Con más de cuatro millones de casos de COVID-19 confirmados y 125.000 muertes, Brasil se convirtió en uno de los casos más preocupantes en cuanto a la lucha contra el coronavirus. Desde el comienzo de la pandemia, el presidente Jair Bolsonaro saboteó una y otra vez las acciones de gobernadores que intentaban frenar el avance de los contagios e incluso subestimó la letalidad y el poder de propagación del virus, para el cual él mismo dio positivo en julio.
Aunque las estadísticas muestran que los casos comienzan a multiplicarse a menor velocidad, Brasil sigue con un promedio de casi 1.000 muertes por día y más de 40.000 casos. Sin embargo, lo que ante los ojos del mundo es un escenario caótico, parece ser una oportunidad única para científicos, investigadores y empresas que buscan desarrollar la vacuna para la COVID-19, quienes vislumbran un laboratorio ideal en este país de dimensiones continentales y 210.000.000 de habitantes.
No es casualidad que cinco de los estudios que están en fases más avanzadas hayan instalado su banco de pruebas en Brasil, de acuerdo con el reporte de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que monitorea el progreso de las diferentes investigaciones.
A principios de septiembre, según un estudio con resultados preliminares publicado por la revista científica The Lancet, la vacuna rusa, llamada Sputnik V, no mostró efectos adversos y produjo una respuesta inmune entre las 76 personas que la recibieron. Esa noticia fue muy celebrada en Paraná, ya que el gobierno de ese estado del sur brasileño firmó un acuerdo con Rusia para desarrollar la vacuna y los testeos con voluntarios locales comenzarán en octubre.
Según el presidente de la Sociedad Brasileña de Inmunizaciones, Renato Kfouri, el resultado es importante, pero “aún debemos aguardar a la fase 3, cuando la vacuna será testeada en un número grande de personas”.
Por su parte, Jorge Callado Afonso, presidente del Instituto de Tecnología de Paraná (TecPar), responsable por el acuerdo con el gobierno liderado por Vladimir Putin, es cauteloso al referirse a la desconfianza que pueda haber hacia el proyecto ruso. “Los análisis están allí para despejar cualquier tipo de dudas. Luego, los órganos reguladores confirmarán. Nosotros no podemos parar por comentarios o rumores, estamos en contacto con los datos e iniciaremos las pruebas aquí”, explicó.
Una semana antes de la novedad rusa, durante los últimos días de agosto, la vacuna desarrollada por Janssen, la farmacéutica del grupo Johnson & Johnson, anunció su acuerdo para realizar los testeos en Brasil. Para ello, tendrán a disposición a 7.000 voluntarios de diferentes estados, que están siendo reclutados por dos centros de investigación.
Las pruebas de Sputnik V y Janssen se suman a los ensayos clínicos que ya habían iniciado sus experimentos en el país. Los dos principales proyectos son los de la Universidad de Oxford, del Reino Unido, junto a la empresa AstraZeneca, que se encuentra en la fase final de los testeos, con 5.000 voluntarios brasileños, y el de Sinovac, la compañía biofarmacéutica china, que necesitó de 9.000 voluntarios. Además, la vacuna de Pfizer, la farmacéutica estadounidense, está siendo probada en 1.000 profesionales de la salud del estado de Bahía, en la región noreste.
Una de las principales razones que hacen de Brasil un excelente “laboratorio” es que los investigadores necesitan, ante todo, países que hayan sufrido grandes olas de contagio para saber si la vacuna realmente puede funcionar. En la fase de testeos algunos voluntarios reciben la potencial vacuna y otros solo un placebo; para analizar la eficacia, todos estas personas necesitan estar en un lugar donde exista una circulación suficiente del virus.
Sin embargo, antes de ser aplicadas en los voluntarios, las diferentes fórmulas tuvieron que pasar por pruebas que verificaron su seguridad. “Todos estos testeos necesitan de laboratorios sofisticados donde exista una seguridad para lidiar con los antígenos. Cuando las pruebas hechas en el laboratorio comprueban que la vacuna es capaz de estimular la producción de anticuerpos sin ofrecer riesgos al organismo, empieza la fase más larga, la de los testeos clínicos”, dice Akira Homma, asesor científico del Instituto de Tecnología en Inmunobiológicos Bio-Manguinhos, perteneciente a la Fundación Oswaldo Cruz, responsable por el desarrollo tecnológico y por la producción de vacunas, reactivos para diagnóstico y biofármacos.
“Además de tener uno de los mejores programas de vacunación del mundo, los brasileños suelen mostrarse muy dispuestos a ofrecerse como voluntarios. Este país también cuenta con profesionales de renombre, vasta experiencia en colaboraciones con entidades públicas o privadas para la producción de vacunas y agilidad tecnológica para acelerar los ensayos clínicos”, explica Homma, acerca de otras razones que colocan a Brasil como uno de los principales laboratorios del mundo.
