Los falsos mitos difundidos de los llamados bárbaros

  20 Septiembre 2020    Leído: 802
Los falsos mitos difundidos de los llamados bárbaros

Una exposición arqueológica en Berlín reflexiona los pueblos germanos más allá de la mirada romana y del uso político.

Bautizados como bárbaros por los romanos, enaltecidos por los nazis como temprana encarnación de la raza aria, e invocados como ancestros por gobernantes de distintas épocas para cimentar el espíritu nacional alemán, los pueblos germanos constituían en realidad un magma heterogéneo. Una exposición arqueológica en la Isla de los Museos de Berlín intenta ahora derribar mitos, desbrozar presunciones, y poner en su sitio a las tribus germánicas que entre los siglos I y IV poblaron el amplio espacio entre tres grandes ríos –del este del Rin al oeste del Vístula y del norte del Danubio hacia arriba–, fuera de los confines del Imperio Romano.

Titulada Germanos. Un inventario arqueológico, la muestra puede verse como un ejercicio de defensa –interpuesto, lógicamente– de los pueblos germánicos frente a la interpretación política y cultural sobre ellos diseñada por otros, primero por los antiguos romanos, y en la actualidad por sectores de la ultraderecha alemana.

El concepto de ‘bárbaro’

Para la Roma de los siglos I al IV, las tribus germánicas eran bárbaras, pero desde luego no eran las únicas designadas con ese nombre peyorativo. “La palabra ‘bárbaros’, el concepto barbaricum, se refiere a todos los pueblos que se encontraban fuera del territorio del Imperio Romano, y se ha abusado del concepto; para los romanos, eran bárbaros no sólo los germanos sino todos los pueblos más allá de las fronteras de su imperio”, puntualiza Heino Neumayer, investigador del Museo de Prehistoria e Historia Antigua, que forma parte del Neues Museum, una de las cinco grandes instituciones de la isla berlinesa.

La exposición, que abrió el viernes y podrá visitarse hasta el 21 de marzo del 2021, ha sido concebida por este museo, integrado en la red Museos Estatales de Berlín (SMB), y por el LVR-Landesmuseum de Bonn. Esta institución renana exhibirá la parte arqueológica de la muestra a partir del 6 de mayo del año próximo.

En una visita con La Vanguardia previa a la apertura al público de la exposición, Heino Neumayer –que forma parte del equipo que la ha comisariado– apunta a la otra línea defensiva. “Es preciso terminar con la idea que utiliza la extrema derecha en Alemania de una continuidad directa entre un solo pueblo germánico desde entonces hasta hoy –argumenta el experto–. La realidad histórica es que los germanos eran varias sociedades y tribus que vivían en el área entre el Rin y el Vístula; pero eran diferentes, no eran un pueblo o una sola nación”.

Los nombres de las tribus indican ciertamente una frondosa diversidad: ostrogodos, teutones, burgundios, turingios, ambrones, cimbros, gépidos, marcomanos, sajones, jutos, hérulos … Les confirió el nombre genérico de germanos el mismísimo Julio César, que en su obra De bello Gallico (comentarios a las guerras de las Galias) llama germani a los pueblos del este del Rin, para diferenciarlos de los galos situados al oeste del río, con los que él batallaba. Es posible que César tomara el apelativo de una palabra de los propios galos que significaba vecinos.

Características de los pueblos germánicos

De la vasta e intrincada familia germánica eran también los visigodos, suevos, vándalos y alanos, los cuatro pueblos bárbaros que en distintas oleadas invadieron la península Ibérica en el siglo IV. “Los pueblos germánicos se parecían entre sí en que vivían en asentamientos de una veintena de viviendas, tenían similar agricultura y ganadería, así como el modo de trabajar los metales –prosigue Heino Neumayer–. La cerámica se puede diferenciar según regiones, pero no corresponde a las zonas de las tribus germánicas que conocemos de fuentes romanas. Aunque hablaban distintas lenguas, podían entenderse”.

En la Galería James Simon –edificio de nueva planta diseñado por David Chipperfield para funcionar de entrada a los museos de la isla, y que cuenta con su propio espacio expositivo–, se despliega el inventario arqueológico de las tribus germánicas juntado para la ocasión, con unas 700 piezas procedentes de Alemania, Dinamarca, Polonia y Rumanía. Hay piezas de herrería y armamento, aperos agrícolas y objetos de la vida cotidiana, incluidas joyas de ámbar y plata, que retratan una sociedad inevitablemente menos refinada que la romana.

“La visión sobre los pueblos germánicos ha estado muy marcada por las fuentes romanas, que naturalmente no eran etnográficas –aclara el experto Neumayer–. Julio César y Tácito no era etnógrafos, eran escritores políticos. De todos maneras, mientras César habla sobre todo de las guerras, Tácito sí describe las costumbres de los germanos”. Hacia el año 98, el historiador Tácito escribe sobre el territorio que llama Germania: “El aspecto del país difiere considerablemente en distintas partes, pero en general algunas son bastante espantosas debido a sus bosques primitivos”. Esa aureola de modo de vida asilvestrado ha acompañado siempre a la imagen posterior de estas tribus.

