Tras la caída de Constantinopla en 1453, que puso fin al Imperio bizantino (cristiano) y dio paso a cuatro siglos largos de dominio otomano —es decir, musulmán— sobre Grecia y buena parte de los Balcanes, Santa Sofía fue reconvertida en mezquita, pero su transformación en museo en 1934 por el laico Mustafá Kemal Atatürk pareció dejar en tablas la disputa. La Unesco contribuyó a su manera a enterrar los agravios históricos, y religiosos, declarando el monumento patrimonio de la Humanidad. La salomónica decisión de Atatürk respecto a la basílica implicaba que no sería ni iglesia ni mezquita, sino un museo. Y como tal, el rezo en ella quedaba prohibido a cualquier confesión.
Pero la decisión del fundador de la moderna República de Turquía se diluye progresivamente en un país en el que su presidente, Recep Tayyip Erdogan, utiliza cada vez en mayor medida la religión islámica para cimentar su poder. El cuestionamiento del estatus de Santa Sofía, antaño obra sólo de grupos marginales islamistas y ultranacionalistas, es ahora más amplio. En los últimos años se han registrado propuestas en el Parlamento para debatir su reconversión a mezquita y el ex viceprimer ministro Bülent Arinç aseguró que el Gobierno llegó a planteárselo, espoleado por pequeños pero simbólicos pasos de las autoridades turcas: una parte del recinto fuera de la basílica se ha habilitado para el rezo y se llama a la oración desde sus minaretes; en mayo, cientos de islamistas liderados por un imán —que en Turquía tienen categoría de funcionarios— rezaron frente al monumento y pidieron su conversión en templo islámico en un acto bautizado como “oración de la conquista”. Algo parecido, salvando todas las distancias, a lo que sucede en Córdoba con su mezquita, de titularidad eclesiástica (y donde de vez en cuando intenta rezar la comunidad islámica local, formada mayoritariamente por españoles conversos).
Durante este mes de Ramadán y con el permiso expreso del Ministerio de Cultura y Turismo, la cadena pública TRT Diyanet, perteneciente a la Dirección de Asuntos Religiosos, emite desde Santa Sofía un programa durante el sahur (última comida antes del alba) que incluye lecturas del Corán. El invitado de la primera emisión fue Mehmet Görmez, presidente de dicha dirección y clérigo musulmán de mayor rango de Turquía, al que durante la transmisión se pudo ver orando en el interior del museo-templo.
El Ministerio de Exteriores griego reaccionó con contundencia, acusando a Ankara de tomar una decisión “regresiva” e incompatible con “sociedades modernas, democráticas y laicas”, poniendo el dedo en la llaga de la cada vez más islámica Turquía. La réplica de Ankara fue recordar la lista de agravios acumulados: entre otros, que Grecia no permite desde hace años la construcción de una mezquita en Atenas (financiada por Turquía, que además sería la primera oficial en la ciudad), y también que margina a la minoría musulmana de Tracia (alrededor del 1% de la población), a la que insiste en denominar, para gran enfado griego, “minoría turca”. La contrarréplica helena recordó que en la Tracia hay 320 lugares de culto musulmán (oratorios y mezquitas informales). De hecho, un diputado de Syriza pertenece a esa minoría y pudo jurar su cargo sobre el Corán sin problemas.
El cruce de acusaciones entre ambas cancillerías es más que significativo, recordaba Kostas Iordanidis en el diario Kathimerini, ya que las airadas quejas griegas no han salido del Ministerio de Cultura —lo lógico por la dimensión cultural y patrimonial del monumento—, ni siquiera de la Iglesia de Grecia, sino de las cancillerías, es decir, de la alta política. Es el poder de los símbolos, que en el caso de Grecia y Turquía parece cargar el diablo. Por cierto, la Iglesia ortodoxa está representada en la ciudad turca por el patriarcado ecuménico de Constantinopla, porque para los ortodoxos - y sobre todo los griegos- la ciudad del Bósforo sigue llamándose así, como en época bizantina... Aunque la palabra "Estambul", por cierto, también procede del griego.
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