Que se sepa, sólo la muerte ajena puede convertirse en vivencia. Asumir que morirán los que nos rodean -y también nosotros mismos- es la gran experiencia del ser humano, sólo comparable al sentimiento amoroso. Por eso, amor y muerte son los grandes temas de los filósofos y de los poetas, asuntos en los que no suele destacar el común de los mortales por su verborrea. El pensador Vladimir Jankélévitch afirmaba, en mitad del siglo XX, que «la muerte nos inspira una especie de pudor que tiene que ver con el carácter inimaginable e inenarrable del instante final. De un lado, la biografía. Del otro, la escatología y el cuento fantástico».En el siglo XXI, la cosa se complica. Que hay vida digital tras la muerte ya se sabe porque la red social Facebook creó, hace un año, la figura del albacea digital, es decir, fomentó la posibilidad de designar a una persona que, tras nuestra muerte, se haga cargo del patrimonio digital creado a lo largo de los años o, simplemente, gestione nuestro perfil una vez hayamos desaparecido. Lo que no se sabe todavía es por qué, cuando muere un personaje público notorio -Prince, David Bowie, Umberto Eco, Lou Reed y, ayer mismo, el motorista Luis Salom-, las redes se inundan de expresiones necrológicas que dan a entender que todos conocieron íntimamente al muerto. Hasta se discute el gesto en sí; se dan conversaciones entre usuarios de redes sociales sobre si es correcto o no desarrollar semejantes panegíricos.EL MUNDO ha puesto a debatir a pensadores nacionales y extranjeros. ¿Qué significa esta intensidad de sentimiento mortuorio y virtual? ¿Está relacionado con el hecho de que mueran aquellas personas que dieron forma cultural y social al siglo XX? ¿Se nos va con cada muerte célebre el recuerdo de lo que fuimos? ¿Puede ayudar la conversación digital sobre la muerte a normalizar la gestión de las muertes reales y cercanas? ¿A romper el tabú de hablar de la muerte también cara a cara?Historiadores espontáneosPara el escritor y profesor Eloy Fernández Porta, «la producción colectiva del discurso necrológico es parte de las memorias del siglo XX, una reinvención revisionista del pasado reciente por la cual tratamos de entender qué significa ser ciudadano del siglo XXI». «Quien participa de ese proceso se convierte en un historiador espontáneo, y no necesariamente competente», matiza este ensayista, Premio Ciudad de Barcelona de Ensayo en 2012.Va más allá Enrique Ferrari, autor del volumen Resistencias con lo digital, cuando afirma que «debería ser obligatorio, antes de que la aplicación te permita hacer un post con un comentario sobre un famoso, rellenar un cuestionario básico para demostrar que lo conoces mínimamente». «Apuntarse al carro de un muerto célebre o modélico entra también en la búsqueda de la identidad y en la imagen que quiere uno que los demás tengan de él, pero será que las redes sociales tienen la capacidad de conseguir una atmósfera emotiva tremendamente envolvente, que sugestiona al usuario y le hace sentir mucho más».Sin embargo, tal y como recuerda Miquel Pueyo, autor junto a Ernest Benach del ensayo ¿Una eternidad digital? Vida y muerte antes y después de internet, «el panegírico ya existía entre los griegos y tenía sus reglas: el orador debía quedar siempre en un segundo plano excepto si había tenido una relación intensa con el finado y utilizaba sus recuerdos para ensalzarlo. Todavía hoy pasamos por alto las imperfecciones del difunto y embellecemos a posteriori su vida», argumenta.La "pornografía emocional"También menciona la importancia del rito mortuorio el grupo de pensamiento italiano Ippolita, autor del ensayo En el acuario de Facebook, donde proponen conceptos ligados a las redes sociales, sobre todo a Facebook, como la «pornografía emocional» y la «transparencia radical». «Las manifestaciones excesivas», sostiene Ippolita, «son la regla del adiestramiento emocional, y las plataformas confesionales proponen ejercicios continuos de pornografía emotiva, es necesario enseñar las propias vísceras para obtener el aplauso y la aprobación de los demás. En este contexto, lo anormal es no participar, no llorar».Se acuerdan estos italianos librepensadores de una escena del filme La gran belleza en la que Jep Gambardella advierte de que «nunca hay que robarles el dolor a los parientes» cuando se muere alguien porque «eso no está permitido, porque es inmoral». A este respecto, sostiene Ippolita que «en los medios sociales, el rito público, con todas sus reglas, se ve afectado por el objetivo que lleva inscrito la plataforma social, es decir, que todo se muestre, siempre y en cualquiera de los casos».Cercano a Ippolita en su ambición de «rechazar toda ideología o dogmatismo facilón» está el filósofo italiano Franco Berardi, conocido como Bifo. Así lo cree la editorial Enclave de Libros, que los publica a ambos en España -este otoño llegará El alma al trabajo, de Bifo-: «Plantean cuestiones cuya expansión y desarrollo deben ser recogidos por movimientos o individuos orientados a