Decenas de miles de personas volvieron a salir a la calle este domingo en Minsk y en otras ciudades de Bielorrusia. Y ello pese a las constantes amenazas lanzadas por el presidente Alexánder Lukashenko y a que el ministro de Defensa, Víctor Jrenin, advirtió que el Ejército intervendrá contra los manifestantes si atacan monumentos. «No permitiremos la profanación de esos lugares sagrados», declaró Jrenin.
Y es que durante la concentración en Minsk hubo momentos de tensión con los militares. Tras abarrotar la plaza de la Independencia, la multitud se dirigió después hacia el monumento «Minsk-Ciudad Héroe», que glorifica a la capital bielorrusa como una de las que más sufrieron el ataque nazi durante la II Guerra Mundial y cuya contribución a la victoria final fue decisiva. Allí se toparon con un cordón de tropas que les impidió acercarse al memorial y le s conminó a disolverse.
Los participantes en la protesta, que gritaron una vez más consignas como «¡Lukashenko vete!» o «¡ponedle ante un tribunal!» continuaron su marcha tras un forcejeo verbal y psicológico con las fuerzas de seguridad, desplegadas en la acera opuesta de la avenida Masherov. Allí estaban algunos de los miembros del Comité de Coordinación opositor, Olga Kovalkova, María Kolésnikova, Pável Latushko, Serguéi Dilevski y Maxim Znak.
Más adelante, en dirección hacia la plaza de la Bandera, junto al Palacio de la Independencia, les esperaba otro cordón de seguridad, esta vez, según Radio Liberty, con antidisturbios. Tenían preparado un cañón de agua. Se suele decir que el Palacio de la Independencia es la residencia de Lukashenko, aunque, al parecer, él allí no vive de forma permanente.
El edificio se utiliza para eventos oficiales y para recibir delegaciones extranjeras. Pero este domingo llegó Lukashenko a bordo de su helicóptero. Poco después, el servicio de prensa de la Presidencia bielorrusa distribuyó un vídeo del aterrizaje y de cómo el mandatario salía del aparato. A su lado apareció un joven que los medios bielorrusos identificaron como Kolia, ambos llevaban chalecos antibalas y kalashnikov. Fuentes opositoras interpretaron tal situación como un intento de Lukashenko de mostrar que no teme las movilizaciones y que está dispuesto a hacer frente al pulso al que ha sido emplazado por manipular los resultados de las elecciones del 9 de agosto.
Su principal adversaria en aquellos comicios y una de las principales líderes de la oposición, Svetlana Tijanóvskaya, ha declarado desde Lituania en una entrevista a Sky News que tiene intención de regresar a su país y entrevistarse con Lukashenko, pero solamente después de que cese la represión y sean puestos en libertad todos los detenidos en los últimos días de manifestaciones y también los presos políticos, incluido su propio marido, Serguéi Tijanovski. El jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, también se ha mostrado proclive a que la UE hable con el presidente bielorruso, aunque no se reconozca su legitimidad. Borrell ha comparado a Lukashenko con Maduro.
Adiós al miedo
En otra entrevista, Tijanóvskaya llama a sus compatriotas a mantener la presión contra el régimen de Lukashenko y a no detener las movilizaciones. «Me siento muy orgullosa porque después de 26 años de miedo los bielorrusos estamos dispuestos a defender nuestros derechos (...) les pido que continúen, que no paren, porque es realmente importante seguir unidos en la lucha», apeló. El objetivo es lograr la repetición de elecciones, a las que ella, aseguró, no secpiensa presentar. Lo haría su marido una vez puesto en libertad.
Cientos de letones formaron este domingo en Riga, la capital de Letonia, una cadena humana a través del casco viejo de la ciudad en solidaridad con la oposición bielorrusa. Los mismos activistas tienen intención de participar en otra cadena humana mucho más grande, desde Vilna, la capital lituana, hasta la frontera con Bielorrusia, que espera reunir a más de 50.000 personas. Recordarán una iniciativa similar llevada a cabo el 23 de agosto de 1989, cuando unos dos millones de habitantes de Lituania, Letonia y Estonia formaron una cadena humana de 670 kilómetros uniendo las capitales de las tres repúblicas bálticas en demanda de la independencia de la extinta Unión Soviética.
Durante la campaña electoral, el máximo dirigente bielorruso miró más hacia Rusia como posible agresor. Ordenó la detención en Minsk de una treintena de mercenarios del grupo ruso Wagner. Los encarceló y acusó de planear actos de sabotaje para desestabilizar el país en la víspera electoral. Al final, los devolvió a Rusia, salvo a uno que no fue extraditado por tener nacionalidad bielorrusa. Pero ahora, tras los comicios, después de la denuncias de Occidente y la ola de protestas, han cambiado las tornas. Ha llamado varias veces por teléfono a su homólogo ruso, Vladímir Putin, y ahora el enemigo es Occidente. El jefe de la oficina de la Presidencia polaca, Krzysztof Szczerski, puntualizó el sábado que «Polonia no reclama territorios bielorrusos y no va a violar su integridad territorial».
abc
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