“Yo había ido en mayo para una exposición de mi trabajo, a cuya inauguración apenas vino nadie porque estaban pasando cosas al otro lado de la esquina, Berlín estaba cambiando”, justifica Figueroa su presencia en la capital alemana, retratada por su objetivo en un potente blanco y negro. En aquellos días miles de habitantes se asomaban con timidez al otro lado de los grandes bloques de hormigón. Después de 28 años sin saber qué ocurría en la parte occidental, los alemanes orientales querían saber quién vivía al otro lado.
“Ya se había iniciado la unificación y empezaba a aparecer la nueva moneda, el marco alemán. Decidí quedarme porque para un cubano era un universo que no conocíamos”, recuerda. “Todos los problemas de países socialistas apenas se publicaban en la prensa de Cuba. No sabíamos que estaba pasando”, añade.
Invitado por unos amigos colombianos a comer con ellos en el lado occidental, Figueroa se dirigió al férreo Checkpoint Charlie, paso fronterizo entre la República Federal de Alemania y la República Democrática. Allí, su pasaporte cubano le imposibilitó cruzar.
Cruce de vías de la parte occidental que se cortan antes de entrar en la oriental.
Cruce de vías de la parte occidental que se cortan antes de entrar en la oriental. J. A. F.
Hoy, la historia sigue vigente. “Son circunstancias que siguen estando presentes en el caso cubano”, reconoce Figueroa. “En su momento ese muro se hizo para que la gente no escapara, pero ahora se están haciendo muros para que la gente no entre”, añade, en alusión a la actual crisis migratoria en Europa y sobre Donald Trump. “La nueva circunstancia con EE UU crea una fuerte incertidumbre: ¿Cómo se va a resolver esta nueva situación? Es uno de los retos que tiene el pueblo cubano”.
La exposición, que se podrá ver en Casa América de Madrid hasta el 31 de julio, “es el recorrido para un cubano sorprendido por un fenómeno muy dramático y significativo para nosotros”, en palabras de Figueroa. “Había muchas similitudes con ellos, por eso era una gran sorpresa. Nosotros teníamos nuestro muro simbólico: el Malecón de La Habana. Salir de Cuba era muy, muy complejo entonces”.
Un gran cartel —que se intuye amarillo camello, pero que aparece en un tono de gris— de la marca de cigarrillos Camel acompaña a la mole del Checkpoint Charlie de fondo. Puede parecer una imagen sin alma, pero es especialmente simbólica ya que ejemplifica el desembarco de las marcas occidentales en busca de nuevos y asombrados clientes.
Occidente se abría paso. Figueroa cuenta frente a una fotografía en blanco y negro de una televisión alemana cómo llegó el striptease al Berlín Oriental: “Lo llamaron La última muralla cae. Y consistió en llevar a una fábrica a varias mujeres que montaron un show frente a los trabajadores”. No es complicado imaginar la incertidumbre permeabilizando a toda la población oriental. “¿Y ahora qué?”.
Los ojos del fotógrafo se humedecen al recordar los sesenta en La Habana. Su familia se fue marchando poco a poco a Estados Unidos. Su madre fue la última, a la que fotografió antes de subirse al avión despidiéndose con las manos. “Me quedé prácticamente solo en Cuba y los Korda me acogieron. La fotografía se convirtió en mi familia”, cuenta.
“Nos marchamos del país tras gastarnos nuestros últimos marcos en unos vinos en una terraza”, recuerda Figueroa cómo despidió aquella Alemania que cambiaba de época, mientras sus ojos pasan de una imagen en la que se ven los comercios desabastecidos a otra con un niño pequeño asomándose al borde del muro. Un inocente gesto de curiosidad por el futuro.
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