la liberación de si mismos».Desde Italia también, Bifo se sale por la tangente al afirmar que «aunque la participación en redes sociales» cuando se muere Bowie «pueda parecer artificial, en realidad tiene algo de auténtico». «Pensemos en Bowie. Es un artista que ha formado parte de la existencia y la sensibilidad de varias generaciones. Ha encarnado distintas experiencias culturales, es normal que las personas lo sientan como alguien cercano, pero no por razones identitarias porque Bowie no se puede reducir a una identidad, es el alien, el andrógino, el mutante, el drogado, el sabio... Él destacaba por su gusto por la mutación, por convertirse en otro, por eso sentimos que forma parte de nuestra experiencia, aunque no sea una identidad sino una mutación»."Definir nuestra identidad"Pueyo, director de la Cátedra de Periodismo y Comunicación de la Universidad de Lleida, sí cree que casos como el de Bowie «sirven para reforzar o definir nuestra identidad, puesto que hablamos de alguien que tuvo una extraordinaria capacidad para reinventarse con regularidad e ir adaptando su identidad a sucesivos momentos históricos». En la misma línea se expresa el novelista malagueño Juan Francisco Ferré cuando se le pide que reflexione sobre los ríos de panegíricos que inundan Twitter y Facebook cuando personajes icónicos como David Bowie o Umberto Eco fallecen. «La muerte de ciertos personajes que estaban ahí desde hace mucho tiempo y cuyo peso se hacía sentir en sus dominios respectivos (en el caso de Bowie, la música y el espectáculo en general; en el de Eco, la semiótica, el pensamiento y la novela) generan un vacío que quizá no se había sentido en otros momentos con la misma agudeza», piensa.Según parece, la cantidad de odas mortuorias que las redes sociales reciben cuando muere un icono social o cultural sirve para generar identidades colectivas, pero ¿sirve también para aprender algo, por ejemplo, a normalizar la gestión espiritual de la muerte? El nuevo muro de las lamentacionesPara José Carrión, psicólogo especializado en las terapias que enseñan a gestionar las nuevas tecnologías, dado que «se han perdido la mayor parte de los rituales tradicionales que permitían comprender y digerir el fenómeno de la muerte, como los velatorios, las condolencias, las esquelas y el propio luto y que las redes sociales son la identificación más o menos realista de nuestra estructura social y afectiva, todo debe reflejarse allí porque, de no hacerlo, parece que no existe». «Ahora es fácil confundir el párking del tanatorio con el del supermercado, las salas son asépticas, el muerto yace perfectamente situado para evitarnos su presencia y, lamentablemente, a veces morir es ser simplemente eliminado del directorio de nuestra agenda en el móvil, nuestros contactos en Facebook o cualquier otra lista», apunta.¿Qué pasa cuando las redes nos ponen delante la muerte de la que parecíamos habernos olvidado? Que «las redes se convierten en formato útil para el duelo, como lo son para convocar una despedida de soltero o una actividad gastronómica». Según Carrión, «sin banalizar su función, puede servir como muro de lamentaciones, libro de condolencias y altavoz de sentimientos, adecuado para mostrar a los demás que nuestra situación exige su respeto y, en el mejor de los casos, su compañía» porque «son muchos los que agradecen con sinceridad respuestas en sus muros cuando atraviesan estos momentos».¿Encaja con naturalidad un post sentido, sentimental, triste, sobre la muerte de alguien cercano en Facebook, rodeado de enlaces más triviales, noticias o virales? Eloy Fernández Porta responde: «Parece que no encaja, pero entre esas dos modalidades de escritura digital tiene lugar una alternancia, una antinomia entre lo cotidiano y lo trascendente, que es importante para la constitución del sujeto en internet. Por otra parte, las escrituras digitales son una extensión a la red de formatos como el diario o el dietario, y en estos géneros de escritura confesional el registro de la mortalidad siempre constituye un elemento importante, al menos desde las Confesiones de San Agustín, que son el modelo original de la escritura dietarística y que tratan muy explícitamente de la muerte». La clave del entendimiento parece estar, como apunta la antropóloga Paula Sibilia, en la asunción de que «la separación entre mundo virtual y mundo real se ha ido esfumando, que ahora vivimos literalmente en esos dos espacios al mismo tiempo, el tridimensional, analógico y material y ese otro mundo bidimensional de las redes informáticas». «No me parece sorprendente que, en una cultura como la nuestra, hasta la propia muerte se pueda vivir como un espectáculo compartido con una amplia audiencia. Aprendimos a construir nuestras vidas en la visibilidad interconectada de las pantallas, ¿por qué sería distinto el momento de morir? Incluso, si se elabora una buena estrategia, hasta se pueden conquistar muchos seguidores», culmina Sibilia.
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