La semana pasada publicábamos en ABC un artículo firmado por Miguel Pita, doctor en Genética y Biología Celular en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y divulgador científico, autor de «El ADN dictador»: «Uno de los pocos aspectos gratificantes de esta crisis (la del coronavirus) está siendo encontrar interés y lenguaje científico en toda clase de ambientes, algunos inesperados. Cuando escuché hace un par de días a una camarera hablarle de su PCR a un cliente mientras le servía un café con porras, pensé que algo había cambiado en nuestra sociedad», escribió.
Sin duda, esta situación ha llevado a que estos meses todos hayamos hablado o leído acerca de mutaciones, tasa reproductiva o anticuerpos. Con «Un día en la vida de un virus» (Periférica), Miguel Pita ha logrado crear un pequeño y sencillo manual para no perderse en esta maraña y comprender cómo un insignificante virus, aparecido de la nada, ha puesto contra las cuerdas a la civilización.
Sin entrar en tecnicismos, el investigador ofrece la oportunidad de leer un texto divulgativo e inteligente en el que dos virus ficticios, RE-VI y XicuV hacen de las suyas. Uno de ellos conquista el mundo gracias a las mutaciones en su proteína «Tornillo» y a ciertas limitaciones del cerebro humano.
¿Una horda de estafadores?
Tal como plantea el autor, esta pandemia es resultado de una guerra tremendamente desigual. Sus contendientes son un organismo, el cuerpo humano, con treinta billones de células, y las hordas de incontables virus: «Los virus no son células, son poco más que fragmentos dispersos de material genético (ADN o ARN) que aparecen y desaparecen de manera puntual en la historia de la vida».
Una de las características fundamentales de los virus es que «necesitan entrar en una célula para poder replicarse, por eso se discute si están vivos o si son solamente un molécula química con la habilidad biológica de autocopiarse». De hecho, prosigue Pita, su as en la manga es usar una secuencia de ADN (o ARN) como director general, «que en el caso de los virus es casi más un estafador que anda suelto buscando una empresa a la que saquear». Esas empresas son nuestras desafortunadas células, que «engañadas» por este ADN, comienzan a producir nuevos virus después de ser infectadas. Así le pasa, por ejemplo, a un gorila ficticio llamado Zero.
Si no fuera por un par de factores, el proceso de infección sería muy similar a lo que ocurre en una central nuclear descontrolada. Allá donde hubiera una célula con una proteína «Cerradura», el virus provisto de la proteína «Llave» entraría y destruiría a su hospedador, después de producir miles y miles de copias: «Evidentemente, el virus nada puede hacer para evitar su propagación, dado que no tiene cerebro para tomar decisiones».
El incansable trabajo del servicio secreto
Pero hay dos factores que le ponen freno. Uno de ellos es el sistema inmunológico. «El sistema inmunológico trabaja permanentemente durante la vida de cada gorila, y de cada vertebrado (...) para generar distintos anticuerpos que puedan ser útiles en el futuro. Opera como un ejército que mantiene entrenado su servicio secreto y aprende nuevas estrategias en tiempos de paz». El resultado es que las defensas ponen freno al crecimiento desbordado del virus.
A veces una horda de virus, al que Pita llama RE-VI, infecta a un gorila (como Zero), una especie a la que llevan atacando miles de años. Como las defensas ya conocen la amenaza, consiguen neutralizarla en una semana. Esto sería el fin de los virus, si no fuera porque tienen una escapatoria: contagiar a otros gorilas: «Ésa es la principal razón por la que (los virus) no desaparecen: siempre hay alguien con la gripe en todo el mundo contagiándosela a otra persona (o gorila)».
Mientras este sistema inmunológico y el virus luchan, el ADN o el ARN del virus va sufriendo mutaciones: «La mayor parte de las novedades que aparecen por mutación llevan a los viriones portadores a un callejón sin salida», escribe Pita. Pero algunas veces, ocurren cambios en la «Llave» del virus que abre la «Cerradura» de las células a las que van a atacar. En situaciones muy excepcionales, estos cambios pueden cambiar la historia. Para ello hace falta que un cazador furtivo cace y descuartice a Zero, para consumo humano.
