Años después, Benito Mussolini quiso ser Eje. La Alemania de Hitler, el imperialismo japonés y el fascismo italiano (con excelentes aviones de combate probados en España) pretendían controlar el mundo. La guerra fue un desastre para Italia y, viendo venir la catástrofe, el rey Víctor Manuel III decidió cambiar de bando. Destituyó a Mussolini, lo puso bajo arresto en un hotel de alta montaña (donde fue rescatado por un comando alemán) y negoció un armisticio secreto con los aliados, que ya habían desembarcado en Sicilia.
Septiembre de 1943. La monarquía abandonó Roma para refugiarse en el sur, y la lucha por el norte, donde los alemanes habían situado a Mussolini al frente de una república tapón (la denominada República de Saló), quedó en manos de las brigadas partisanas, en buena medida dirigidas por los comunistas. El 25 de abril de 1945, el Comité de Liberación Nacional ordenó la insurrección general. El país podía haberse partido en dos, pero los partisanos aceptaron entregar las armas una vez consumada la derrota militar del fascismo.
Armas a cambio de un proceso constituyente y un referéndum sobre la monarquía, que ganó la opción republicana. Italia salió por su propio pie de la guerra y se ahorró la tutela directa que las potencias vencedoras ejercieron en Alemania y Japón.
Se redactó una nueva Constitución con plena independencia, gracias a un gran acuerdo entre derechas e izquierdas. Había derecha antifascista: los liberales y los democristianos, estos últimos hábilmente guiados por la Iglesia católica, que por la mañana llegaba a acuerdos con Mussolini y por la noche conspiraba contra él.
Los constituyentes se pusieron de acuerdo en que nunca más habría un dictador. Parlamento fuerte, ejecutivo débil, presidencia de la República con decisivos poderes arbitrales y derecho a referéndum popular para revocar total o parcialmente leyes o decretos (excluidos el presupuesto, la amnistía, los indultos y los tratados internacionales). En 1948 nació la Constitución más democrática de Europa.
Bicameralismo perfecto. El Senado tiene las mismas atribuciones que la Cámara de los Diputados. Si un jefe de gobierno pierde la mayoría en una de las dos cámaras debe presentar la dimisión. Así se explica el continuo baile de gobiernos en Italia, que no debemos confundir con inestabilidad. Casi siempre han mandado los democristianos.
Entre congresistas y senadores, mil parlamentarios muy bien pagados, correteando por el centro de Roma. Hoy son señalados por mucha gente como “la casta”.
Hace un par de años, Matteo Renzi intentó reformar la Constitución para generar un poder ejecutivo más fuerte. Cometió el tremendo error de querer convertir el referéndum en un plebiscito personal. Perdió por veinte puntos. Los italianos siguen amando la Constitución del 1948, cuyo primer artículo dice así: “Italia es una República democrática fundada sobre el trabajo”.
lavanguardia.com
Etiquetas: