Una saudí en Irán

  21 Abril 2016    Leído: 1025
Una saudí en Irán
Sara Masry

A pesar de la enemistad entre Riad y Teherán, Sara Masry opina que les une más de lo que les separa

Curiosidad. Eso es lo que llevó a la saudí Sara Masry a Irán. Sin embargo, la ruptura de relaciones diplomáticas de su país con la República Islámica en enero ha interrumpido ese empeño por conocer a sus vecinos más allá de los estereotipos de la propaganda oficial. Ambos países llevan tantos años dándose la espalda, que la mera presencia de una estudiante saudí en la Universidad de Teherán desconcierta por igual a sus paisanos y a sus anfitriones.

“Les sorprendía que una saudí tuviera curiosidad por estudiar su lengua y su cultura”, recuerda durante una conversación por Skype desde Yeddah, donde reside.

Todo empezó mientras estudiaba Ciencias Políticas y Diplomacia Internacional en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS) de la Universidad de Londres. Allí Masry, que ahora tiene 25 años, entabló amistad con alumnos iraníes y descubrió la historia de Irán. No encajaba con lo que había oído hasta entonces.

“Existe una única narrativa, negativa, en la que se mezcla la gente, su confesión y su Gobierno. Nadie cuenta lo que compartimos, que ambos [pueblos] somos musulmanes y muy hospitalarios”, declara.

La idea de ampliar estudios en Teherán chocaba con la ausencia de precedentes. “Mi madre se preocupó. Era algo inusitado; nadie va a Irán. Y al ser saudí, tuvo miedo de que corriera peligro. Mi padre lo encajó mejor. Había estado allí en un par de ocasiones antes de la revolución”, cuenta.

Para sorpresa de propios y extraños, la Facultad de Estudios del Mundo aceptó su solicitud. Así que en septiembre de 2014 aterrizó en Teherán. A pesar de todas las advertencias, se sintió “muy bien recibida” y enseguida se lanzó a descubrir el país junto a sus compañeros del Máster de Estudios Iraníes.

Ese contacto directo terminó de romperle los esquemas y decidió plasmar sus experiencias en un blog. “Los saudíes tenemos una idea de los iraníes como gente problemática, que causan líos en el hajj, que no son legales; confundimos Gobierno con población”, admite Masry. ¿Y al contrario? Reflexiona un momento. “Sinceramente, no he encontrado un equivalente”, concluye.

Pero su presencia también causó sorpresa entre los iraníes que la conocieron. Les llamaba la atención que no se cubriera el rostro y que su familia le hubiera permitido viajar sola. “Creen que todos los saudíes son ultraconservadores y que todas la mujeres se tapan la cara”, sonríe satisfecha de haberles sacado de su error. Eso sí, en sus interacciones evitó la política.

Masry no cree que la actual animosidad esté motivada porque ambos países sigan ramas distintas del islam (chií en Irán y suní en Arabia Saudí). “Medio siglo atrás las relaciones eran buenas y también Irán tiene relaciones con otros países de mayoría suní”, apunta. Al contrario, opina que las malas relaciones “agravan el sectarismo porque mucha gente las percibe como [un enfrentamiento] suní-chií”.

A pesar de que ya da por perdido el curso (Riad ha prohibido que los saudíes viajen a Irán), Masry ha obtenido una experiencia tan o más importante que el frustrado diploma. “La mayor lección ha sido comprender la importancia del contacto directo entre la gente. Si solo una persona ya tiene cierto impacto, normalizar los intercambios ayudaría a combatir el desconocimiento mutuo”, defiende. Ahora intenta llevarla a la práctica. Con una amiga iraní planea una organización que promueva los intercambios culturales y sociales entre sus países.

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