El entristecido secreto sexual que avergonzó a Napoleón hasta su muerte

  20 Agosto 2020    Leído: 1077
El entristecido secreto sexual que avergonzó a Napoleón hasta su muerte

En noviembre de 1787 el «Pequeño corso» publicó una misiva en la que narraba el encuentro con una meretriz. El texto es considerado por la mayoría de los historiadores como autobiográfico, aunque algunos barajan la posibilidad de que fuera pura invención.

Cuenta la tradición (a caballo entre la realidad y la leyenda) que, cuando Napoleón Bonaparte dejaba a un lado las batallas y regresaba a su hogar, solía enviar una carta a su todavía esposa Josefina de Beauharnais pidiéndole algo más que repugnante, pero que satisfacía sus más bajos instintos: «Vuelvo en tres días. ¡No te laves!». Esta no es la única cruz (verdadera o ficticia) con la que carga a día de hoy el «Pequeño corso». De él se ha afirmado que era un adicto al sexo oral, que era un inepto en la cama (esta última afirmación, realizada por el popular historiador Andrew Roberts) o que carecía de la virilidad necesaria para satisfacer a su esposa en la cama.

A día de hoy resulta difícil saber hasta dónde llegan los tentáculos de las falacias. Sin embargo, en lo que al tema amatorio del Sire se refiere, existe una duda que sobresale por encima del resto y que trae de cabeza a los expertos: ¿Perdió Napoleón Bonaparte la virginidad con una prostituta? La cuestión navega en la incertidumbre por culpa de una carta fechada en noviembre de 1787. Una brevísima misiva en la que el «Pequeño corso» narra el encuentro que mantuvo con una meretriz en París. «Este texto es tomado por la mayoría de los historiadores al pie de la letra, pero es posible que el relato sea ficticio, solo un ejercicio de imaginación de la pluma», explica el profesor de Historia Moderna Philip Dwyer en su obra «Napoleon: The Path to Power 1769 – 1799».

Triste infancia
Nacido en Córcega en 1769, Napoleón Bonaparte tuvo la suerte (y la desgracia) de ser un niño brillante y un verdadero amante de la lectura. Gracias a ello se versó durante años en los clásicos y logró una cultura mucho más elevada que la de cualquiera de sus compañeros de clase.

Pero, por pasarse horas disfrutando de los textos, adquirió una cierta timidez que, posteriormente, le pasó factura en su vida sexual. Estos problemas se acrecentaron, tal y como afirma Albert Manfred en su obra «Napoleón Bonaparte», por su escaso talento natural para las relaciones sociales: «Su pobreza, su falta de soltura en el mundo y su torpeza provinciana parecían neutralizar sus talentos naturales». El autor se atreve, incluso, a afirmar que el «Pequeño corso» estaba «lejos de tener éxito en casi todo».

Napoleón, algo introvertido en su juventud, era muy madrugador (no se levantaba más tarde de las cuatro de la mañana) y disfrutaba aprovechando el tiempo para trabajar o estudiar.

«Durante su adolescencia […] su pasión dominante, su única pasión, era la lectura. Cuando todavía era alumno de Brienne […] apenas oía la campana del recreo corría a la biblioteca, donde leía con avidez libros de historia, sobre todo a Polibio y a Plutarco», añade Manfred en su obra. Mientras el resto de los niños salían a divertirse, él prefería quedarse en la biblioteca devorando libro tras libro. De hecho, según el testimonio de su hermano José, en 1786 el «Pequeño corso» ya había leído las obras de Plutarco, Cicerón, Cornelio Nepote, Tito Livio y Tácito. Y eso era mucho para un adolescente de apenas 17 años que se definió como un «niño obstinado y curioso».

En todo caso, Bonaparte estudió en el colegio de frailes de Brienne (al norte de Francia) hasta los 14 años. «En 1783, el caballero de Keralio, inspector de las doce escuelas militares, que habia concebido una afición particular por este alumno, le concedió una dispensa de años y un favor de examen para ser admitido en la escuela de Paris», explica el cronista del siglo XVIII Jacques Marquet de Norvin en su obra «Historia de Napoleón».

El «Pequeño corso» se mudó entonces hasta la capital gala bajo el paraguas de la siguiente recomendación del mismísimo Keralio: «Tiene buena constitución, salud excelente, carácter obediente, atento y agradecido; conducta muy regular; se ha distinguido siempre por su aplicación a las matemáticas; sabe bastante bien la historia y la geografía; poco adelantado en los ejercicios de gracia y en el latín; será probablemente un excelente marino; merece pasar á la escuela de Paris».

