Tras el cierre de la ruta del Egeo oriental por el acuerdo UE-Turquía, el pasado 20 de marzo, la llegada del buen tiempo ha reactivado la tradicional ruta del Mediterráneo central, con salidas desde Libia, pero también desde Egipto. Las embarcaciones suelen ir atestadas, a menudo con 600 pasajeros o más, y son remolcadas a veces por barcos pesqueros que comprometen su flotabilidad, según datos recopilados a partir del relato de supervivientes por Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados. La inminencia del mes sagrado de Ramadán estaría acelerando la salida de migrantes, apunta la agencia para intentar explicar por qué en los últimos días se han multiplicado los siniestros.
En aguas internacionales frente a la costa libia se produjeron dos naufragios masivos la semana pasada, con unos 880 desaparecidos según Acnur, parte de los cuales podrían ser los cuerpos hallados este viernes en las playas libias.
En su página de Facebook, la Media Luna Roja colgó una decena de fotografías que muestran a varias personas trasladando cadáveres en sacos de plástico blancos e introduciéndolos en una ambulancia aparcada en la playa. Al Kamis al Bossaifi, portavoz de la organización en Libia, aseguró a la agencia Efe que la mayoría de los fallecidos parecen ser migrantes subsaharianos, pero el hecho de que los cuerpos se encuentren en avanzado estado de descomposición dificulta su identificación.
“Durante los últimos meses, la mayoría de migrantes rescatados son de origen subsahariano. Hay pocos refugiados sirios, ya que se ha endurecido la política de visados de Libia y sus países vecinos”, explica Mohamed Elshabik, coordinador de emergencia de la ONG Médicos Sin Fronteras en Zarzis, ciudad tunecina situada a 40 kilómetros de la frontera libia. Las declaraciones de Elshabik confirmarían, pues, que Libia no se ha convertido en paso alternativo para los sirios, iraquíes o afganos que hasta el 20 de marzo llegaban a Europa desde Turquía.
Mientras, la Organización Mundial de Migraciones ha confirmado este viernes en Ginebra que el barco de pesca de unos 25 metros de eslora que trasladaba a unos 700 migrantes, y que se hundió a 85 kilómetros al sur de la isla griega de Creta, había partido de Alejandría (Egipto). El siniestro es el tercero que se produce esta semana en la ruta que conecta el norte de África y Creta; los dos barcos anteriores tenían como destino Italia.
Sólo dos meses después de su entrada en vigor, el pacto migratorio funciona al ralentí, con escasas devoluciones de “migrantes irregulares” —así los denomina el acuerdo— a Turquía; el tribunal de apelaciones griego ha dado por buenos 30 recursos de refugiados que habían visto denegada su solicitud de asilo, y rechazado sólo dos. Más exitosa ha resultado la radical disminución en el número de llegadas —un 85% menos— a las islas griegas del noreste del Egeo por la misión de la OTAN, la europea Frontex y los guardacostas griego y turco: de las 2.174 llegadas diarias registradas en enero, en mayo sólo se contabilizaron 47 de promedio.
Pero los refugiados siguen llegando. Y para burlar la vigilancia marítima intentan nuevas rutas, como demuestra el caso del barco con una treintena de refugiados rescatado esta semana ante la isla griega de Lefkada, en el mar Jónico (frente a Italia); una especie de reedición, pero en peores embarcaciones y condiciones, de la ruta regular de ferris entre Patras y puertos italianos que seguían irregularmente los inmigrantes en los años noventa. A la isla de Creta han llegado unos 220 refugiados en los últimos meses.
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