Frente al marco mental romano que impregnó también la mirada científica alemana sobre estos pueblos, la muestra trata de girar hacia fuentes propias y lo más directas posible. “Lo que sabemos de la visión de los germanos procede sólo de fuentes arqueológicas, porque no dejaron tradición escrita, aparte de las runas, que son inscripciones sin frases, palabras sueltas, probablemente relacionadas con el culto religioso”, cuenta Neumayer.

Algunos objetos han resistido muy bien el paso del tiempo, como los botines de guerra arrojados a ciénagas como sacrificio por motivos religiosos en el norte de Alemania y Escandinavia. Un yacimiento muy importante es el de la ciénaga de Thorsberg (land alemán de Schleswig-Holstein), del que procede un gran escudo de madera con jefe de bronce de los siglos III-IV que puede verse en la exposición.

“Para los germanos, los romanos eran adversarios, pero también socios comerciales, y un modelo militar a seguir, sobre todo en el armamento, las espadas –prosigue Heino Neumayer–. Pero no tenían interés en ‘adaptarse’ al modo romano de vivir; los germanos eran muy conservadores.” Romanos y pueblos germánicos guerrearon y comerciaron –atención: las tribus germánicas también combatieron entre sí–, y los romanos acabaron renunciando a asentarse al otro lado del Rin y del Danubio, hasta que su imperio, en total decadencia, cayó en el año 480. Las invasiones bárbaras que siguieron habían empezado lentamente en realidad mucho tiempo atrás, en forma de guerras y migraciones paulatinas.

La exposición continúa, con otro enfoque, en el contiguo Neues Museum. Bajo el subtítulo Las tribus germánicas: 200 años de mito, ideología e investigación, este tramo de la muestra arroja luz sobre las percepciones culturales y científicas que había sobre estos pueblos durante los siglos XIX y XX. El lugar elegido proporciona un contexto ilustrativo: es el denominado Salón Patriótico del Neues Museum.

En sus paredes, un friso de frescos pintados por tres artistas entre 1850 y 1852 refleja, con aire clásico pero cabello rubio, a los principales dioses y héroes de la mitología nórdica. El retratado más imponente, sobre el dintel de la puerta, es el dios Odín, considerado como Allvater (padre de todos), barbudo y poderoso, con los brazos abiertos y aire de Moisés con las tablas de la ley.

“Los murales del Salón Patriótico muestran mitos nórdicos; era una forma de buscar una conexión con el sentimiento nacional alemán, y el rey prusiano influyó activamente en el programa pictórico desde un punto de vista ideológico. Era 1855 y la unificación a través del Imperio Alemán no será hasta 1871, pero ya se notaba ese sentimiento”, explica el arqueólogo Sebastian Olschok, asistente científico del Museo de Prehistoria e Historia Antigua.

En esta parte de la exposición se observa cómo eran percibidas las tribus germánicas: procedente del Museo Central Romano-Germánico de Maguncia, una escultura en yeso coloreado de 1913 representa a un jinete rubio con su caballo, escudo y lanza. A inicios del siglo XIX la investigación sobre los pueblos germánicos se centraba en las menciones en textos de la antigüedad clásica, pero a finales empezó a virar hacia los hallazgos arqueológicos.

“Siempre dentro del marco científico sólido, a principios del siglo XX incluso surgió una disputa entre expertos sobre si las culturas arqueológicas de la edad de bronce o del neolítico eran ya ‘germánicas’”, dice Sebastian Olschok, quien alerta de que de todos modos, desde un punto de vista arqueológico, eso no siempre se debía a una voluntad de querer justificar la nacionalidad alemana mirando al pasado remoto.

Luego, el siglo XX trajo una nueva mirada inquietante sobre aquellas tribus esparcidas entre el Rin, el Vístula y el Danubio. “Para los nazis resultaba muy interesante poder conectarse con antepasados germánicos, y naturalmente se alegraban mucho cuando aparecían esvásticas en cerámica antigua; la esvástica es un signo antiquísimo”, señala el arqueólogo durante la visita. “Aquí tenemos la filmación de una excavación en la que el profesor y un funcionario nazi sostienen una urna del siglo I con una esvástica, que por cierto fue pulida para que resaltara mejor”, cuenta Olschok mientras señala la pantalla donde se proyecta el pequeño filme de propaganda de 1936 Deutsche Vergangenheit wird lebendig (El pasado alemán cobra vida). En una vitrina se expone la urna de marras.

El intento de enlazar a los alemanes con un antiguo y único pueblo germánico ancestral–afirmación a la que los arqueólogos niegan evidencia científica– sigue siendo del gusto de la ultraderecha. Esta exposición, cuyo equipo de comisarios encabezan Matthias Wemhoff y Marion Bertram, director y subdirectora del Museo de Prehistoria e Historia Antigua, quiere también derribar esa leyenda.

lavanguardia


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