Vuelven los fantasmas del Madrid con el 4-3-3

  17 Febrero 2020    Leído: 551
Vuelven los fantasmas del Madrid con el 4-3-3

El Celta sorprende al Madrid y empata en el Bernabéu. Dominio con exceso de centros en la primera parte, y vuelta a la debilidad defensiva en los blancos.

El Madrid quiere la Liga y se le nota para bien, pero algo no termina de ser fiable. Contra el Celta volvieron dos viejos conocidos: los centros por sistema y la debilidad defensiva. Algo tuvo que ver, quizás, la vuelta de algunos supuestos titulares al equipo: el 4-3-3 se adelgazaba otra vez.

Antes del partido hubo un minuto de silencio en memoria de David Gistau. En “Días felices en Argüelles”, Umbral valoraba al joven columnista pero le reprochaba que escribiese tanto de fútbol. A Gistau nunca le importó hacerlo, y además lo hizo como madridista. El público, cariñoso, reconoció no solo al periodista, también a uno de los suyos. Alguien con quien apetecía hablar de fútbol, recordar el fútbol.

El once del Madrid traía sorpresa. Zidane devolvía antes de lo previsto a la delantera a Hazard y a Bale. No estaban ni Isco ni Vinicius, jugadores en buena forma acreditada, y en eso había algo de riesgo, una nueva audacia quizás temeraria de Zidane.

Porque el Celta engañaba. Pocos puntos, delantera temible. Así, en el minuto 7 llegó el gol: pase inteligente de Aspas al hueco entre Varane y Carvajal, con control orientado y colocación académica de Smolov, con una frialdad muy rusa. Era una acción de categoría a la que el Madrid reaccionó subiendo el ritmo. Por un lado, un constante llevar de banda a banda la pelota; por otro, una presión alta muy a lo Valverde.

Los ataques iban llegando más por ocupación territorial: un acercamiento de Marcelo, un trallazo lejano de Casemiro... Pero el área estaba vedada. Por los tres centrales vigueses y también por una cierta incapacidad del Madrid en absoluto nueva. Controlaba el juego, la posesión, y el Celta llegaba a tener dificultades para pasar del medio campo, pero los ataques eran desafinados, bastos, mal resueltos, un juego de nuevo demasiado “centrador”. Al dominar el espacio, los llamados a ser extremos se iban al interior y la banda la ocupaban los laterales, pero con ello todo se hacía algo tosco, en cierto modo mecánico, poco sorprendente y sin riesgo.

Para colmo, empezaba a aparecer Rafinha punteando ataques con toques que con su breve y puntual rapidez recordaban la amenazante presencia de Aspas y Smolov.

Que algo no iba del todo bien en el Madrid quedaba claro cuando Ramos acudía en el 37 a rematar un ataque. Era la desesperada autogestión del central-delantero. Atisbos de carajal habría también al final del partido con la posición de Marcelo. Porque lo de Ramos no fue en un balón parado, sino en eso que en baloncesto llamarían “en estático”. Ahí tenía el problema el Madrid, en convertir el dominio en claridad de espacios. Hazard lo intentaba cambiando de banda, y en la derecha entró en calor al contacto con la pelota. En el minuto 40 él y Benzema combinaron para una gran jugada, la mejor hasta entonces, que remató Bale.

Le costaba mucho al Madrid mover el ataque, romper el orden del partido, desmelenarse y desordenar al otro, esas cosas que a veces garantizó Vinicius. El Celta además acabó la primera parte amenazando con un cabezazo de Aidoo que Courtois detuvo con una brillantez que no sorprende y que hasta parecía un buen presagio. Muchas victorias del Madrid empezaron este año con sus paradas.

No solo habían vuelto Bale y Hazard, también Marcelo y el 4-3-3. La superioridad mediocampista ensayada en semanas anteriores daba paso a un ataque aún por afinar que se resolvía en los clásicos centros, forma burocrática de sortear el final de la jugada y repartir culpas en una especie de voleo que recuerda a la siembra de Claudio Rodríguez: “a voleo y que no importe que caiga aquí o allí“.

Pero son las ideas de Zidane y persevera en ellas con terquedad. A la vuelta del descanso el Madrid ya atacó con nueva profundidad por la banda izquierda. Marcó un gol en fuera de juego, invalidado, pero luego Marcelo, lanzado por Benzema, asistió a Kroos para el empate. Ya había resultado útil el juego algo renqueante y emérito de Marcelo y el Madrid afinaba la mirilla y cambiaba el voleo por un escalpelo. El dominio, territorial y posesivo, era el mismo que en la primera parte, pero el ataque ya era otro. Hazard frenó en el área como un kart tomando la curva a toda velocidad. Luego consiguió el penalti del 2-1 (que marcó el infalible Ramos), un penalti innecesario que ganó por esprín y pillería al tocar antes que Rubén el balón que ya salía. Su fútbol había convencido, más cerca de sus últimos partidos que del inicio de temporada.

El Madrid añadió definición a su superioridad y jugó unos minutos satisfactorios, serios, buenos, que sin embargo se fueron aquietando un poco hacia una forma de complacencia mal gestionada por los cambios de Zidane. El Celta, sin embargo, superó el flato físico y táctico, Óscar García metió valiente a Suárez y Mina y entre los dos, en una jugada excelente, crearon el empate. No hubo reacción ni pudo reunir el Madrid lo suficiente para su clásico zafarrancho. Con la alineación habían vuelto las debilidades del 4-3-3: los centros por sistema, la porosidad en defensa y cierta falta de control en mediocampo. Cosas conocidas de las que había ido saliendo por un camino que no debería desandar.

abc


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