En octubre de ese mismo año, Napoleón Bonaparte arribó a Paris e ingresó en la Escuela Real Militar. En el año que permaneció en la urbe demostró ser parte de una élite militar, pues fue uno de los 14 afortunados (de los más de 300 aspirantes) que fue aceptado en el prestigioso cuerpo de artillería. Le esperaba el estrellato a nivel militar, aunque no en el ámbito femenino. «El primer día de septiembre de 1785 Napoleón fue enviado a la Compañía de Bombarderos de Autume de la 5a Brigada del 1er Batallón del Regimiento de la Fére, ubicado en Valence. Era uno de los cinco regimientos de artillería más antiguos y de más prestigio», explica Roberts en «Napoleón: una vida».

A los 16 años ya era oficial de esta unidad. Aunque, para su desgracia, fue una época en la que no destacó por vivir holgadamente. De hecho, tuvo que dejar alguna comida de lado para poder seguir adquiriendo libros.

Tampoco parece que tuviera demasiados amoríos, pues no hay testimonio de que mantuviera ninguna relación durante esos años. No le ayudó intentar tomar clases de danza, algo idóneo en la época para entablar relaciones sociales (y muy propio de la corte). Todo lo contrario. En una ocasión, incluso, una de sus parejas de baile no dudó en criticar su forma de mover los pies. «Hay ciertas personas en el baile que debería echárselas a puntapiés, porque es imposible que hayan entrado sino con tarjetas robadas». Así lo corrobora Manfred: «Bailaba mal, no tenía sentido del ritmo».

Curiosa amante
Ya en Valence (al sur de Lyon), Napoleón viajó por varias regiones de Francia en los meses siguientes. Sin embargo, terminó volviendo a la capital francesa poco después debido a asuntos familiares. «Se hizo cargo, a conciencia, de los asuntos de su madre: antiguos litigios que no tenían la solución deseada y que le obligaron a volver a París en otoño de 1787. Pasó todo su tiempo, de octubre a diciembre, resolviendo asuntos en la capital», explica Manfred. Por entonces apenas sumaba diecisiete abriles y, atendiendo a las diferentes fuentes, no había conocido mujer.

Sin embargo, todo apunta a que fue en noviembre de ese mismo año cuando perdió su virginidad. Y es que, el día 22 el mismo Napoleón Bonaparte escribió de su puño y letra una misiva para sí mismo (su objetivo no era publicarla) en la que dejaba patente que había yacido con una prostituta. En palabras de Roberts, la carta fue escrita en el hotel de Cherburgo (en la actual calle Vauvilliers) bajo el título de «Encuentro en el Palais Royal».

Todo ocurrió, según parece, mientras el «Pequeño corso» intentaba solucionar una serie de problemas legales relacionados con un invernadero que era propiedad de su familia. «Esta nota, escrita para sí, narra su encuentro con una prostituta a la que recogió en una zona de mala nota del centro de la capital, poblada de casas de juego, restaurantes y joyerías», añade el experto.

Reunirse con una meretriz no estaba bien visto en la época. De hecho, así definió Ramón de la Sagra a principios el siglo XIX la prostitución en su obra «Notas de viaje, escritas durante una corta excursión a Francia, Bélgica y Alemania en el otoño de 1843»: «¿Y qué diremos de la prostitución? De poco tiempo a esta parte, se estudia su estado, sus causas, sus progresos, y cada año transcurrido descubre una nueva llaga en este cuerpo gangrenado, que contagia ya a las clases ricas que de él se mofaban con infame desdén. Antes, la prostitución era hija inmediata de la corrupción de estas que la provocaba y de las miserias de las clases proletarias, que sucumbía: pero a lo menos, el deshonor evitaba el hambre. Ahora, en los distritos manufactureros de la Francia, la joven se prostituye para obtener trabajo, y después que lo consigue, tampoco la miseria la respeta».

Secreto sexual
En todo caso, Napoleón afirma en la carta escrita el 22 de noviembre de 1787 que conoció a la mencionada prostituta tras haber disfrutado de una buena ópera. «Acababa de salir de la Ópera Italiana y caminaba a buen paso por las callejuelas del Palais Royal». En sus palabras, era de noche y el frío acababa de tomar la capital. «Mi ánimo, agitado por los sentimientos vigorosos que le son naturales, era indiferente al frío, pero, cuando se apaciguó, sentí el rigor del clima y me refugié en las galerías».

Fue entonces, con el viento calándole los huesos en las cercanías del Palacio Real de París (la cuna de la cultura y sede de muchas de las meretrices galas), cuando se topó con una mujer que le cautivó. «Al atravesar las puertas de metal mis ojos se detuvieron en una persona del otro sexo». La chica era joven y bella, según afirmó el futuro Sire en aquella misiva. «La hora de la noche, su figura y su juventud no me dejaron duda de su ocupación. La miré y se detuvo, no con un aire imprudente común a las de su clase, sino de un modo que armonizaba con el encanto de su aspecto».

Napoleón, todavía un militar de medio pelo, se quedó asombrado por su belleza y, a pesar de que era (y había sido durante toda su juventud) torpe, introvertido y tímido con las mujeres, decidió intercambiar unas palabras con su nueva amiga. «Su timidez me envalentonó y le hablé. Le hablé yo, que soy más sensible que nadie al horror de su condición, que siempre me había sentido manchado incluso por mirar a una persona así. Pero su palidez, su fragilidad, su voz suave no me permitieron ni un momento de incertidumbre», añade en su carta.

Sin mayor duda, el «Pequeño corso» se adentró con ella en los jardines del Palacio Real. Según él, para preguntarle si no podía disponer de una «ocupación más acorde con su salud». «No señor, hay que vivir», le respondió ella. Bonaparte, que habitualmente sentía cierto pavor ante las mujeres, le preguntó varias cosas. «Estaba admirado, al menos me había dado una respuesta, éxito que hasta entonces no había logrado», añade.


Lo primero que le preguntó Bonaparte a su nueva amiga fue su lugar de procedencia, por aquello de romper el hielo. Ella se limitó a espetar un escueto «Nantes». Luego, en vista de que la joven no mostró reparos en darle una respuesta, el «Pequeño corso» le instó a que le informara de cómo había perdido la virginidad («Un soldado me echó a perder») y si esto le había molestado («Sí, mucho»). El último interrogante para ganarse su confianza fue cómo había llegado a París.

Posteriormente, el futuro Sire decidió hacerle de una vez la pregunta que de verdad ansiaba: si quería acompañarle a sus aposentos para «entrar en calor y que pudiese cumplir sus deseos». Napoleón termina la misiva de la siguiente guisa: «Llegados a ese punto, no tenía intención de dejarme llevar por los escrúpulos. La había tentado para que no pensase en huir cuando la presionase con las razones que había expuesto ante ella, y no quería que empezase a fingir una honestidad que yo había querido demostrar que no poseía».

Entre la realidad y la ficción
En palabras de Andrews, todo indica que este breve texto fue autobiográfico: «Aunque no estaba buscando un encuentro de esa naturaleza, el hecho de que considerase que era digno de mención sugiere que esa pudo ser la ocasión en la que perdió la virginidad. El método de conversación de descargar una andanada de preguntas era puro Napoleón».

De esta opinión son también los autores Jean-Christophe Buisson Jean Sevillia en su libro «Los últimos días de las reinas», donde explica que antes de conocer a su primera esposa «solo había conocido el amor de una joven prostituta en el Palacio Real, el de la esposa de un representante en misión, si creemos sus palabras, y el de su novia, Désirée Clary, a la que, según se jacta en Santa Helena, le arrebató la virginidad». No obstante, algunos autores son contrarios a la idea de que yaciera con esta meretriz y afirman que el futuro Sire solo plasmó un texto ficticio sobre las líneas.

¿Qué lleva a los historiadores a creer que la carta de Napoleón pudo haber sido un mero relato de ficción? Al parecer, que desde su infancia Napoleón escribió decenas de pequeños relatos cortos en los que dejaba volar su imaginación. «Fue un escritor frustrado, autor antes de cumplir los treinta y seis años de unos setenta ensayos, piezas filosóficas, crónicas, tratados, panfletos y cartas públicas», destaca Andrews.

No le falta razón al experto ya que, allá por 1786, Bonaparte escribió un tratado filosófico sobre el suicido (en el que mezclaba la oratoria de los grandes clásicos con tono nacionalista) y, posteriormente, también creó un artículo de nada menos que 15.000 palabras cargando contra Rousseau (uno de los más destacados de su vida). En base a estos datos, autores como Dwyer ponen en duda la veracidad del contenido de la obra: «Este texto es tomado por la mayoría de los historiadores al pie de la letra, pero es posible que el relato sea ficticio, solo un ejercicio de imaginación de la pluma».

abc


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