La última mentira de Osama bin Laden
"Esa bestia no existe". Así de categórico se muestra Seymour Hersh cuando Crónica le pregunta sobre el supuesto helicópteroinvisible al radar que se estrelló en la casa de Osama bin Laden hace ahora justo cinco años, aquel 1 de mayo en el que las Fuerzas Especiales de la Armada de EEUU entraron a matar al autor intelectual del 11-S. "Esa bestia no existe. Lo más que hay son helicópteros adaptados para esquivar el radar que se empleaban en Corea del Norte", declara el Premio Pulitzer, maestro de los periodistas de investigación de Estados Unidos y, desde hace unos años, objeto de ridículo entre sus colegas por sus artículos, en los que ha descrito las intimidades religiosas (de índole más bien extrema) de los generales de la Fuerza Aérea y, sobre todo, un relato alternativo a la muerte de Osama Bin Laden. Y ahí es donde "esa bestia" no existe. No existe porque no hacía falta que existiera. Estados Unidos no necesitaba helicópteros especiales que evadieran el radar... (Está muy bien que un helicóptero evada el radar, pero ¿qué pasa con el ruido que hace cuando aterriza a un kilómetro y medio de la Academia del Ejército pakistaní, en la que hay varios miles de cadetes? ¿O es que "esa bestia", además de invisible, es inaudible?).No lo necesitaba porque los pakistaníes sabían que los estadounidenses estaban viniendo. Es más: les estaban esperando. Un alto oficial del ISI, el servicio de inteligencia de Pakistán -el creador, junto con el de Arabia Saudí, de los talibán y de Al Qaeda-, guió a los Navy SEAL en la ciudad de Abbotabad hasta la casa del jeque, como sus seguidores llamaban reverencialmente al hombre que dirigió la muerte de 3.000 personas en Washington, Nueva York y Pennsylvania en 2001.El relato de Hersh fue publicado hace un año en la London Review of Books. Ningún medio estadounidense quiso imprimirlo, incluyendo al semanario The New Yorker, en el que el veterano periodista, que sigue jugando al tenis a sus 79 años, logró sus últimos éxitos profesionales, cuando expuso, en 2004, las torturas generalizadas llevadas acabo por los soldados estadounidenses en la cárcel iraquí de Abu Ghraib. Ahora, Hersh ha desarrollado un poco su tesis con la publicación de un libro de apenas 124 páginas tituladoEl asesinato de Osama Bin Laden (The Killing of Osama Bin Laden). La tesis central del libro es la misma que la del artículo. Pakistán, un país que vive permanentemente al borde de la guerra atómica con India y que da cobijo a la plana mayor de los talibán afganos, sabe quién entra y quién sale -al menos, si lo hace volando, y no por senderos de montaña- por su frontera con Afganistán. La muerte de Bin Laden es un juego de traiciones de los pakistaníes a su antiguo aliado, al que mantenían en un cómodo arresto domiciliario.En año preelectoral, el Gobierno de Obama no dejó pasar la oportunidad de incumplir su acuerdo con Pakistán y declarar que Bin Laden no había muerto en un ataque con un dron en las montañas afganas, sino en un barrio de una ciudad pakistaní en el que hay nada menos que dos grandes bases militares. Y la CIA aprovechó para dar a entender que habían descubierto el escondite de Bin Laden gracias a las torturas a los presos de Al Qaeda desaparecidos y dispersos en cárceles secretas en todo el mundo (entre ellas, en Polonia y Reino Unido). Hersh sostiene que el ataque que en 2014 hizo en sus memorias el entonces secretario de Defensa, Robert Gates, al Gobierno de Obama, se explica precisamente porque tanto Gates como el Pentágono vieron aquello -fabricar una acción heroica con propósitos electoralistas- como una traición. Además, tenían un motivo de preocupación práctico: a lo largo de los infinitos vaivenes de la relación entre EEUU y Pakistán, ambos países habían tratado siempre de salvar la cara del otro. La clave es que Washington no quiere perder todos los canales de comunicación con un país que tiene más de 200 bombas atómicas y militares que acaso sean como la Mafia siciliana, pero también una oposición que es, lisa y llanamente Al Qaeda (y ahora, el Estado Islámico). La humillación pública de la muerte de Bin Laden puso esa comunicación en peligro, algo que para los estadounidenses es demasiado peligroso como para poder vivir con ello.