Que en la Antártida se registren temperaturas de más de 20 grados y haga tiempo de estar en camiseta no tiene por qué deberse al cambio climático.
El continente helado sigue siendo un lugar tan remoto e inaccesible para la inmensa mayoría de personas que se tiende a verlo como un todo y a olvidar que se trata de un descomunal territorio dos veces más grande que Australia, con climas y temperaturas tan diferentes entre la costa y el interior, entre el este y el oeste, que bien podría tratarse de continentes diferentes. Es por esto que comprender y estimar los efectos del calentamiento en un área tan amplia es uno de los mayores retos a los que se enfrentan los científicos climáticos.
El pasado 6 de febrero, un termómetro en la base antártica argentina de Esperanza alcanzó una temperatura de 18,4 grados, la más alta registrada desde 1961, según informó el Servicio Meteorológico de Argentina. El récord anterior en el territorio continental se había registrado en 2015, con 17,5 grados. Tres días después, el investigador brasileño Carlos Schaefer aseguraba a AFP que un termómetro instalado en la isla Seymour había alcanzado los 20,75 grados, lo que sería la temperatura más alta jamás registrada en la Antártida desde que hay registros. Era mayor incluso que los 19,8 consignados en la isla Signy, a más de 500 kilómetros de las costas antárticas, en 1982.
Ambas mediciones se hicieron en la península antártica, la lengua de tierra en el extremo norte de la Antártida que apunta hacia el extremo sur de América y que es el lugar donde se concentra la inmensa mayoría de bases militares y científicas. Este territorio es sin duda uno de los epicentros del calentamiento global a nivel mundial. Algunas mediciones han mostrado que la temperatura media ha subido tres grados desde los años cincuenta del siglo pasado, más del doble que el conjunto del planeta. El 87% de todos los glaciares de la península han retrocedido en los últimos 50 años y su deshielo se ha acelerado en la última década.
Pero esta península solo supone el 1% de todo el continente y su clima es muy diferente de las otras dos grandes zonas en las que se divide: el oeste, donde también hay una tendencia a temperaturas cada vez más altas y retroceso de algunos de sus mayores glaciares, y el este, más frío y con una trayectoria no tan clara.
“El cambio climático es un fenómeno que se mide en un largo periodo de tiempo”, explica Marcelo Leppe, director del Instituto Antártico de Chile y veterano investigador antártico (Inach). “Cuando ves la variación de la temperatura interanual y de décadas encuentras picos de temperaturas altas y también bajas. Estas últimas las suelen usar los escépticos para negar que haya un calentamiento global, algo sin fundamento. Pero tampoco es raro encontrar picos altos, y estos tampoco tienen por qué estar relacionados directamente con el cambio climático, pueden ser efectos microclimáticos”, resalta.
Francisco Navarro, glaciólogo de la Universidad Politécnica de Madrid, explica que las registradas en los últimos días “son temperaturas muy altas, aunque puntuales en el tiempo”. “El récord anterior difiere en algo menos de un grado [los 19,8 grados en la isla Signy] y fue registrado hace 37 años, lo que muestra que estos picos no son algo exclusivo de los últimos años”, añade el científico.
Los dos récords de temperatura ni siquiera han sido confirmados aún, algo que debe ahora hacer la Organización Meteorológica Mundial, parte de la ONU. Este proceso llevará “meses”, según ha explicado a este diario un portavoz de la organización.
En un comunicado, la entidad apunta a que probablemente la medición de la base argentina es correcta, pero también advierte de que de la segunda y más alta solo hay referencias por la prensa y habrá que confirmarla con los datos de otras estaciones de medición en la isla Seymour. “Es prematuro decir que la Antártida ha superado los 20 grados por primera vez”, resalta el organismo.
Carlos Schaefer, el investigador de la Universidad de Viçosa, en Brasil, que reportó el récord de 20,75 grados explica en un correo electrónico que esta temperatura “se registró en una estación situada sobre el permafrost [terreno congelado de forma perenne] en la isla Seymour y que es el pico más alto dentro de una tendencia de temperaturas más altas de lo normal”. El investigador asegura que “no es posible que la medición se deba a un error de los equipos, que estaban bien calibrados”.