Un mutante demasiado letal
Si la mutación cambia la «Llave» del virus y la convierte en «Llave+», capaz de reconocer a la «Cerradura +» de humanos, y no a la «Cerradura» de gorilas, ocurre algo muy desafortunado para el cazador furtivo: aparece un nuevo virus, de nombre RE-VI-2.
«El sistema inmunológico del cazador furtivo jamás ha visto nada parecido a un virus RE-VI-2», ha escrito Miguel Pita, dado que éste no lleva miles de años atacando a humanos. Por eso, el virus será imparable. El sistema inmune dará palos de ciego o incluso será dañino para el propio cazador. Finalmente, el cazador morirá, y el brote llegará a su fin rápidamente. (Algo así pasó con el brote de SARS o MERS).
Muy contagioso y muy subestimado
Pero, según prosigue Miguel Pita, también es posible que el virus recién llegado sea poco agresivo, y que tenga una alta capacidad de contagio. Si tiene una mutación concreta, llamada «Tornillo 2», podrá reconocer las proteínas «Tuerca 2» de las células ciliadas del aparato respiratorio humano.
La catástrofe está servida, porque empezará e contagiarse entre personas: «Sin duda el (virus imaginado) XicuV se ha topado con una especie que no se lo va a poner difícil: puebla todo el planeta y posee más de siete mil millones de habitantes, una gran parte de los cuales no para de moverse de un lado a otro, y vive una existencia frenética que le otorga una curiosa y falsa sensación de superioridad e inmortalidad».
La pandemia de XicuV
El virus se extiende poco al principio, y después de forma incontenible. La población prueba con el confinamiento para evitar la propagación. Si no lo consigue, su expansión se empieza a frenar solo cuando un alto porcentaje ha sido infectado y ha adquirido inmunidad. A los pocos meses llegan los primeros tratamientos, que reducen la letalidad y, un poco más adelante, la vacuna. En tan solo cuestión de años, pronostica Miguel Pita, aparecen plataformas de antivacunas en las redes sociales recomendando no usar estos medicamentos.
Se puede decir el virus se topa con un inesperado aliado. En opinión del autor de «El ADN dictador», aunque el cerebro humano es un prodigio a la hora de aprender un lenguaje abstracto, tiene algunas limitaciones. Una es no poder comprender que «la superpoblación y el contacto poco higiénico con las especies salvajes aumentan mucho las probabilidades (...) de que un virus salte de un mamífero a otro». Eso lleva a que «nuestro cerebro prefiera las narraciones simples, a ser posible con buenos y malos».
Si no es inmediato o cercano, no nos preocupa
La causalidad y la intuición pueden llevar a pensar que el trueno es creado por el enfado de un señor invisible con barba, y que el virus XicuV ha sido creado por un enemigo o escapado de un laboratorio. Es una posibilidad, «pero altamente improbable», según Pita. Además, también a causa de estas limitaciones del cerebro, tampoco somos «capaces de detener ciertas dinámicas hasta que no sufrimos sus efectos», normalmente sobre «nuestros planes de fin de semana o de veraneo». Exactamente como ocurre con el calentamiento global de origen humano o la imparable destrucción de ecosistemas y recursos naturales espoleadas por nuestra actividad.
De igual manera, estas limitaciones llevan a que, «si vemos un país vecino sufrir la expansión de una epidemia, no resulta fácil aceptar que nos llegará en pocos días». ¿Por qué? Porque «no es un problema inmediato» y porque nuestra experiencia nos lleva a pensar que las naciones son entes materiales, y no meras fronteras arbitrarias.
«Por mucho que nos traicionen nuestra limitación neurológica o nuestros intereses personales o partidistas», concluye Miguel Pita, «opinión y ciencia no pueden de ninguna manera equipararse». Es cierto que la ciencia no es infalible, como cualquier científico reconoce, «pero sí es la mejor herramienta a la que podemos acudir para solucionar los problemas graves, por ser útil frente a la complejidad e impermeable a las posiciones interesadas».
«Opinión y ciencia no pueden de ninguna manera equipararse»
Para finalizar, sabemos que las futuras pandemias son impredecibles, pero llegarán. Pero, al margen de eso: «¿Seremos capaces, con un cerebro que no conoce la gratificación aplazada, de evitar, al menos, los desastres anunciados?», se pregunta Miguel Pita. «Quizás, a través de la experiencia, podamos aprender algo».
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