada del senador Ted Cruz, el martes, quedaban en teoría nueve elecciones para acabar de elegir a los delegados que, en la convención de Cleveland (Ohio), en julio, proclamará al candidato.
En el camino quedan varios intentos para evitar que Trump fuese el nominado. Al constatar que, al inicio de las primarias que arrancaron en febrero, Trump raramente conseguía la mayoría absoluta de votos, se habló de unir al resto del partido tras un solo candidato capaz de sumar más votos que Trump. Esto habría obligado al resto a retirarse en favor el rival elegido. No ocurrió. Hasta este martes seguían en liza, además de Cruz, el gobernador de Ohio John Kasich, que no ha anunciado su futuro tras la renuncia del senador.
Otra opción discutida, que generó multitudes de artículos y análisis, fue la posibilidad de llegar a una convención abierta, en la que ningún candidato tuviera la mayoría absoluta de delegados. La idea era que, en sucesivas rondas de votaciones, los delegados pasaran a votar a otro candidato que no fuese Trump. Como Cruz, su rival más inmediato, despierta tan pocas simpatías como Trump en el partido, surgió la opción de un caballo blanco que salvaría al partido de la deriva trumpiana. Paul Ryan, speaker o presidente de la Cámara de Representantes, tuvo que salir a descartarse para este papel.
Y ahora se discute otra idea: la de presentar a un tercer candidato, un tercer partido al estilo del multimillonario texano Ross Perot en 1992 y 1996, que permita a los republicanos que encuentran inaceptable a Trump votar a otro candidato sin que este sea la exsecretaria de Estado y exprimera dama Hillary Clinton. “Podría haber un tercer partido, un partido conservador responsable”, especulaba ya en diciembre a EL PAÍS William Kristol, una de las principales figuras del movimiento neoconservador, uno de los grupos más reacios a la candidatura de Trump. “No tendríamos muchas posibilidades, pero intentaría ayudar a otras personas a crear un tercer partido o a encontrar un tercer nominado, un republicano o conservador más tradicional”.
En un editorial, The Wall Street Journal descarta esta idea. Vistas las expectativas adversas de Trump ante Clinton, los editorialistas del diario conservador quieren que quede claro el responsable del resultado. Una tercera candidatura auspiciada por republicanos desencantados sería contraproducente. “Lo último que necesita el partido”, escriben, “es una excusa para que el señor Trump y sus aliados acusen de la derrota a una ‘puñalada por la espalda’ de otros republicanos”.
Etiquetas: