Son las 6:00 a.m en San José de Apartadó (Urabá). El cantar de los gallos y de los pájaros es lo que primero se escucha en la mañana. Las montañas y su paisaje hacia el horizonte son las primeras imágenes que muestra el documental Un chocolate para la paz, que hace un recuento histórico acerca de los hechos de violencia que comenzaron en los años 80.
Uno de los más recordados por los personajes que salen en pantalla es la muerte de cerca de 10 líderes sindicales entre 1996 y 1997. Desde esa fecha, aquella población ha venido siendo víctima de toda clase de violaciones de derechos humanos, razón por la cual se desplazaron las familias de la zona para huir de la violencia.
“El documental comenzó porque la codirectora, que es inglesa, ya llevaba varios años trabajando con la comunidad para lograr mostrar la historia de producción del cacao y la historia política de esa comunidad. El largometraje hace una apuesta por reconocer la importancia que tiene el alimento en la cotidianidad del campesinado”, relató para El Espectador Pablo Mejía, director del documental.
El filme no solo hace un recuento de los episodios de violencia que vivió la comunidad, también resalta cómo han trabajado por lograr la paz, pese a que la sangre de sus familiares, amigos y vecinos corrió por las tierras que hoy habitan. “La comunidad dice no a la injusticia e impunidad de los hechos y no participamos en la guerra ni directa ni indirectamente. No portamos armas”, son algunas de las frases que se ven en pequeños carteles que aparecen, a lo largo de la cinta, en los cultivos de cacao.
Sus creadores quisieron mostrar que, a pesar del sufrimiento que ha vivido la comunidad, esta no se rindió; resaltaron la labor de paz que hacen los pobladores de San José de Apartadó y muestran, mediante los cultivos de cacao, el surgimiento de la Comunidad de Paz, que tuvo lugar en 1993.
Cabe destacar que, durante la época de violencia, los cultivos cacaoteros se acabaron y no quedó rastro alguno de estos, pero esta población se ha encargado de recuperar la parte económica de la zona con esos cultivos.
En las mañanas, los campesinos recogen el cacao; con las manos llenas de tierra y machete en mano, van cortando los frutos a su paso. Los árboles son altos, por lo que los pobladores de la región ya son expertos en treparlos. Ellos, con el orgullo de ser cultivadores y de trabajar con la tierra, consideran al chocolate como “el producto de una lucha”.
“Digamos que la forma como está narrado el documental les da la voz a ellos. Es un poco de la voz de la comunidad narrándose a sí misma. Creo que es un ejercicio muy importante en un país que, durante 52 años, ha invisibilizado a las víctimas. Esta historia tiene como ejercicio darle protagonismo a una comunidad campesina que ha sido víctima, pero que además, durante 20 años, ha generado de manera autónoma propuestas concretas de paz. Es fundamental, sobretodo en este momento histórico, para repensar la relación con el agro y revalorizar al campesinado”, explicó Mejía.
Las grabaciones y el proceso de edición duraron cerca de un año y medio. Pablo Mejía y Gwen Burnyeat tuvieron que hacer cerca de cuatro a cinco salidas al territorio. “Al estar terminado y listo el producto, fuimos a mostrárselo a la Comunidad de Paz para recibir sus críticas y opiniones, las cuales fueron muy valiosas para nosotros como realizadores”, contó Pablo Mejía.
Los frutos del esfuerzo por mostrar a la Comunidad de Paz, no como víctimas si no como emprendedores, recogieron sus frutos siendo ganadores de mejor largometraje en la categoría de Posconflicto en la edición número 18 de la Muestra Internacional Documental de Bogotá (Midbo) y el Centro de Memoria Histórica.
Igualmente, obtuvieron el premio a mejor largometraje en el SiembraFest, Festival de Cine Colombiano al Campo, durante su cuarta edición.
“Vemos cómo el cacao se convierte en el mecanismo de supervivencia de la comunidad de paz. Además, en la venta del cacao hay una postura ética y política sobre el cuidado del medio ambiente, del territorio, y, concretamente, tienen una empresa que realiza la producción únicamente con materias primas orgánicas, sus productos, lo que les ha generado espacios de participación política en el exterior”, explicó Mejía.
El documental también ha sido proyectado en varias universidades de Bogotá y sus creadores han participado en foros sobre el tema de paz, en Barranquilla, Chocó y Cauca, así como en el Eje Cafetero. Incluso, fue exhibido en Polonia, Alemania e Inglaterra, dos meses atrás.
Por último, el director del documental expresó: “A nivel personal, es muy impresionante saber que muchas personas viven un enorme sufrimiento. Es impactante llegar a un territorio así. El documental se convirtió no sólo en un proyecto audiovisual, sino también en la manera en la que mi oficio se convierte en un aporte, como un granito de arena en el proceso de los 20 años de la comunidad”.
El espectador.es
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