La Unión Europea y Turquía acercan posturas, pero la desconfianza mutua permanece. Ankara sabe aprovechar las diferencias entre los 27 sobre la política a seguir con el incómodo vecino oriental.
La reunión virtual celebrada entre los jefes de Estado europeos la semana pasada era la fecha decidida en diciembre para aplicar sanciones al gobierno de Recep Tayyip Erdogan por la exploración de hidrocarburos en zonas del Mediterráneo que Grecia considera de su soberanía y que estuvo a punto de provocar un enfrentamiento entre fragatas militares turcas, griegas y francesas en apoyo de Atenas.
Según el comunicado final de Bruselas, la UE apuesta por el relanzamiento de una cooperación, "progresiva, proporcionada y reversible". Jerga diplomática que se debe traducir como dejar la puerta abierta a seguir negociando asuntos de beneficio mutuo, pero con la posibilidad de portazo si Ankara vuelve a las andadas.
Unión aduanera "profunda pero reversible"
Esa cooperación se centra en dos aspectos:
1.
Turquía seguirá frenando la llegada de inmigrantes hacia el Viejo Continente
2.
y la UE se compromete a acelerar el proyecto de Unión aduanera que abriría Europa a los productos agrícolas y los mercados públicos a sus empresas.
Se trataría de renovar los acuerdos que sobre esos dos asuntos existen entre las dos partes.
Una Unión aduanera "profunda" reverdecería el pacto sellado en 1990, cuando todavía se veía cerca una adhesión de Turquía a la UE. El acuerdo sobre emigración cumple ahora cinco años y es el arma de destrucción psicológica más importante del arsenal con el que Ankara amenaza a Bruselas. En marzo de 2016, los 27 y Ankara llegaron a un acuerdo para impedir la llegada a territorio de la UE de millones de personas que huían del conflicto en Siria o de otros países de la zona, también por cuestiones económicas. Desde entonces, sobre suelo turco viven más de tres millones de refugiados, a cambio de 6.000 millones de euros pagados por la Unión Europea.
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