“Tenemos muchas dudas de que se valide ese récord de 20,75 grados”, opina en cambio Sergi González, meteorólogo del grupo antártico de la Agencia Española de Meteorología (Aemet). En la península antártica las temperaturas de verano suelen situarse por encima de los 0 grados. Durante las "olas de calor" se superan los cinco grados y a veces se alcanzan los 10, explica la Aemet. ¿Cómo puede entonces llegar el mercurio a los 18 o incluso los 20? Lo más plausible es que se trate de un fenómeno climático conocido como efecto foehn, que no tiene por qué estar asociado al cambio climático.
“Este efecto se produce cuando una corriente de aire húmedo impacta contra una cadena montañosa y se ve obligado a subir”, explica González. “Al ascender por la cara de la montaña el aire húmedo se enfría a un ritmo de unos tres grados por kilómetro de ascenso. El aire se condensa, se forma una nube orográfica, llueve o nieva, y por consiguiente la masa de aire pierde su humedad. Al bajar por el lado opuesto de la montaña el aire está seco y no se calienta mucho más rápido, alrededor de 10 grados por cada kilómetro de bajada. Por lo tanto, el mismo aire que en un lado estaba a una temperatura, al lado contrario de la montaña está a otra más cálida”, detalla.
Tanto la base Esperanza como la isla Seymour se encuentran al este de la península antártica, al otro lado de la cadena montañosa que forma la columna vertebral de la península, la vertiente por la que el aire ya seco pudo bajar haciendo subir los termómetros.
“El día del récord, nuestros compañeros en la base Juan Carlos I nos reportaron temperaturas relativamente normales de verano pero nada extraordinario, lo que indica la importancia del foehn para alcanzar temperaturas mayores”, resalta González. “Cada vez que haya un efecto foehn en verano las temperaturas se dispararán respecto a la temperatura media climática. Probablemente, la frecuencia de foehns no cambie mucho. Lo que importa más es precisamente que esta temperatura media de partida está y va a estar cada vez más alta”, añade el investigador, con lo que es de esperar que estas repentinas subidas del termómetro serán cada vez más bruscas.
“Los picos extraordinarios como estos no son un problema grave, normalmente son muy esporádicos y duran menos de un día”, explica John Turner, meteorólogo del Servicio Antártico del Reino Unido. “Lo que nos debe preocupar más es la tendencia de las temperaturas medias a largo plazo”, añade. El investigador destaca por ejemplo que en la base argentina de Marambio, que está en la misma isla en la que supuestamente se han superado los 20 grados, desde los años noventa las temperaturas medias de verano han bajado. Pero si se miran todos los registros desde 1970, se ve que hay una tendencia global al calentamiento. Uno de los grandes retos del estudio del clima en este continente es poder discernir esa tendencia global de casi medio siglo dentro de la cual hay oscilaciones fuertes dependiendo de la década.
En 2018, se publicó un análisis de todos los registros climáticos de la Antártida tomados desde 1958 hasta 2016. El trabajo demostró que todo el continente tiende hacia el calentamiento y que esta deriva es mucho más acentuada y clara en el oeste del continente y, sobre todo, en la península antártica. La mayoría de científicos piensa que esta tendencia se debe en parte a las actividades humanas.
La Antártida está protegida por un régimen de vientos propio que circunda el continente y que funciona como un muro climático que la separa del resto del planeta. En los últimos 60 años esta oscilación antártica ha aumentado su intensidad en el sentido de las agujas del reloj, en parte debido al calentamiento global. Esto ha hecho que gran parte del continente, en especial el este, se haya aislado más del resto del mundo y por tanto se haya enfriado o, al menos, no se haya calentado apenas. En cambio, esta corriente al dar la vuelta y dirigirse de nuevo hacia el norte afecta negativamente al oeste del continente y a la península, ya que trae aire caliente de salida. Es en esta zona donde se pueden esperar que los efectos del cambio climático sean más evidentes y lleguen con más rapidez, incluido el deshielo de los glaciares, el aumento de la superficie sin cubierta de nieve y por tanto el terreno de expansión para las especies. La península será la primera parte de la Antártida que dejará de ser blanca y pasará a ser verde, pero probablemente los extremos puntuales de temperaturas no contribuyan mucho a ello.
elpais
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