Siria, `territorio Donald Trump`

  03 Junio 2016    Leído: 577
Siria, `territorio Donald Trump`
La única tienda de Syria, condado de Madison, advierte, en un papel pegado a la puerta de cristal, que "No se atiende a gente descalza y sin camisa", junto a otro, en rojo, que explica que allí se encuentra un centro de monitoreo de osos negros.
Son esos osos, un poco más pequeños que los pardos, que se comen las meriendas de los excursionistas del vecino Parque Nacional de Shenadoah, y a los que, pese a su fama de pacíficos, vale la pena no acercarse. Son animales amables, tranquilos, que van a los suyo, y a los que es difícil irritar. Pero que, si se enfadan, pueden ser peligrosos. Igual que los seres humanos de Syria. Desde que acabó la industria de sidra, el turismo es la principal industria de Syria. Van a ver los osos, y los ciervos, a pescar y andar a caballo. Y a los 200 habitantes del pueblo no les gusta que entren sin camisa en la tienda.

La gente de Syria quiere que la gente que vaya cumpla las normas. Por ejemplo, que si Estados Unidos acepta a refugiados de Siria (que en inglés también se escribe con "y") se tenga cuidado. "Yo no tengo ningún problema con que se acoja a todo al que necesite refugio, pero primero hay que estar absolutamente seguro, totalmente seguro, de que no entrañan ningún peligro. Para mí no se lo están tomando todo lo en serio que deberían", explica Ted, a las puertas de su casa, con su mujer y sus dos hijos al lado.

Syria es territorio de Donald Trump. Al igual que otro pueblo, situado a una hora y media, con otro nombre evocador: Palmyra. Cada uno en su estilo, eso sí. En Palmyra, parecen más ideologizados. "Hay que votar por Trump para que acabe con el sistema de pensiones", dice una señora que no da su nombre pero explica que tiene 88 años, junto a la Plaza Mayor del pueblo, en la que dos cañones bordean una columna erigida "a los soldados confederados del condado de Fluvianna", es decir, a los hombres que lucharon en la Guerra Civil de Estados Unidos para partir el país y mantener la esclavitud. La señora en cuestión cobra dos pensiones: una, la suya; otra, la de su esposo, ex oficial de la Marina. Pero aun así quiere acabar con el sistema público de pensiones. Un sistema que Donald Trump ha declarado por activa y por pasiva que no va a tocar, lo que le ha puesto en rumbo de colisión -una vez más- con su propio Partido Republicano.

Esas contradicciones no son infrecuentes. Ted es empleado de un organismo público, la Dirección de Tráfico de Virginia, pero cree que "el mayor problema de Estados Unidos ahora mismo es la economía, y Donald Trump es el único que puede solucionarlo, porque él construyó un imperio". A un par de kilómetros de Ted está uno de los turistas del pueblo. Se llama Jay y tiene 54 años. Ha viajado desde Delaware, a unos 300 kilómetros, con media docena de caballos para acampar con su novia y sus hijos. Jay no oculta su malestar por cómo está el país. "Bastante mal. A nadie le importa nada. No hay sentido de la responsabilidad, de lo que está bien o mal. La moral del país se ha desintegrado. Lo único que la gente quiere es que el Gobierno les dé cosas", dice Jay, que aparentemente no es consciente de que él tiene 50 años, está jubilado y, en su anterior trabajo como policía, cobraba del Estado. En su opinión, Trump "tiene buenas ideas, pero no lo quiero con el dedo en el botón rojo". Eso sí, coincide con el republicano en que "no podemos acoger a gente de Oriente Medio si no estamos seguros de que no son terroristas". Es una especie de mundo irreal, en el que se recuerda como época dorada los años de Ronald Reagan, hasta el punto de que se produce una cierta disonancia cognitiva. "Con los presidentes demócratas, la economía ha sido siempre mala", explica Ann, de 53 años, que recuerda que perdió su trabajo en Pittsburgh -una ciudad que simboliza la industria pesada de EEUU y su `emigración` a Asia "en 1983. Pero en 1983 Reagan era presidente. "¿Era Reagan, de veras?", replica Ann, que ahora trabaja como teleoperadora. Washington, capital de los problemas Así, todos los problemas son modernos. Y proceden, de alguna manera incomprensible, de Washington.

La capital de Estados Unidos ha destruido la familia, ha destruido la economía, y ha destruido esa especie de Arcadia feliz que supuestamente era Estados Unidos. "Las drogas están en todas partes. Sobre todo, la heroína. Es más barata, y está regresando. Y es más peligrosa, porque es imposible saber la pureza de las dosis. La gente se la inyecta, la fuma o la esnifa", declaraba el domingo Duane Hame, pastor de la Iglesia de la Asociación de Motoristas Cristianos, un grupo evangélico protestante. Hame vive a unos 200 kilómetros de Syria, en una zona de Maryland en la que coinciden ese estado, el de Virginia, y el de Virginia Occidental, y que es culturalmente muy parecida a Syria, ya que se sitúa en el borde de los montes Apalaches y la zona de `La Marea`, es decir, de la bahía de Chesapeake. En los Apalaches se asentaron sobre todo fanáticos protestantes escoceses que habían estado llevando a cabo una limpieza étnica de católicos en Irlanda al servicio de Su Majestad, la Reina de Inglaterra. En Chesapeake, fueron hijos no primogénitos de nobles ingleses, que no recibieron herencia, y que replicaron el modelo de su país en EEUU. Por eso el paisaje en la llamada `Appalachia` está poblado pequeñas aldeas y parques de caravanas, que es un signo de pobreza extrema y de desconfianza hacia los forasteros, mientras que en `La Marea` (`Tidewater`) coexisten mansiones coloniales espectaculares con enormes cuadras de caballos junto a casas de madera miserables. Siervo -en el sentido literal del término, ya que muchos inmigrantes tenían que trabajar 7 años como esclavos antes de ser hombres libres- y señor, uno al lado del otro.

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