Más allá de la carrera entre países y empresas por llegar en primer lugar en el desarrollo de la vacuna contra la COVID-19, existe también una lucha interna entre el propio gobierno federal brasileño, liderado por Bolsonaro, y sus principales adversarios políticos, Joao Doria y Rui Costa, gobernadores de los estados de Sao Paulo y Bahía, respectivamente. Por otro lado, la comunidad médica brasileña también se muestra ilusionada con la posibilidad de fabricar aquí la vacuna para exportarla a los países vecinos, lo que representaría para ellos un reconocimiento esperado tras meses de mucho sufrimiento.
“No tengo dudas, Brasil será uno de los primeros países que tendrá la vacuna”, dice Dimas Covas, director del Instituto Butantan, prestigioso centro de investigación de biomedicina que se unió a la empresa china Sinovac y está vinculado al gobierno estatal de Sao Paulo, en lo que representa otra carrera cabeza a cabeza, ya que la Fundación Oswaldo Cruz tiene una estrecha relación con el Ministerio de Salud de la nación, que actualmente es liderado, de forma interina, por el general Eduardo Pazuello, designado en junio por Bolsonaro tras la renuncia, a mediados de mayo, del oncólogo Nelson Teich.
Otro de los puntos que hacen de Brasil un campo de ensayos clínicos completo es su Sistema Único de Salud (SUS), considerado como uno de los principales sistemas de salud pública del mundo, que atiende a todos los brasileños de forma gratuita. Sin embargo, durante los últimos años, con la contracción económica del país, este programa de excelencia sufrió varios recortes en su presupuesto. En 2019, por primera vez en 25 años, Brasil no cumplió con las metas de vacunación propuestas.
Los empleados del SUS confían en que el avance del coronavirus permita llamar la atención del Gobierno para que renueven la inversión, sobre todo, en el campo de la vacunación. Lo mismo sucede con la comunidad científica, que espera que su importante aporte en el combate a la pandemia sea un impulso para las instituciones, que también sufrieron importantes recortes, los cuales perjudican la reputación de Brasil como una potencia en investigación.
Katherine O’Brien, directora de inmunización de la OMS, destacó las inversiones para la fabricación de vacunas contra la COVID-19 en Brasil. No obstante, aclaró que todas las colaboraciones bilaterales son una apuesta. “Algunos países tendrán suerte al firmar contratos con vacunas que demuestren eficacia, pero otras vacunas van a fracasar y esos países no recibirán nada”, dijo.
Con respecto a los dos principales acuerdos, el de Sinovac y el de AstraZeneca, Brasil tendría acceso preferencial a la vacuna. En el primer caso, el de la empresa china junto al Instituto Butantan, el país recibiría 120.000.000 de dosis antes del comienzo de 2021. El convenio firmado entre AstraZeneca y el gobierno federal garantiza a los brasileños 100.000.000 de dosis de la vacuna hasta enero de 2021. Además, en ambos proyectos se incluye un acuerdo de transferencia de tecnología que le permitiría a Brasil fabricar las vacunas por su propia cuenta posteriormente.
“Realmente tenemos la esperanza de que algunas de las fórmulas que están más avanzadas funcionen”, dice Luciana Cezar, especialista en vacunología del Instituto Butantan, en Sao Paulo. “Las vacunas se desarrollan bajo un proceso complicado, aún más en una pandemia como la actual. A veces, diferentes estrategias se ponen a prueba y ninguna funciona. Pero esperamos que eso no pase aquí”, agrega.
Más allá de lo que parecen ser buenas noticias, de las ilusiones de la comunidad científica y médica brasileña, la falta de acciones contra la pandemia por parte del gobierno federal continúa siendo monitoreada por los expertos en infectología de todo el mundo. “Por más que estos acuerdos terminen siendo fructíferos, el Gobierno brasileño no puede quedarse solo en eso. Tienen mucho trabajo por delante, para fortalecer su infraestructura de salud pública y reducir la transmisión del virus”, dijo Elena Bottazzi, microbióloga hondureña y codirectora en el desarrollo de la vacuna contra la COVID-19 en la Escuela de Medicina de Baylor, en Houston, Estados Unidos.
Con respecto a la producción global, los especialistas explican que será un enorme desafío fabricar vacunas contra la COVID-19 para, en teoría, más de 7.000 millones de personas, su potencial clientela. Existe el temor de que falten inmunizantes para todos y que las regiones más pobres sean postergadas para el final de la fila. “Eso pasó durante la última pandemia de influenza causada por el virus H1N1, en 2009, cuando los países menos desarrollados recibieron la vacuna casi seis meses más tarde que las naciones desarrolladas”, comenta Cristiana Toscano, infectóloga de la Universidad Federal de Goiás (UFG) y única brasileña del Grupo de Trabajo de Vacunas para la COVID-19 del Grupo Estratégico Internacional de Expertos en Vacunas y Vacunación de la OMS.
anadolu
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